La mancuniana Jane Weaver continúa nadando en esa confluencia de entre ríos que tanto le gusta: las guitarras eléctricas y la electrónica. Con todo, el tema más esplendoroso de Modern Kosmology (Fire Records, 2017) es decididamente electrónico y casi se diría rompepistas.
En el vídeo que le han hecho a esa «The Architect» se ven algunos edificios brutalistas y modernistas de Manchester, mientras Weaver desgrana la metáfora existencial que nos constituye: nos pasamos la vida trazando líneas y ángulos, que no impiden que tengamos que luchar y caer y perderlo todo.
Van Os Pontas armados con viejos instrumentos analógicos de fabricación brasileña y un buen manojo de pedales y válvulas, adentrándose por la selva al son de un garaje instrumental primitivo. Las guitarras reverberan, el órgano convoca a su alrededor espíritus enloquecidos, y la percusión trae a veces ecos de antiguos nativos.
Y sabor añejo ya desde la propia portada de Fuzz Jangle (Groovie Records, 2016).
La pasión es uno de los motores más fiables para poner en marcha un proyecto. Que luego funcione o no es otro cantar. Pero esa chispa de la ilusión, de la satisfacción de empezar y volcarte en algo en lo que crees, lo enciende todo. El impulsor del novísimo sello afincado en Madrid Meritorio Records es una de esas personas movidas por el arrebato y el entusiasmo. Lo suyo son los discos de vinilo y el indiepop de origen australiano o como australiano, con su bien de jangle, que es hacia donde ha dirigido su primera mirada, ya sea publicando directamente o distribuyendo. Larga vida a este sello y a estas bandas que ahora empiezan.
> Smokescreens – S/t (Meritorio Records, 2017)
Un restallido de guitarra, unas notas de bajo y la batería haciendo una aparición triunfal. I can’t waaaaait. Así
de fulgurante empieza el debut de la banda angelina Smokescreens. Y por
esa senda continúa su álbum homónimo. Todo un tobogán por el que
deslizarse y disfrutar con la seriedad que de niño se tenía al jugar.
El cantante Chris Rosi y Corey Cunningham (de Terry Malts) unieron esfuerzos para grabar un disco que recordase, en lo posible, al sonido Dunedin. Para la grabación, echaron mano de Jon Green a la batería y la producción (Dum Dum Girls), fallecido poco después.
> Last Leaves – Others Towns Than Ours (Lost & Lonesome, 2017)
Hay discos que requieren intimidad, tranquilidad, una escucha demorada pero activa, un regodeo en los detalles, en el tempo, en la profundidad del sonido. No funcionan igual en condiciones jaraneras y bulliciosas, no sirven para complementarse con otras actividades. Pero cuando te quedas a solas con ellos, no quieres que el momento se acabe nunca. ¿Un ejemplo?
Compartir 37 minutos de tu vida con este álbum, de los australianos Last Leaves, es reconfortante, te emociona, te acompaña, te llena. Parece que Marty Donald cante para nosotros y nadie más, mientras que la banda —hay tres miembros de The Lucksmiths— acompasa y nos mece. Delicatessen para el espíritu.
Tiene Will Toledo, con su carita de niño bueno, sus gafas de pasta y su atuendo atildado, pinta de fino empollón, de inteligente a la par que cool; pero se le intuye también un algo de geniecillo arisco, una cara oculta que lo hace aún más interesante. Subyace en ese otro lado oscuro cierto poso de tristeza y de alucinación, que expresa cuando canta. De hecho, representa un enorme contraste el de su voz grave y casi ronca, y su imagen pulcra. Canta arrastrando un poco las palabras, ahora más seguro y liberado, más apasionado, como poseído en no pocos momentos de Teens of Denial (Matador, 2016). Y continúan sus letras nada banales.
El grupo ha conseguido un equilibrio perfecto entre lo contundente y lo melódico. En casi la mitad de la docena de temas, el minutaje sobrepasa los 6’. Y en los más largos, que podrán parecer aburridos al principio, siempre los remontan hacia el final con un clímax, un éxtasis, una entrega que te atrapa. Big ending ante todo.
«Drunk Drivers/Killer Whales» lo resume todo. Una primera parte triste, dolorosa, pura congoja; y hacia la mitad, tras un susurro de órgano, el tema estalla pletórico, con ese arrebatado It doesn’t have to be like this del estribillo.
Matador los ha puesto en el mapa y han apostado fuerte. En ellos, se notan ambición, ganas subir de nivel. Tienen talento y fuerza. Podría apostarse que van a llegar lejos.
La lava, vómito de la Tierra, se vierte, se arrastra, lo arrasa todo, se solidifica y se convierte en roca para siempre. Su forma de lengua viscosa e incandescente, su mística y su indestructibilidad hacen de ella la metáfora perfecta:
1. The B-52's - Lava (en The B-52's, 1979, Island Records) Banda siempre en erupción; o cuando un volcán es una fiesta.Esos ritmos entrecortados, esas voces arrastradas, esas guitarras erizadas. Todo quema. Pura lava en acción.
2. Grandaddy - Lava Kiss (en Concrete Dunes, 1999, Lakeshore Records) Muy lentamente avanza, va conquistando el terreno con parsimonia -la lava nunca tiene prisa-, y cuando menos se espera, un último estertor lo cubre todo. Pop espacial; poética espacial. Escuchar este tema es imaginar a un astronauta abandonado a su suerte en el espacio cotemplando desde su nave un planeta cuya superficie se ha coagulado por completo.
3. El Palacio de Linares - Lava (2016, en Ataque de amor, Pretty Olivia Records) Tiene forma de nana, pero su alma es la de esos diminutos frascos que contienen un veneno mil veces mortal. Lava en el corazón de ella. El nuestro se queda petrificado con esta emocionante y preciosa miniatura.
4. Lidia Damunt- Lengua de lava (2012, en Vigila el fuego, Austrohúngaro) Entre el folclore y el pop atemporal. Atávico pero moderno. Un raudal en el que se conjugan agua, tierra, aire y fuego. Entran ganas de salir corriendo, de huir sin mirar atrás para que no te atrapen tus fantasmas, esa lava que nos devora un poco cada día.
5. El Turronero- Eres lava de un volcán (1980) Lo del álbum New hondo (reeditado en 2017 por Pharaway Sounds) fue un intento de mezclar a Camarón con el cosmic disco y Earth, Wind & Fire (de nuevo los elementos). O como si en Cádiz se hubiese instalado un Studio 54. Este tema, algo menos funk que el resto de cortes, tiene al cante de Manuel Mancheño surcando entre unas percusiones y unos teclados que no paran de hacer continuos arabescos. La suerte es hermosa y se tiene que buscar, dice.