El mundo no entiende de lógica, es una canción (p. 241).
Poseer el sentido de la vista no implica necesariamente saber mirar. Mirar es interpretar; poner la vista sobre algo o alguien es sólo un acto físico. Mirar está directamente emparentado con observar, y quien observa, comprende. Quien sólo ve, no llega al discernimiento. Después de leer Diarios de bicicleta (Reservoir Books, 2010), resulta muy evidente que David Byrne pertenece a la estirpe de los observadores.
Este libro no es un diario en su sentido estricto, sino que se trata más bien de un libro de viajes. La curiosidad principal es que Byrne, allá donde va, suele incluir en su equipaje una bicicleta plegable, con la que pasea por todas esas ciudades del mundo en las que ha estado, de Manila a Buenos Aires, de Adelaida a Berlín, de Londres a Estambul… Aupado en el sillín y a base de pedales, contempla los edificios, las calles, la gente que las puebla, y eso le sirve para aplicar con perspicacia e inteligencia, y enorme talento literario, la riada de conocimientos que posee este artista —músico es una palabra que se le queda corta— y sus imponentes dotes de observación. Así, reflexiona sobre cuestiones tan dispares como urbanismo, arquitectura, comportamiento social, zoología, arte, historia, política, etc. En el último capítulo, dedicado a Nueva York, su ciudad, se muestra como un activista del empleo de la bici en las ciudades y explica los movimientos ciudadanos en los que anda metido para implantar un sistema de movilidad más racional.
La música también está presente, de manera especial en el capítulo sobre la capital argentina y en las páginas dedicadas a su viaje por Filipinas, adonde viajó para empaparse de la cultura del país de la esposa del dictador Ferdinand Marcos, Imelda, figura esta que le sirvió para componer y grabar junto a Fatboy Slimm el álbum Here Lies Love (2010). Por lo demás, las referencias que vierte Byrne a lo largo de estas páginas no significa, a la fuerza, que se traten de sus preferencias musicales; a veces no es más que el testimonio de lo que oye o ve en la calle cuando pasea en bicicleta: Los conductores de yipnis adornan sus vehículos con nombres y dichos. En uno de ellos leo «Simply the Best», que alude sin duda a la canción de Tina Turner.
Además de esta última, las referencias expresas que aparecen mencionadas son las siguientes: el álbum Tropicalia de Caetano Veloso; «He Got What He Wanted (But He Lost What He Had)» de Little Richard; «8 Mile», de Eminem; «Kilo», de Ghostface Killah; «Psycho Killer», de Talking Heads; el álbum Segundo, de Juana Molina; «Todo cambia», de Mercedes Sosa; «Trapped in the closet», de R. Kelly; «In Da Club», de 50 Cent; David Byrne & Fat Boy Slim: Here is Love; «Burning Down the House», David Byrne & Brian Eno;
«Tie a Yellow Ribbon», de Dawn; «Climb Every Mountain», de Tom Jones; «Pennies From Heaven» (no dice en qué version, aunque habla de «un toque jazz», lo cual no es decir mucho tratándose de un stardard de jazz); y «Bycicle Race», de Queen.
El resto de referencias atañen únicamente al nombre de los artistas. Siguiendo rigurosamente el orden de las citas y completando esos nombres con temas escogidos por Gog, una banda sonora posible de Diarios de bicicleta podría ser la que sigue (a falta de Tracey Ullman, Ghostface Killah y Tom Jones):
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