Partiendo objetivamente de unos estándares de calidad muy similares, ¿de qué depende de que un álbum tenga repercusión y otro no? ¿O por qué mientras unos acaban publicándose en formato físico, otros se mantienen colgados en el limbo de la red de redes (formato digital lo llaman)? Entre el manojo de factores implicados en el asunto, no estar en el sitio adecuado en el momento preciso quizá sea el más determinante.
Tal vez eso sea lo que le ocurra a David Bailey con su proyecto No Middle Name, que incomprensiblemente tuvo que sacar su segundo disco en unas tristes y limitadas copias en casete (50) y, aún peor, CDr (100) hace tres años sin que apenas se inmutara el personal. Quizá si nos remontásemos una década y a Londres, ahora Fondness luciría como merece, en un colorido y pletórico vinilo o al menos en una edición de mayor enjundia. Y más importante, habría tenido mayor audiencia. Pero Bailey vive y graba en St Leonards-On-Sea, pequeña villa ubicada en la costa al sur de la capital, en paralelo a localidades de la zona más conocidas como Portsmouth y Brighton. Y pese a ser un disco profundamente melódico, y por tanto, atemporal, en ciertos momentos su sonido nos retrotrae a la efervescencia indie de mediados de los años noventa en Inglaterra.
Sin embargo, no hay razón para que este disco no sea más conocido. Fondness funciona de principio a fin como un estupendo álbum de pop, y tiene temas para quedarse enganchado en ellos durante días. Avanza incansable, sin desfallecer y sin que mengüe el interés, manteniendo al oyente siempre atento ya sea a base de canciones de pop excelsas o tirando del reverb y el fuzz y apelmazando los teclados en determinados momentos.
Son once canciones compuestas, producidas e interpretadas por Bailey, a quien sólo secunda Claire Brock tocando la batería; más la voz de Samantha Whates en tres cortes. Y todo ello conforma una maravilla autoproducida de pop indie muy británica; que sean o no el momento adecuado y las circunstancias apropiadas, lo cierto es que está en el mundo para engalanarlo con gusto, clase y distinción.
Escucharlo mientras –ojalá– algún sello discográfico por pequeño que sea piensa en reeditarlo en mejores condiciones, es hacerle justicia.
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