La esquizofrenia es tal desorganización neuropsicológica que acaba con el pobre que la padece viviendo una realidad paralela, una realidad alterada por el propio individuo a base de alucinaciones y psicopatías. Debe de ser terrible vivir en un mundo lleno de sombras que no existen, verse acechado por lobos de humo que nadie más ve.
F. Scott Fitzgerald supo de sus consecuencias, pues su mujer, Zelda Sayre, fue hospitalizada por esquizofrenia en un sanatorio en Baltimore en 1932. Para estar cerca de ella, el escritor alquiló una villa en la zona residencial de Towson, al norte de la ciudad. Allí escribió Suave es la noche (Tender Is The Night, 1934). La novela tiene ciertas similitudes autobiográficas; narra la historia del ascenso y caída de Dick Diver, un joven y prometedor psicoanalista, y su mujer, Nicole, quien al mismo tiempo era una de sus pacientes.
A quince mil kilómetros de distancia, en Melbourne, existe una realidad paralela de mismo nombre. La banda Dick Diver —que se bautizó así por el personaje de Fitzgerald, evidentemente— tiene la virtud de sanarte. El título de su tercer disco es Melbourne, Florida (Chapter Music, 2015), que como se ve traza en parte la misma línea cartográfica que acabamos de dibujar. Escuchando la algo claustrofóbica «Competition», con esos teclados lúgubres y ácidos, el precipicio para caer en la locura y la neurastenia estaría servido. Pero Dick Diver es básicamente una banda de jangle, como se aprecia desde el primer corte, la impecable «Waste the Alphabet». Le sigue una pieza delicada, en la que la batería de Stepnanie Hughes marca una senda por la que la voz y las líneas de guitarra pasean plácidamente hasta que al final entra una trompeta memorable. Y por si no hubiera sido lo suficientemente bonita, le sigue «Leftlovers», ahora con la voz solista de la propia Steph, que también cerrará el álbum. En «Beat Me Up» ya hay una presencia seria del sintetizador. Tras una especie de interludio —«Resist»— las guitarras y el bajo de Rupert Edwards, Alistair McKay y Al Montfort trenzan otra emocionante pieza llena de sentimiento y delicadeza. Como en «Private Number» (qué piano), o como el ritmo contagioso de «Tearing the Posters Down» o como cualquiera de los doce cortes que componen este vergel.
En las letras hay referencias constantes a la televisión, sobre todo a la tele vista por la noche, cuando la soledad se hace más presente e inevitable y se necesita más que nunca de la compañía de una voz que nos aletargue. Apaguémosla; con Melbourne, Florida no la necesitamos, nos sentiremos bien acompañados y a salvo de la locura.