Podría describirse a The Charlottes como una banda bisagra. Les tocó vivir a caballo entre dos décadas, y puede decirse que entre dos estilos, reflejados a su vez en los dos discos que llegaron a publicar. Empezaron en 1988 haciendo un pop de guitarras acelerado e hipervitaminado, muy agresivo rítmicamente —de la mano, sobre todo, de ese coloso de la batería que era Simon Scott—, pero fresco, vivo y un punto naif y efervescente con el contraste que aportaba la dulce voz de Petra Roddis en medio de aquel bullicio sónico; así quedó reflejado en Lovehappy (Subway, 1989). Luego acabarían evolucionando hacia un shoegaze más estático y con bien de feedback en las guitarras; el resultado se plasmó en Things Come Apart (Cherry Red, 1991). Y ahí terminó todo. Hubo un recopilatorio en 2006 a modo de grandes éxitos que mostraba del tirón las dos piezas de la bisagra.
martes, 24 de marzo de 2015
Ette aquí #63: The Charlottes
Podría describirse a The Charlottes como una banda bisagra. Les tocó vivir a caballo entre dos décadas, y puede decirse que entre dos estilos, reflejados a su vez en los dos discos que llegaron a publicar. Empezaron en 1988 haciendo un pop de guitarras acelerado e hipervitaminado, muy agresivo rítmicamente —de la mano, sobre todo, de ese coloso de la batería que era Simon Scott—, pero fresco, vivo y un punto naif y efervescente con el contraste que aportaba la dulce voz de Petra Roddis en medio de aquel bullicio sónico; así quedó reflejado en Lovehappy (Subway, 1989). Luego acabarían evolucionando hacia un shoegaze más estático y con bien de feedback en las guitarras; el resultado se plasmó en Things Come Apart (Cherry Red, 1991). Y ahí terminó todo. Hubo un recopilatorio en 2006 a modo de grandes éxitos que mostraba del tirón las dos piezas de la bisagra.
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