Primero dos aseveraciones generales que a continuación se tratará de darles sentido y unión:
1. Qué grandes fueron los Pixies.
2. Si vas a hacer algo, hazlo, a tope. La actitud lo es todo.
Como si fuera la última noche en la tierra, como si fuera lo último que hiciera en su vida,
Micah P. Hinson, cantautor alternativo de folk y de raíces en su CV, se partió anoche el pecho dando vida sobre un escenario al
Trompe le Monde (4AD, 1991) de los
Pixies de cabo a rabo.
Fue el concierto que tuvo que aplazar este verano tras un accidente de coche. Ataviado aún con cabestrillo, con pinta de un Woody Allen pero con histriónicas gafas a lo Devo (de pasta blanca las de Hinson), una camiseta de asillas y un pañuelo rojo asomando por un bolsillo trasero del pantalón, rugió como un león que se hubiera puesto hasta la melena de coca y aulló como un mono al que le estuvieran emasculando sin anestesia, mientras la banda de acompañamiento, los zaragozanos Tachenko, trataban de seguirle el ritmo y acoplarse a sus extravagancias. Y no importó que a veces no se le entendiera ni una puta nada. Gigapunk el tío. Y es elogio.
A mitad del álbum de los Pixies, se supone que para alargar el minutaje del concierto, interpretaron una versión de
The Jesus & The Mary Chain. Para el bis, una canción de Hinson y versiones de
Dylan y
Richard Hawley. Para el segundo y muy pedido bis, otro tema propio cantado a capella, cosa que al parecer le tenía algo nervioso porque era la primera vez en su vida que lo hacía en un directo. Y es que fue un conciertazo y él captó la repercusión que había tenido entre el público.
(Gog lamenta no haber tenido más pericia anoche con la cámara. En cuanto haya disponible una foto mejor, esta irá a la basura.)
Parece este un buen momento para detenerse algo más en la figura de este friqui de Memphis. Con su
azarosa biografía se podría hacer una película o escribir un libro. Pincelémosla con unas cuantas palabras sueltas: viuda negra, falsificación de recetas, cárcel, vagabundo, grave lesión de esplada, varios discos...
Por su parte, no sólo escribe canciones; también le da a la literatura. Tiene publicada una novelita muy recomendable,
No voy a salir de aquí (Alpha Decay, 2010), un centenar de páginas que sirven de pasarela a seres marginales cuyas vidas están un paso más allá de la línea de la normalidad —entendida esta como las costumbres de la mayoría—, una caterva de alcóholicos anónimos, flamantes perdedores, almas a la deriva y mucha carretera secundaria. Está escrita con un estilo sencillo, aderezado de cuando en vez con una pizca de lirismo, tristeza y sorna.