Me apasionan las tiendas de discos. Soy capaz de perderme en ellas durante horas y volver una y otra vez para rebuscar entre cajas de vinilos polvorientos. Es una de mis actividades favoritas. Cuando me siento anímicamente MAL, un templo disquero es mi tabla de salvación. No es que tenga necesidad de comprar ni nada por el estilo (la mayoría de la veces salgo con las manos vacías… pero con los dedos negros) pero hay algo especial en esos trozos de cartón con plástico negro dentro que hace que me olvide de penas y problemas.
El punto de alegría máxima es cuando encuentras la combinación perfecta entre algo interesante que aparece de forma meramente casual y el buen precio del artefacto que acabas de localizar. En ese instante, saltan chispas en tu cabeza y el corazón se acelera. Un momento de felicidad TOTAL. Pero, tal y como dije antes, esto es algo que no ocurre siempre y que, por desgracia, cada vez sucede menos, tanto por la falta de tiendas como por la puñetera manía de los tenderos de poner precio según las burradas que ven en Internet. ¡¡¡Maldita Internet, qué buena eres para algunas cosas y qué lianta para otras!!!
Y sí, a veces (quizá demasiadas), en un día de sequía y desesperación, he vuelto con un disco que no he escuchado en mi vida, que no tengo idea de lo que es, pero que he encontrado a un precio tan ridículo y con una portada tan llamativa que me ha invitado a adoptarlo y traerlo a nuestro hogar.
Hace algunos años nos cambiamos de casa y, hartos del ruido, de la contaminación, de los vecinos y de la cada vez mayor hostilidad del centro de Madrid, nos vinimos a este sitio de las afueras. A los pocos meses descubrí en una galería espantosa y anodina una tienda de discos y, ¡¡cómo no!!, allí me metí. Curiosamente, tenía una sección de vinilos imposibles pero baratísimos. Me llamó la atención un grupo de ellos, que estaban escondidos en una sección de material inclasificable, que sólo costaban un euro, pero que eran dobles, con portadas impresionantes, prensaje de EEUU —vinilos duros como pizarras—, totalmente nuevos y con unos nombres alucinantes (Kaleidoscopic Keyboard, Musical Explorations in Sounds, etc.). Ni corto ni perezoso, pillé uno, para ver lo que era. Cuando lo pongo en casa, flipo con lo que sale de esos surcos. Era como encontrar la fuente donde se habían inspirado muchos de los grupos molones que reivindicaban el MOOG en aquella época. Una especie de kitsch electrónico totalmente LOCO. Me imaginaba a Broadcast y a Stereolab escuchando aquello a todas horas y pillando ideas para sus próximos discos.
Al día siguiente volví a por unos cuantos más y seguía con los ojos a cuadros. ¿Qué era todo eso? Miraba los créditos y veía que los compositores eran (para mí en esos momentos) totalmente desconocidos: Dick Hyman, Richard Hyman, Alfred Drake, Bobby Maxwell, Robert DeCornier, etc.). ¡El Santo Grial de la música electrónica, vocal e instrumental de finales de los 60 y principios de los 70 a un euro en una tienda birriosa de una villa anodina del extrarradio de Madrid! Al final, acabé volviendo y llevándome todos los discos dobles de esa serie que estaban allí muertos de la risa desde sabe Satán cuándo. Once euros por once dobles vinilos de joyonas instrumentales y vocales preciosas pero imposibles.
Al final no sé si hice bien o mal pero el caso es que, después de todo este tiempo, confieso que sigo rescatando de vez en cuando ese material para disfrutar de unas composiciones y adaptaciones tremendas, con un estéreo divertidísimo y con unos arreglos electrónicos realmente interesantes.
El dueño de la tienda recibió posteriormente cargamentos de vinilos de gente que quería desprenderse de esas cosas redondas y pesadas que tenían en sus casas y me hice con varias maravillas más de diverso tipo, pero no tardó mucho en percatarse del MAL en forma de webs de usura y, a partir de ahí, todo se acabó. El resto es, como os imagináis, una triste historia que acaba en lugares con nombres tan populares como ebay, todocoleccion, Discogs y alguno que otro más, de esos que han roto el encanto de ir a las tiendas físicas para rebuscar entre sus cajones para hacerte feliz cuando encuentras algo bueno, bonito y barato.
[Autor del texto: Federica Pulla. Podcast: Hablando con las paredes]