Grandes enigmas del primer mundo: ¿aguantará bien la sudoración el nuevo equipamiento olímpico español?, ¿es Twitter el haikú moderno?, ¿continuará Zach Cole Smith formando parte de Beach Fossils? A la espera de que comiencen las olimpiadas y de que salga una tesis sobre la poesía japonesa en las redes sociales, centrémonos de momento en la tercera cuestión.
El caso es que DIIV, tras su exitoso debut —Oshin (Capture Tracks, 2012)—, amenazan con hacer sombra a la banda madre. Y eso que en los comienzos hubo algún que otro trompicón, como el de tener que cambiarse el nombre de Dive después de que una banda belga homónima de los noventa les llamara la atención; por eso ahora DIIV, que suena igual pero no lo es.
En Oshin se emplean muchas guitarras, que se enrollan y desarrollan como arrejuntamientos de nubes: es hipnótico escucharlas como es hipnótico mirarlas. Todo ese trenzado guitarrístico, a base de meter reverb, seguir las enseñanzas del krautrock, el dream pop, el post-punk y la pose de mirarse los pies (el shoegaze, you know), se resuelve en una épica ondulante que puede conseguir pulsar el punto G de nuestros oídos. Y cuando meten el bajo a saco y aceleran, ocurre esto:
En Oshin se emplean muchas guitarras, que se enrollan y desarrollan como arrejuntamientos de nubes: es hipnótico escucharlas como es hipnótico mirarlas. Todo ese trenzado guitarrístico, a base de meter reverb, seguir las enseñanzas del krautrock, el dream pop, el post-punk y la pose de mirarse los pies (el shoegaze, you know), se resuelve en una épica ondulante que puede conseguir pulsar el punto G de nuestros oídos. Y cuando meten el bajo a saco y aceleran, ocurre esto:
Hay edición limitada en vinilo de color océano, lo cual casa muy bien con la atmósfera que se respira al escucharlo.
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