domingo, 4 de abril de 2021

Rock 'n' actor #36: James Taylor y Dennis Wilson

Siempre hay dos historias: una que queda y otra que podría haber sido. En el mundo del celuloide, los factores que terminan decidiendo el reparto de una película son múltiples: desde las agendas de los actores, al presupuesto con el que se cuenta para contratarlos, los caprichos y veleidades de los directores o las mil vicisitudes del proceso de casting. Probablemente habrá muy pocas películas en la historia del cine que hayan contado para el rodaje con los actores protagonistas en los que se pensó desde el primer momento. Podría decirse que hay tantas películas hechas como otras tantas películas que podrían haber sido. Se cuenta, por ejemplo, que Cary Grant renunció a actuar en La reina de África: él era la primera opción de John Huston, pero Grant no lo vio claro. Habría sido otra película, otra historia, simplemente. 

Otro ejemplo de hasta qué punto puede dar la vuelta un elenco y acabar convirtiéndose en una rareza sin par es Carretera asfaltada en dos direcciones (Two-lane Blacktop, 1971), de Monte Hellman. Para el reparto se barajaron nombres de famosos actores (De Niro y Pacino entre otros); sin embargo, al final se recurrió a actores no profesionales para la mayoría de los papeles, ya fuera por el prurito de realismo que ansiaba el director, o porque el presupuesto estaba demasiado ajustado. El caso es que los papeles protagonistas terminaron interpretándolos el cantautor James Taylor y el batería de los Beach Boys, Dennis WilsonNi en el sueño más surrealista habría cabido a priori una idea semejante. Pero, digámoslo ya, la decisión no pudo ser más acertada. La sensación de camaradería, de sólida e inquebrantable amistad que transmiten es casi poética. Sus diálogos se limitan a un puñado de frases; no necesitan hablar verborreicamente cuando están juntos, como los camaradas de verdad. Ni siquiera sus personajes tienen nombre, se les conoce como Conductor y Mecánico, nada se sabe ni se sabrá de ellos, ni de dónde vienen ni adónde van. Una fascinante road movie existencialista. 



El modelo cinematográfico lo había enmarcado un par de años antes
Easy Rider. Esa búsqueda del destino a través de una carretera entendida como un símbolo de libertad es parte inherente de la cultura popular norteamericana. Tras la Segunda Guerra Mundial, las calzadas no sólo de poblaron de bandas de moteros sino que también llamaron la atención de la Generación Beat, principalmente de Jack Kerouac, como plasmó en esa novela trascendental que es On The Road (1957). Desde entonces el rito cuasi iniciático no ha dejado de repetirse. 

La enigmática Carretera asfaltada en dos direcciones narra las peripecias de dos jóvenes que recorren el país a bordo de un Chevrolet de 1955 tuneado, con el que compiten en carreras ilegales para ganar el dinero suficiente con el que seguir viajando sin un destino concreto. Hellman contaba con un presupuesto exiguo, que prefirió gastar rodando todas las escenas en localizaciones reales a lo largo de la mítica Ruta 66. Aunque su idea iba más allá de captar la esencia del viaje en la carretera. Pretendía asimismo que ese periplo influyera en la vida de sus actores, que llegaran a ser partícipes de esa experiencia iniciática mencionada más arriba. Taylor y Wilson cumplieron sobradamente. 

El silencio, quebrado a veces por el ruido de los motores, es la auténtica banda sonora de la película, pues no tiene una composición propia definida. Eso sí, suenan numerosas canciones, sobre todo en el coche de otro conductor tan errático como los dos protagonistas, que comparte sus casetes con los sucesivos autoestopistas que va recogiendo: «Moonlight drive», de The Doors; «Me & Bobby McGee», de Kris Kristofferson;  «Stealin’», de Arlo Guthrie... De cuando Blablacar era otra cosa.

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