Ya no hay excusa.
—Es que no se encuentra.
Nada. Ya lo tienes si lo quieres. La editorial Rey Lear, con el gusto que le caracteriza, acaba de reeditar esa obra de Giovanni Papini que tanto gusta a Gog: Gog.
No es sencillo acotar qué había realmente en la cabeza de Papini, que dio más bandazos que un péndulo: anarquista, ateo beligerante, polemista radical (dejaría en pañales hoy día a los interecónomos), para pasarse al final a un catolicismo militante y el deslumbramiento mussolianiano y facistoide.
Su gran obra es Gog —nombre del príncipe que, según el Apocalipsis, encarna al personaje demoniaco que pretenderá el fin del mundo—, y pertenece a la primera etapa. Es el diario de un excéntrico millonario que, empeñado en averiguar qué mueve a la humanidad que él tanto detesta, hace propuestas descabelladas y lleva a cabo proyectos absurdos, para acabar trazando un panorama de una sociedad enferma y enloquecida, egoísta y cruel, como él mismo. Una profunda reflexion acerca de la civilizacion y su destino.
Cuatro perlas:
¿Y si la única cosa que creemos verdaderamente nuestra —el Yo— fuera, tal vez, como todo lo demás, un simple reflejo, una alucinación del orgullo?
Hay dos mil millones de personas y cada una tiene cuatro metros de intestinos. Cada día es preciso llenar ocho mil millones de kilómetros de tripas.
Temo que, al fin, mi vida no haya sido más que un pésimo negocio.
Batir un récord es hoy el ideal de todos; el de los antiguos era la sabiduría, la paz, la renuncia.
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