domingo, 29 de noviembre de 2015
viernes, 27 de noviembre de 2015
Las nuevas aventuras del llanero solitario #47: Caliza
Nuestros pasos a través del espeso bosque llamado redes sociales van dejando un rastro a modo de migas garbanciteras con las que se podría recomponer un buen pan quien se molestara en ir recogiéndolas. Viene a cuento esta reflexión porque algo así me ha ocurrido por azar con Elisa Pérez, conocida principalmente por llevar las baquetas de Cosmen Adelaida. Y es que llamó la atención que a lo largo del año pasado recomendara vivamente por Twitter al menos dos temas que en principio poco tenían que ver con su labor a la batería. Los temas en cuestión eran «Anna» de Trio y uno de Oppenheimer Analysis, es decir, loops, krautrock, cajas de ritmo, electrónica fría… todo lo cual era extraordinario viniendo de una percusionista. ¿Se traía algo Elisa entre manos?
Este año comenzó a extenderse a la velocidad ya no del rayo sino de Internet un nuevo y misterioso proyecto musical llamado Caliza. Los primeros temas colgados en la red nos pusieron tiesas las orejas —ese hit anti-verano llamado «Verano no» y después uno antinavideño, «Apuesta»—, y ante el entusiasmo suscitado (el entusiasmo que pueden llegar a generar los cuatro gatos que hay interesados en el indie patrio) y las ganas de conocer la identidad de la artista, se prefirió mantener el secreto de quién andaba por detrás, aunque pronto se rumoreó que era alguien conocido de la escena indie. Ahora podemos unir ambos puntos y cerrar el círculo.
Caliza es Elisa Pérez haciendo synthpop, o algo así como pop sintético industrial echando mano del garageband y un teclado. Su primer álbum no ha tardado en aparecer. No sólo eso; Medianoche/Mediodía (Discos Walden, 2015) es una enorme sorpresa. El año, sin él, no hubiera sido igual.
Desde el primer corte, Caliza despliega esa capacidad suya para producirnos desconcierto y poner a prueba nuestra ambivalencia. Es como si sus canciones nos rodearan con una soga y tirasen de ambos lados en direcciones opuestas: mientras nos anima con ritmos sintéticos bailables, nos hiela el alma con unas letras donde vierte su pesimista visión de la existencia, demasiado real como para que no nos afecte. «Verano no», gélida como una estatua, con un martilleo machacón y una tristeza palpitante que te horada el ánimo hasta verte hecho un trapo con el bajón, es el mejor ejemplo:
Y así al menos hasta «Schadenfreude». Después, en la segunda mitad, el disco se zambulle musicalmente en la placidez del ambient, sólo alterado por las nervudas pulsiones de la inquietante «Misterio», pero siempre con esas letras prestas para una pesadumbre honda y serena:
Es el final, es el final, no parecía que fuera a llegar.
Es el futuro, es el futuro, ¿quién iba a decir que estaría tan sucio?
Este es mi hogar, este es mi hogar, sea lo que sea este lugar.
Voy a dormir, voy a descansar, no hay nada que hacer en el futuro, en el final.
Tremendo disco. Lo lleva al directo acompañada por el bajo Laura, de Rusos Blancos.
Ha sido Discos Walden el sello que se ha encargado de publicarlo. No podía haberse puesto Elisa en mejores manos, pues se trata discográfica más interesante del país para referencias nacionales, con un ya antológico catálogo de novedades que nos ha descubierto y que ha editado con un gusto inmejorable. Con ese buen gusto y el mejor hacer que tiene su capo, ha pergeñado para la ocasión un vinilo numerado que se acompaña de pegatinas para que cada cual tunee la portada a su antojo.
viernes, 20 de noviembre de 2015
¿Y tú de quién eres? #25 // Cosas de hermanos #75: Minuit
Las parejas sentimentales que forman un dúo musical es un género en sí mismo. Los ha habido en todas las épocas y los sigue habiendo: Iker & Tina Turner, Chrisma, Everything But The Girl, Mates of States, The Rosebuds, Souvenir, Klaus & Kinski... Rizando el rizo, hasta se da el caso de bandas formadas por varios emparejamientos —léase Abba, Fleetwood Mac o The Mamas & The Papas—, con el subsiguiente lío. Aunque a veces, incluso con la ruptura como pareja de por medio, se mantiene el combo, que una cosa es el amor y otra los negocios.
Catherine Ringer y Frédéric Chichin se enamoraron hasta las trancas en 1979; al año siguiente ya estaban dando conciertos juntos como Les Rita Mitsouko, ella a la voz y él a la guitarra y los sintes. Extravagantes al máximo, consiguieron llamar la atención con su look a base de anoraks fluorescentes o bolsas de plástico de Félix Potin (como ponerse aquí unas de Galerías Preciados) y su ecléctico synth-pop, que en ocasiones aderezaban con ritmos latinos, pizcas de jazz o lo que hubiera por encima de la mesa en la que cocinaban sus ideas. Dejaron un porrón de elepés y tres retoños, de los cuales dos siguen ahora los pasos musicales paternos como Minuit, si bien se presentan con los apellidos paternos por separado: Simone Ringer y Raoul Chichin.
Están empezando, por lo tanto su obra es aún exigua; de momento se reduce a un EP en formato digital y un vídeo. Evidentemente es poco material para juzgarlos, pero se entrevé la misma genialidad e irregularidad que tenían sus padres, que siempre fueron más de buenas canciones que de discos redondos. Así, el tema que abre el EP de Minuit te atrapa de inmediato y no hay duda de quiénes son hijos, musical y biológicamente hablando:
En los tres temas siguientes hay que escarbar un poco para encontrarles la originalidad. Tienen menos chispa y son mucho más acomodados; en ninguno falta un pequeño solo de guitarra. Al final vuelven a bordarlo en «Sur Les Berges», una pieza mayúscula de pop francés de suntuosa instrumentación.
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