Tener facultades críticas es algo terrible. A los once años no había películas malas, sólo había películas que no me apetecía ver; no había comidas malas, sólo coles de Bruselas y berzas; no había libros malos, pues todo lo que leía era estupendo. De repente, me levanté de la cama un día cualquiera y todo había cambiado. (…) Desde aquel momento y en lo sucesivo, el placer ha sido algo mucho más huidizo.
La pasión, entendida como una afición vehemente a algo, es vuelo y es cadena. Por una parte nos libera, nos eleva cuando saca de nuestro interior toda esa energía exaltada; por otra, nos hace prisioneros, nos amarra a ella, nos esclaviza y tiraniza.
Que se le conozcan, el escritor inglés Nick Hornby tiene dos inmensas pasiones: la música y el fútbol. De la primera de ellas ha dado buena cuenta en bastantes ocasiones, y en cuanto puede, como se verá aquí más adelante, hace referencia a ella. La segunda, su amor ciego por el equipo del Arsenal y por el fútbol en general, la describió en su autobiografía Fiebre en las gradas (Anagrama, 2008; la edición original es de 1992). En ella Hornby relata, con la amenidad y facilidad que le caracterizan, en qué momento se produjo ese flechazo obsesivo suyo y cómo, desde entonces, toda su vida ha girado alrededor del fútbol, hasta el punto de que algunos de los momentos más importantes de su vida están asociados inevitablemente a algún episodio futbolístico que conserva en su memoria de hincha irredento. Sin duda, se trata de un libro que disfrutará mucho más el lector que esté un poco versado en el juego del balompié. Con todo, resulta muy interesante la radiografía que traza de los entresijos deportivos y sociales relacionados con el fútbol y, sobre todo, la defensa lúcida y sentida que hace de una devoción muchas veces malentendida por el público ajeno a este deporte. El fútbol tiende a asociarse con la idea de que los seguidores son una panda de descerebrados, seres embrutecidos, vándalos de lo peor, y que los campos son «un agujero infecto en el que habita la escoria de la sociedad», cuando la realidad es que entre esos mismos seguidores hay médicos, profesores, contables... El fútbol está demonizado por culpa de cuatro bárbaros y unos medios de comunicación que a base de sobreexposición termina agotando la paciencia de muchos. Y a estos detractores habría que decirles que sus constantes quejas y plañidos cada vez que hay jornada futbolera resultan tan cansinos si no más.
El conocimiento musical de Hornby también aparece entreverado entre las páginas de esta obra. Son breves referencias, muy tangenciales respecto a la línea argumental, y no en todos los casos significa que le gusten esas bandas mencionadas. Lo más curioso es que a medida que avanza el libro, y con él la edad del autor, las referencias musicales van disminuyendo, como si el hecho de cumplir años conlleve la mengua de la capacidad para emocionarse con las novedades musicales, de modo que ya no se quedan marcadas las canciones con la misma intensidad que en la juventud. Esa es la razón primordial que nos lleva a creer que la música que se hacía en nuestra época era muchísimo mejor que la que se hace en el presente. Aquí Hornby únicamente cita tres álbumes: II de Led Zeppelin, el debut de los Ramones y Singles. Going Steady de los Buzzcoks, y un tema en concreto —«Sailing», de Rod Stewart, otro gran futbolero, que incluso llegó a comprarse un equipo—, así que a excepción de este, los temas de la lista de reproducción de abajo están seleccionados por Gog, atendiendo, eso sí, a la época en que están referidos los artistas; por ejemplo, el Van Morrison de finales de los 70 no el de los 90. El orden de la lista sigue escrupulosamente el orden de aparición en el libro. Faltan los de Led Zeppelin, Beatles y King Crimson porque el servicio en streaming utilizado no los tiene. Para bien o para mal, así es como queda una posible banda sonora de Fiebre en las gradas:
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