Tom Vek canta de una forma desmadejada y toca unos viejos teclados que parece se haya encontrado en la calle destripados y los haya reparado él mismo, todo para dar sensación de pretendidamente viejo y analógico. Es de los que piensa que la modernidad está en lo antiguo; no en lo retro, que no es lo mismo. Lo retro es una recreación, una imitación. Vek no imita ni recrea. Quiere que su sonido sea modernamente antiguo, o antiguamente moderno. Y consigue resultar hipnótico.
En este su segundo disco (Leisure Seizure, 2011), aunque sin los momentazos del primero (We Have Sound, 2005), insiste en esa idea de electrónica añeja, adobada con ritmos machacones a base de post-punk + baile e indie rock + new wave. Que el vídeo de «A Chore», una buena muestra de ese cóctel suyo, no engañe a nadie: él toca todos los instrumentos en el álbum y no hay chica que valga.
En este su segundo disco (Leisure Seizure, 2011), aunque sin los momentazos del primero (We Have Sound, 2005), insiste en esa idea de electrónica añeja, adobada con ritmos machacones a base de post-punk + baile e indie rock + new wave. Que el vídeo de «A Chore», una buena muestra de ese cóctel suyo, no engañe a nadie: él toca todos los instrumentos en el álbum y no hay chica que valga.
Gog se muere por ver en directo a este gafotas londinense, del que curiosamente recuerda con nitidez cómo lo descubrió: era una recomendación de Colin Newman (Wire) en una entrevista para Mondo Sonoro hace seis años.
Usa de gafas unas Anglo American Optical.
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