Me enganchó a la primera en una de las rarísimas ocasiones de estos últimos años en las que me concedí a mí mismo perderme, sin prisa y sin rumbo fijo, por esa República Independiente de la modernez barcelonesa que forman el CCCB y sus calles adyacentes. Creo recordar que lo compré en una de las minúsculas disquerías de la calle Riera Baixa (ni del nombre me acuerdo…), sin saber quiénes eran ni de qué palo iban. Me bastó con pararme sobre la llamativa foto de la portada: una especie de paseo perdido de la mano de Dios, al lado de una vía de tren y lo que parece ser una estación vieja y destartalada junto a un aparcamiento. La luz sepia de un instante fugaz que lo mismo podría ser del amanecer que del atardecer y los escuetos nombres rotulados del grupo y del disco. Un conjunto que te deja una sensación extraña y ambivalente, como de tristeza y nostalgia mezclada con la excitación de perderse por recovecos que no conoces. Naturaliste (LLR, 2003), de The Lucksmiths.
Es de esas veces en que la portada simboliza y anticipa lo que te vas a encontrar al echártelo a las orejas: canciones pop sencillas y directas, de factura impecable y hondura emocional. De referencias tan inmediatas que tienes la sensación de haberlas escuchado antes un millón de veces, pero que al mismo tiempo rezuman frescura y personalidad. De unos tipos que juegan en la liga australiana y deben ser ahijados de The Go-Betweens y primos hermanos de Belle and Sebastian, con un cantante que entona como Roddy Frame (Aztec Camera), Michael Head (The Pale Fountains), Paul Heaton (The Housemartins), Steven Page (Barenaked Ladies) y tantos otros de mis héroes de la cosa tierna. Y que homenajean hasta en el nombre a The Smiths, a cuyo estilo le dan la vuelta como a un calcetín: cantar cosas tristes sonando alegres.
Sin embargo, no les hice demasiado caso. Me limité a pasarme al móvil esa delicia titulada «Camera shy» y a sonreír con esa broma al clásico de Morrissey y Marr que titularon «There is a boy that never goes out». Y me olvidé ipsofactamente de ellos.
Si los hubiese descubierto en 1993 ni siquiera me hubiera hecho falta escucharlos en la BBC ni mercarme su discografía en algún mercadillo de Camden Town, como Ticket Loser con Stereolab. Con leer alguna reseña de mis pedantes preferidos del Rockdelux y darme una vuelta por Discos Del Sur me habría puesto rápidamente al día. Los habría evaluado en directo en sus primeras visitas, me hubiera regocijado con eso tan curioso de que Tail White canta de pie y aporrea la batería al mismo tiempo, habría sabido que no sólo bromearon con «There is a light that never goes out», sino que también firmaron la mejor versión que se ha hecho jamás de esa maravillosa canción, y les habría seguido en su crecimiento hasta el grandioso «Warmer corners».
Pero era 2003. La edad, el vivir en Barcelona y no en Madrid, el aburguesamiento, el viajar mucho y el ir a conciertos poco, vaya usted a saber… Lo cierto es que los redescubrí demasiado tarde. Justo cuando se separaban.
Y es que, amigo Gog, cuánta razón tienes: hubo un tiempo en que bastaba con una portada. Lo hubo. Pero a mí esta vez no me bastó.
[Autor del texto: Jose Antonio Casla]
1 comentario:
Qué curioso: con las horas q hemos gastado tú y yo hablando de música (muchas de ellas de pie viendo conciertos) y no recuerdo el nombre de los Lucksmiths en nuestras conversaciones.
Y curioso porque para mí también han sido un descubrimiento tardío. Y coincido contigo: de haberlos descubierto en otra época hubiera hecho también con ellos todo lo que dices.
Al menos me dio tiempo a llegar a su último concierto en la gira de despedida.
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