En las impresiones que David Byrne recogió en su libro Diarios de bicicleta, Australia aparece como un lugar extraño, donde la naturaleza, siempre al acecho, le recuerda al ser humano su infinita poquedad. Tierras pantanosas, desiertos inconmensurables y toda una reata de animales diríase cuasifabulosos hacen que la gente tenga que vivir confinada en la costa, donde tampoco es que sea demasiado seguro bañarse.
La cebra, ese animal cuyo pelaje ha servido de inspiración para pintar los cruces de las calles, es un équido que habita las sabanas africanas. Pero en Melbourne hay unos Zebras de otra especie que merecen hoy nuestro estudio.
Siesta (Jigsaw, 2014) es su tercer álbum. Contiene once temas de pop de guitarras deliciosos de la primera a la última nota. Es acabar esos 40 preciosos y levitantes minutos y pulsar automáticamente de nuevo el play. Son frescos, emocionantes, tiernos, melódicos, pegadizos, euforizantes… Los cinco primeros —es decir, la cara A si estamos ante el vinilo— conforman una primorosa secuencia como hacía tiempo no se escuchaba. Y de verdad que podría extenderse esa consideración a los once cortes al completo. Es un álbum perfecto, un hit instantáneo todo él.
No puede haber razón alguna para que a alguien no le guste este disco. Es amor a primera escucha. Y por si no bastara con el contenido, el continente es otro enamoramiento inmediato:
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