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viernes, 10 de abril de 2020

Intangibles #8: No Middle Name

Partiendo objetivamente de unos estándares de calidad muy similares, ¿de qué depende de que un álbum tenga repercusión y otro no? ¿O por qué mientras unos acaban publicándose en formato físico, otros se mantienen colgados en el limbo de la red de redes (formato digital lo llaman)? Entre el manojo de factores implicados en el asunto, no estar en el sitio adecuado en el momento preciso quizá sea el más determinante. 


Tal vez eso sea lo que le ocurra a David Bailey con su proyecto No Middle Name, que incomprensiblemente tuvo que sacar su segundo disco en unas tristes y limitadas copias en casete (50) y, aún peor, CDr (100) hace tres años sin que apenas se inmutara el personal. Quizá si nos remontásemos una década y a Londres, ahora Fondness luciría como merece, en un colorido y pletórico vinilo o al menos en una edición de mayor enjundia. Y más importante, habría tenido mayor audiencia. Pero Bailey vive y graba en St Leonards-On-Sea, pequeña villa ubicada en la costa al sur de la capital, en paralelo a localidades de la zona más conocidas como Portsmouth y Brighton. Y pese a ser un disco profundamente melódico, y por tanto, atemporal, en ciertos momentos su sonido nos retrotrae a la efervescencia indie de mediados de los años noventa en Inglaterra. 



Sin embargo, no hay razón para que este disco no sea más conocido. Fondness funciona de principio a fin como un estupendo álbum de pop, y tiene temas para quedarse enganchado en ellos durante días. Avanza incansable, sin desfallecer y sin que mengüe el interés, manteniendo al oyente siempre atento ya sea a base de canciones de pop excelsas o tirando del reverb y el fuzz y apelmazando los teclados en determinados momentos. 

Son once canciones compuestas, producidas e interpretadas por Bailey, a quien sólo secunda Claire Brock tocando la batería; más la voz de Samantha Whates en tres cortes. Y todo ello conforma una maravilla autoproducida de pop indie muy británica; que sean o no el momento adecuado y las circunstancias apropiadas, lo cierto es que está en el mundo para engalanarlo con gusto, clase y distinción. 

Escucharlo mientras –ojalá– algún sello discográfico por pequeño que sea piensa en reeditarlo en mejores condiciones, es hacerle justicia. 

domingo, 2 de abril de 2017

Ellas llevan el ritmo #73

La remesa de mujeres que se ponen detrás de los tambores no deja de aumentar. A continuación, algunas de las que hemos podido ver sobre un escenario en los últimos tiempos:

> Emma Wigham, alma, faro y motor de Witching Waves. Es de golpe poderoso y entrega total. Además, es la cantante.

  Taboo, Madrid PopFest marzo de 2017

> Riley Jones lleva el ritmo de The Goon Sax, banda de Brisbane que practica un indi-pop de manual, que para algo el líder lleva el apellido de Robert Foster.

Teatro del Arte, 22 de septiembre de 2016


> Jaca Freer, del grupo totalmente femenino Colour Me Wednesday.

Taboo, Madrid PopFest marzo de 2016

> Claire, acompañante para dar profundidad al punk con casiotone del canario Grosgoroth, de quien debería hablarse mucho más.

Moby Dick, 24 de marzo de 2017

> Yanara Espinoza (Papaya) deja su habitual guitarra y se pone a aporrear de lo lindo y más que bien acompañando a Anntona. De hecho, ha sido la batería en la grabación del hilarante e inteligente último disco de este.

Moby Dick, 31 de marzo de 2017

> Sandra, en Caliente Caliente. Aún sin disco en formato palpable. Siempre sonriente, hace que parezca fácil tocar la batería. Y también canta.

Moby Dick, 24 de marzo de 2017

> El dúo Ultimate Painting suelen contar con un chico en la batería en sus conciertos, pero en el festival Tomavistas aparecieron acompañados de una chica a la que no me ha sido posible identificar.

Parque Enrique Tierno Galván, mayo de 2016

(Las fotos son cosecha propia, así que lamentamos la escasa calidad que tienen. En cambio, sirven muy bien para mostrarlas en plena acción y en su momento.)

viernes, 20 de noviembre de 2015

¿Y tú de quién eres? #25 // Cosas de hermanos #75: Minuit


Las parejas sentimentales que forman un dúo musical es un género en sí mismo. Los ha habido en todas las épocas y los sigue habiendo: Iker & Tina Turner, Chrisma, Everything But The Girl, Mates of States, The Rosebuds, Souvenir, Klaus & Kinski... Rizando el rizo, hasta se da el caso de bandas formadas por varios emparejamientos —léase Abba, Fleetwood Mac o The Mamas & The Papas—, con el subsiguiente lío. Aunque a veces, incluso con la ruptura como pareja de por medio, se mantiene el combo, que una cosa es el amor y otra los negocios. 

Catherine Ringer y Frédéric Chichin se enamoraron hasta las trancas en 1979; al año siguiente ya estaban dando conciertos juntos como Les Rita Mitsouko, ella a la voz y él a la guitarra y los sintes. Extravagantes al máximo, consiguieron llamar la atención con su look a base de anoraks fluorescentes o bolsas de plástico de Félix Potin (como ponerse aquí unas de Galerías Preciados) y su ecléctico synth-pop, que en ocasiones aderezaban con ritmos latinos, pizcas de jazz o lo que hubiera por encima de la mesa en la que cocinaban sus ideas. Dejaron un porrón de elepés y tres retoños, de los cuales dos siguen ahora los pasos musicales paternos como Minuit, si bien se presentan con los apellidos paternos por separado: Simone Ringer y Raoul Chichin.

Están empezando, por lo tanto su obra es aún exigua; de momento se reduce a un EP en formato digital y un vídeo. Evidentemente es poco material para juzgarlos, pero se entrevé la misma genialidad e irregularidad que tenían sus padres, que siempre fueron más de buenas canciones que de discos redondos. Así, el tema que abre el EP de Minuit te atrapa de inmediato y no hay duda de quiénes son hijos, musical y biológicamente hablando: 



En los tres temas siguientes hay que escarbar un poco para encontrarles la originalidad. Tienen menos chispa y son mucho más acomodados; en ninguno falta un pequeño solo de guitarra. Al final vuelven a bordarlo en «Sur Les Berges», una pieza mayúscula de pop francés de suntuosa instrumentación.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Intangibles #5: Pretty Sad

La burbuja del ladrillo. 
La burbuja de los cigarrillos electrónicos. 
La burbuja de las hamburguesas. 
La burbuja de los discos de vinilo. 

Toda resurrección convertida después en moda acarrea un exceso —a la fábula bíblica nos remitimos—. Esta otra que se vive hoy con los vinilos no sólo tiene los precios sobrehinchadérrimos, sino que la producción no da abasto. Cuando explote se va a oír en Urano. 

Las discográficas han optado por sacar tiradas muy pequeñas de manera que eso facilite su venta total y en el menor tiempo posible, lo cual les permite seguir editando otros discos. Pero por muy pequeñas que sean las tiradas, la proliferación de sellos discográficos que ahora se dedican al vinilo es tal que, a cuatro meses vista del Record Store Day, muchas fábricas de vinilo ya no aceptan más encargos hasta entonces. Así pues, las discográficas se encuentran ahora mismo atrapadas: les gustaría publicar más pero no hay forma. Y la que no quiera esperar, tendrá que inclinarse por otras estrategias, como ha hecho la estadounidense Shelflife con la banda Pretty Sad

(...) due to the timeline challenges we're currently facing with vinyl production, we just couldn't justify the wait. So we instead decided to share these tracks digitally as a teaser to their full length album, to be released later in 2015. 

Una lástima, porque las tres canciones que se presentan digitalmente como adelanto hubieran conformado un precioso Pretty Sad EP, que así es como lo han titulado aunque sea de forma virtual. Pretty Sad es un trío de muy diferentes procedencias y asentamientos. Victoria (voz y guit.) Luke (bajo) Maxim (guit.) —desde Escocia, Inglaterra y Dinamarca, aunque no necesariamente en ese orden— intercambian sus ideas y archivos musicales por Internet. El resultado es un dream pop cálido, en el que las voces planean y las guitarras suenan como campanas celestiales.

domingo, 20 de abril de 2014

Dime qué lees y te diré cómo se llama tu banda #26: Grushenka


En cualquier caso, literatura rusa. Porque Grushenka —la banda de Xavi (voz y guit.), Laia (tecs.) y Nil (bat.)— hace referencia o a la novela erótica anónima rusa de mismo nombre o al personaje femenino principal de Los hermanos Karamazov. En lo musical, el trío barcelonés lleva a cabo un rock guitarrero deudor, entre otras cosas, de bandas señeras de los 90 a lo Mercromina, el noise pop y la mirada fija en los pies. 

Han publicado un primer álbum, Técnicas subversivas (El Genio Equivocado, 2012) y, recientemente, un single —de momento sólo en formato digital—, que anuncia ciertos aires nuevos, con mayor frescura y personalidad creativa. Un enredo mucho más interesante:

Bandcamp

sábado, 22 de febrero de 2014

Dime qué lees y te diré cómo se llama tu banda #25: Lispector


Dejó escrito la brasileña Clarice Lispector que cercenarnos los defectos puede ser peligroso, porque nunca se sabe cuál es el defecto que sostiene todo nuestro edificio. 

No sabemos cuáles sean los defectos de Julie Margat, pero sí que esta cantante y compositora francesa es una ferviente lectora de la obra de Lispector. Tan es así que de nombre artístico se ha bautizado con ese apellido. Lispector no es una banda; Lispector es Julie y sus instrumentos. Esta mujer-orquesta y de titánica independencia lleva grabando en un cuatro pistas casero y autoeditando casetes y CD-r desde 1996. El último hasta ahora, Life without a map (autoeditado, 2013), continúa con su pop de dormitorio cantado en inglés, acompañado por una guitarra y unas bases electrónicas con las que recostarse y dejarse adormecer, a la espera de que venga y te mezcle con champán.

 

martes, 16 de julio de 2013

La influencia del centeno en la cultura popular #23: Tirana


Piano, melódica, otros cachivaches y la voz de Olivia, ex Gúdar, que da el salto en solitario como Tirana, de momento sólo en formato digital. Minimalismo y mundo propio.

«Kurt» es el segundo tema del EP Vas a morir. Y como Tirana tiene el buen criterio de colgar las letras en su bandcamp, comprobamos que ha leído El guardián entre el centeno y que le pasa con la gente como a Holden: 

Puede que tengas razón 
y el problema sea yo,
que me pasa lo que [a] Holden con la gente. 

Y ese Kurt del título no es otro que el líder de Nirvana

Puede que tengas razón 
y el problema sea yo, 
que me pasa lo que [a] Kurt Cobain con la gente.

sábado, 18 de mayo de 2013

Intangibles #1: Hazte Lapón

Tiene Gog un dilema cuasi-existencial que tal vez no sea otra cosa que una querencia viejuna suya algo desfasada. El caso es que aún le cuesta considerar ‘álbum’ a un disco que sólo existe en formato digital. Para Gog, el concepto de álbum implica un soporte físico que pueda tocarse, admirarse, degustarse, que termine de completar y de dar sentido a la obra. ¿De verdad puede tenerse por disco a un puñado de canciones desprovistas de ese envoltorio fundamental? Estas reflexiones vienen a cuento porque lleva Gog unos meses luchando consigo mismo a raíz de la salida exclusivamente digital de Bromas privadas en lugares públicos (autoeditado, 2013), el debut de Hazte Lapón. El yo clásico de Gog se resiste a comentarlo a la espera de que ojalá el disco algún día tenga una edición palpable; pero quizá haya llegado la hora de empezar a tener en cuenta el signo de los tiempos. Vayamos, pues, con él. 


Hazte Lapón es un sexteto de orígenes diferentes afincado más o menos en Madrid y que gira en torno a la pareja Manuel «Lolo» González —de bastante parecido con Will Oldham— y Saray Botella. Lo primero que llama la atención es el nombre del grupo, compuesto por un verbo y no por el habitual sustantivo o sustantivo + adjetivo. Laponia la puso hace poco de moda cierto politicastro o similar que aconsejó, miserable e inmisericorde él, que si hay trabajo allí y no aquí, lo que tendrían que hacer los españoles es aceptar esas ofertas laborales al lado del Polo Norte, así que podría pensarse que el nombre de Hazte Lapón es un guiño crítico a dicha situación social, pero lo cierto es que hace referencia a un antiguo anuncio de ginebra; esto nos pone sobreaviso: hay detrás un bagaje. Trasladado a sus canciones, este acervo comprende toneladas de cultura popular, músical (horas y horas escuchando pop, post punk, new wave, noise, shoegaze…) y académica, pues no en vano Lolo y Saray son médicos de carrera, lo que explica la terminología clínico-sanitaria que aparece en algunos títulos y letras de las canciones. Lo mismo te hablan de Elsa Pataky que de líquido amniótico mientras un vendaval sónico te arrastra a lo Boo Radleys.

Las letras, de un existencialismo tragicómico y corrosivo, son uno de sus puntos fuertes, líneas que calan de inmediato porque resulta muy fácil sentirse identificado con lo que dicen. Más que cantadas, están interpretadas, porque Lolo no será un buen cantante e incluso a veces no se le entenderá bien, pero es un intérprete. Esto es algo muy de agradecer en un mundillo ibérico indie tan tendente al canto monocorde, plano, apático, y a pasarse los conciertos sobre un escenario mirándose los pies. Lolo pretende dar vida a las letras, intenta adaptar el tono a lo que canta, lo gesticula, le insufla sentimiento, lo baila (debería soltarse aún más). 

Siguiendo el enlace, puede escucharse el disco al completo en streaming. Se aconseja hacerlo con auriculares y a todo trapo; es toda una experiencia. Ahí están «Muerte en Bangkok» exultante, ruidosa y melódica a la vez; el festivo punteo de guitarra (Omar A. Razzak) de «Operas sin dolor»; «En construcción», con un bajo (Jesús Rodríguez) mandando en el cotarro, acompañado de una melódica que flota alocada y feliz, y un noise final abrasador que da la impresión de demolición, en contraste con lo que pregona el título (Tenemos un problema en construcción, / si sigues a mi lado puede que tenga solución); el ritmazo de «Sólido»; «Siempre fui el último al que cogían al fútbol» es, sencillamente, tremenda, con esa guitarra y ese piano a toda velocidad, esa interpretación lastimera, esa letra con la que tantos se sentirán identificados (los indies no son unos deportistas de primera que digamos: llevaba el pelo a lo Robert Smith en el instituto); y «Métodos anticonceptivos», el hit, la canción pop, con el vistoso teclado de Saray, uuuuuuuhhhhhhhhs embelesadores y el estribillo mordaz: Esto no puede ser / santa María tomándo el pelo a san José (esto se dice poco, por cierto).


Violines, pianos, trompetas, la batería de Rosa Ponce (también en TigresLeones), cachivaches mil, reverbs, distorsiones más un puñado de arreglos bien ideados —obra de Raúl Querido en su mayoría— llenan los trece temas, un festín instrumental y sónico no apto para almas poco polifónicas. En fin, Gog se atreve a apostar por esta banda claramente emergente en la escena musical underground, recambio generacional con fuerza e ideas y con una enorme capacidad para domar el caos y el frenesí.