Por debajo de Argelia y Libia y encima de Nigeria, se expande geográficamente la República del Níger. Cualquier asociación de ideas que se pretenda establecer con este país estará muy lejos de algo que tenga que ver con la música, y sobre todo con la música electrónica.
Azotado por las sequías cuando no por regímenes dictatoriales, en 1974 el país se hallaba en una de sus habituales convulsiones políticas. Ese mismo año, un delegado ruandés de la UNESCO le regaló al joven nigerino Mammane Sani, a la sazón delegado en la misma organización internacional, un órgano de la marca italiana Orlo. El asunto resultó más serio de lo que en un principio parecía. Sani se quedó absolutamente cautivado por el sonido de ese instrumento y por las nuevas vías musicales que se abrían ante sí; comenzó a experimentar con él y muy pronto se convirtió en uno de los artistas de la vanguardia de Níger.
A modo de muestra, o mejor diríase de presentación, se ha publicado recientemente el álbum Mammane Sani et son orgue. La musique electronique du Niger (Sahel Sounds, 2013), que recoge seis de sus temas más representativos, grabados originalmente en casete a finales de los años setenta y comienzos de la década siguiente. Sin duda, se trata de un ejercicio de arqueología musical que no tiene por qué resultarle interesante a todo el mundo, pero quien sienta curiosidad podrá apreciar esa forma minimalista y fantasmal de pulsar el teclado que tiene Sani, y que es lo único que se escucha, a pelo, pues no hay acompañamiento de ningún tipo. Música folclórica e himnos «pastorales» (en su sentido de cuidador de rebaños) de su país tamizados y reconvertidos por teclados, botones e interruptores.
Hoy día sigue en activo, aunque el sintetizador con que se presenta en los conciertos es un Yamaha actual.
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