Tiene Will Toledo, con su carita de niño bueno, sus gafas de pasta y su atuendo atildado, pinta de fino empollón, de inteligente a la par que cool; pero se le intuye también un algo de geniecillo arisco, una cara oculta que lo hace aún más interesante. Subyace en ese otro lado oscuro cierto poso de tristeza y de alucinación, que expresa cuando canta. De hecho, representa un enorme contraste el de su voz grave y casi ronca, y su imagen pulcra. Canta arrastrando un poco las palabras, ahora más seguro y liberado, más apasionado, como poseído en no pocos momentos de Teens of Denial (Matador, 2016). Y continúan sus letras nada banales.
El grupo ha conseguido un equilibrio perfecto entre lo contundente y lo melódico. En casi la mitad de la docena de temas, el minutaje sobrepasa los 6’. Y en los más largos, que podrán parecer aburridos al principio, siempre los remontan hacia el final con un clímax, un éxtasis, una entrega que te atrapa. Big ending ante todo.
«Drunk Drivers/Killer Whales» lo resume todo. Una primera parte triste, dolorosa, pura congoja; y hacia la mitad, tras un susurro de órgano, el tema estalla pletórico, con ese arrebatado It doesn’t have to be like this del estribillo.
Matador los ha puesto en el mapa y han apostado fuerte. En ellos, se notan ambición, ganas subir de nivel. Tienen talento y fuerza. Podría apostarse que van a llegar lejos.
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