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sábado, 28 de enero de 2023

Sales en mi canción #103: Tom Verlaine y Television

Nada nuevo es contar que Thomas Miller adoptó el nombre artístico de Tom Verlaine en honor del poeta francés Paul Verlaine. El mismo Tom fue un poeta tocando la guitarra, con ese rasgueo lírico con el que conseguía sacar el alma del instrumento. No ha habido una guitarra eléctrica tan lírica y expresiva como la suya. 

Siguiendo con los nombres, tras empezar las andanzas musicales como The Neon Boys junto a Billy Ficca y Richard Hell, no mucho después, cuando se les unió Richard Lloyd, pasaron a llamarse como les recordará siempre la historia. Verlaine siempre ejerció de líder y compositor principal del grupo, al que tenía por propio y más que propio. No sería de extrañar que pasar a llamarse Television no fuera secretamente una artimaña suya, pues las iniciales de su nombre coinciden con las siglas internacionales del televisor: TV. 

Nada en su obra, ya sea como Television o como Tom Verlaine en solitario, alcanza la excelencia de Marquee Moon (1977). Es un disco emocionante, que es de los mejores apelativos que puede recibir cualquier obra artística. En casa suena muy a menudo, pero de forma regular lo hace también alguno de sus discos en solitario, sobre todo Cover (1984), que fue el que más me marcó. Y fue así no porque lo considere mejor que su obra suma, sino porque su publicación coincidió con mi tiempo y «Let's Go To Mansion», «O Foolish Heart» y, principalmente, «Swin» me arañaron por siempre. Descubrir Marquee Moon y admirarlo vino luego. 


Las muestras de respeto de ayer por su fallecimiento dejan ver cuánto influyó en otros músicos. Alguno llegó a bautizarse como The Verlaines en su honor. Otros le dedicaron canciones o lo mencionaron en sus letras. Valgan de ejemplo las cinco que siguen a continuación. 

> Family Cat: Tom Verlaine, que fue como se tituló su primer single (Bad Girl, 1989) 

April the 7th, 1979 
Didn’t we breakfast together? 
We celebrated my seventeenth 
And heard Tom Verlaine together 

> The Go-Betweens: Sang About Angels, en The Friends of Rachel Worth (Clearspot, 2000). ¡Hacen rimar Cobain con Verlaine! 

When she sang about a boy 
Kurt Cobain 
I thought what a shame 
it wasn't about Tom Verlaine 

> Alvvays: Tom Verlaine, de su reciente Blue Rev (Polyvinyl, 2022) 

You were my Tom Verlaine 
Just sitting on the hood 

> Tom Tom Club: Downtown Rockers (Earmusic, 2012), en la que citan toda una ristra de bandas cuya influencia fue determinante para ellos. 

> Una Sonrisa Terrible: Lecturas recomendadas, desde Valencia acordándose de ellos un grupo que mereció más.

viernes, 21 de agosto de 2020

5 sobre... #43: baseball

Es el béisbol un deporte de lo más peculiar y mucho más complicado de lo que parece. ¿Dar a una pelota con un palo? Pues bien, es tal su dificultad que el jugador que consigue batear una media de un 33% de los lanzamientos que le hacen los pitchers está considerado un portento. Nadie en la historia ha conseguido acabar su carrera deportiva con un 40% de aciertos al bate (el récord en una temporada se ha alcanzado dos veces con un 39%). Estos guarismos, en cualquier otra modalidad deportiva, serían inadmisibles. Un alero que no encesta ni la mitad de sus tiros, un tenista que no mete ni la mitad de sus primeros saques, etc., son peor que mediocres. En béisbol la mediocridad la marca la "línea Mendoza", es decir, conseguir un 20% de bateos o menos. El nombre proviene del jugador mejicano Mario Mendoza, muy buen defensa pero un colador con el bate, que acabó su carrera con un 21% de promedio. Antes de la era de Internet, en las ediciones dominicales de casi todos los periódicos de Estados Unidos, las secciones de deportes incluían un listado de los bateadores y sus promedios de bateo; como no había espacio suficiente para ponerlos a todos, los periódicos no publicaban la lista completa de bateadores y se detenían cuando llegaban a los del .200, donde con frecuencia aparecía el nombre de Mario Mendoza. La expresión the Mendoza line la acuñó un compañero suyo en los Mariners. Hoy día, cruzarla determina, simplemente, que eres un pésimo bateador. 

En Athens, a mediados de los años 90, Andres Galdames, John Troutman, Lori Carrier, Margaret MauricePaul Deppler pensaron que era una buena acuñación para el nombre artístico de una banda. The Mendoza Line tuvieron vida discográfica de 1997 a 2007; casi una decena de discos, alguno de ellos muy por encima de la línea Mendoza del pop independiente (por ejemplo, We’re All In This Alone). 



Si darle a la pelota no es sencillo, defender también tiene sus aprietos. Para empezar, es necesaria una gran coordinación corporal y después saberse coordinar con los compañeros. Yo La Tengo también tomaron su nombre de una anécdota beisbolera, en este caso relacionada con los problemas que puede haber en defensa. Durante la temporada de 1962, Richie Ashburn, el centerfield de los New York Mets, estuvo a punto de colisionar con el short stop Elio Chacón, cuando ambos trataban de coger una bola en el aire. Ahsburn gritó “I got it”, pero Chacón solo hablaba español así que al final Ahsburn tuvo que aprender a decirlo en español: “yo la tengo”. Unos cuantos partidos después, en una situación similar, Ashburn dijo ese “Yo la tengo” recién aprendido, sin percatarse que el leftfielder, Frank Thomas, no sabía español y terminó chocándose con él. Al final, todo el equipo tuvo que aprender la frase en español para que sus jugadores no terminaran chocándose entre ellos a la hora de correr a coger una bola.

Cumpliendo con lo que promete su nombre, mucho más allá han ido The Baseball Projectla superbanda formada por Peter Buck, Steve Wynn, Linda Pitmon y Scott McCaughey. Aún en activo, llevan cuatro discos de estudio más uno en directo dedicados en exclusiva todos ellos a cantar las hazañas del mundo del béisbol americano: sus leyendas, sus míticos registros y en general todo un anecdotario propio del abuelo Cebolleta. Es un deporte que se presta mucho a ello.



Dejando constancia de los discos de The Baseball Project, en los que cualquiera de sus canciones serviría para ilustrar el tema, destacaremos a continuación otras cinco compuestas por otros tantos artistas a los que alguna vez les llamó la atención el asunto beisbolístico.

Pavement - Major Leagues (en Terror Twilight, 1997)
El título se refiere a la liga de baseball o MLB en sus muy conocidas siglas. Amores de primera división para el último álbum que grabaron. Un bonito medio tiempo.


> For Stars - Baseball (en el CD single How It Goes, 2001)
A estos californianos se les cita escasamente y se les revisita aún menos, así que es esta una ocasión pintiparada para reivindicarlos. Estuvieron poco tiempo funcionando, pero ahí dejaron cuatro placenteros discos.

> Belle And Sebastian - Piazza, NY Catcher (en Dear Catastrophe Waitress, 2003)
Los únicos de la lista que no son estadounidenses, y se convendrá en lo curioso que resulta ver a los de Glasgow acudir a un legendario catcher de los Mets como fuente de inspiración. Canción acústica, aparentemente menor, con referencias ambiguas y mención al "Walk Away Renee" de The Left Banke, que al poco vesionearan con mucho éxito los Four Tops.


> Kanye West - Barry Bonds (en Graduation, 2007)
"And here's another hit, Barry Bonds", canta West. Los días en que jugaba Barry Bonds, en la bahía de San Francisco había gente en barcas esperando a recoger alguna pelota que sacara del campo de un batazo el muy bestia; lástima que el final de su carrera se viera enturbiado por un quítame de allá esos esteroides.
Y West marcándose otro home run con este disco. 



> Chuck Prophet - Willie Mays Is Up At Bat (en Temple Beautiful, 2012)
Qué buen tipo parece Chuck. Se le ve noblote. Y en concierto es un entregado intérprete. De ese electrificado y vibrante álbum, entre los mejores que ha hecho, sobresale este recuerdo a un bateador mítico de los Giants de San Francisco, ciudad de acogida del propio Prophet.

 

NOTA: No es España país para las cosas del béisbol, pero al menos Coz grabaron "Bate de béisbol" en 1982. Para amigos del jevi carpetovetónico.

domingo, 15 de diciembre de 2019

Ellas llevan el ritmo #80 // ¿Y tú de quién eres? #30: Automatic


Un bajo, una batería y un sintetizador. Nada más. No, no hay guitarra. Además, bajo palpitante, espeso; batería seca, metronómica; sinte oscuro, crujiente. Es decir, lo que en otra época era el post-punk. 

Las baquetas son cosa de Lola Dompé. Las cuatro cuerdas las pulsa Halle Gaines (a.k.a. Halle Saxon). Las teclas y los botones los estruja Izzy Glaudini, que también es la voz cantante. Un trío en formación diríase casi militar: los teclados en primera línea, en avanzadilla al ritmo de los tambores, mientras el bajo cubre la retaguardia. 

El entretenidísimo Signal (Stones Throw, 2019), su estreno discográfico, está grabado en un estudio de su ciudad, Los Angeles. El asunto adquiere relevancia cuando sabes que el nombre del trío sale de una canción homónima de otra banda femenina angelina, The Go-Go’s. Y aún queda por señalar otro dato determinante para dejar asentada la época en la que se miran y el género que practican: el motor percusivo, la mencionada Lola Dompé, es hija de Kevin Haskins, o sea, el batera de Bauhaus

En Signal desarrollan once temas que se le pasan al oyente en un instante. Cabe preguntarse si toda esa oscuridad es más pretendida que natural, pero son once cortes sólidos y sugestivos, con la suficiente cantidad de momentos brillantes, todo ello a cargo de una banda consistente perfectamente acompasada.

viernes, 13 de diciembre de 2019

Dime qué lees y te diré cómo se llama tu banda #34: Katrina & The Waves

The Soft Boys → Kimberley Rew → Katrina & The Waves → Ganadores de Eurovisión 1997 es una de las sucesiones más estrafalarias e insospechadas de la historia del pop. 

Kimberley Rew, Katrina Leskanich, Alex Cooper y Vince de la Cruz formaron el grupo Katrina and The Waves en 1981 en Cambridge (Reino Unido). Lo del Waves del nombre provenía del grupo que Cooper y Rew habían creado en los años setenta. El nombre estaba tomado a su vez del libro The Waves de Virginia Wolf, de quien Cooper era pariente lejano. Rew había dejado a los Waves en 1978 para unirse a los Soft Boys de Robyn Hitchcock, también en Cambridge. Tras dos discos monumentales —Can Of Bees [1979] y Underwater Moonlight [1980]— se dijeron un par de cosas, entre ellas, hasta la vista. Rew volvió entonces junto a su colega Cooper y montaron el proyecto de Katrina. Una de esas decisiones que resultan acertadas y te regalan una vida afortunada: pegaron un pelotazo mundial a la primera con “Walking On The Sunshine”. Y uno siempre se acuerda de Barry:


Continuaron publicando discos, hasta que tiempo después, como unos Midas musicales, Katrina & The Waves ganaron Eurovisión en 1997 con “Love Shine A Light” (compuesta por Rew), representando al Reino Unido. 


Tras la definitiva bajamar de las olas en 1999, Rew continuó haciendo discos en solitario. En 2002 volvió a juntarse con Hitchcock (Nextdoorland fue el interesante desenlace, aunque sin el brillo y el fulgor de antaño). Katrina, que era estadounidense, intentó de nuevo la cosa eurovisiva ahora cantando para Suecia, pero el asunto salió mal.

domingo, 6 de mayo de 2018

5 sobre... #39: Picasso

Cuenta la leyenda que Pablo Picasso pagaba las cuentas de los restaurantes de París firmando servilletas. Si se juntasen hoy todas esas firmas, veríamos el Guernika de los garabatos. En cualquier caso, llegar a ese grado de fama está al alcance de muy pocos. Y el pop tampoco se ha resistido a aclamar al pintor universal y a incorporarlo a sus canciones. 

1. Modern Lovers – Pablo Picasso (1976) 
Imposible no empezar una selección de temas dedicados a Picasso por esta. Es el tema por excelencia sobre el pintor. Ha sido muchas veces versioneado, y por los más grandes (por ejemplo, John Cale o David Bowie, tan artys ellos). Quizá una de las cosas que la hace más fascinante es esa mezcla de lenguaje culto y coloquial. Y, por supuesto, ese trote hipnótico que mantienen los instrumentos junto a la voz arrastrada de Richman

Oh well be not schmuck, be not obnoxious 
Be not bellbottom bummer or asshole 


2. Johnny And The Self Abusers - Pablo Picasso (1977-78) 
En 1977 los Simple Minds hacían punk, cómo no, pero se hacían llamar Johnny And The Self Abusers. El tema lo compuso John Milarky, que luego no sería parte de la banda de Jim Kerr, si bien se editó más tarde en una recopilación sobre los early years de los Simple Minds. 
No es una versión de la los Modern Lovers, aunque la influencia es evidente. De hecho, lo que hizo Milarky fue darle la vuelta a la de los norteamericanos, que en algo tenía que notarse el espíritu punk, y donde aquellos decían «And girls could not resist his stare, / Pablo Picasso never got called an asshole», estos otros: «Pablo Picasso, a lot of girls think you are an asshole» y también «all the girls think you're a fucking asshole», aunque al parecer la letra hacía referencia al hermano del propio Milarky. 


3. Adam & The Ants – Picasso visita el Planeta de los Simios (1981) 
Adam Ant dejó el punk para pasarse a esa otra enorme fiesta de disfraces como fue aquella de los new romantics. Lo curioso es que hoy día su propuesta sigue siendo reivindicable y no ha envejecido como cabría pensar al principio. Con este tema tuvieron la genialidad de unir al pintor malagueño y el mítico planeta de los simios. Y lo titularon en español. 


4. Lord Cut-Glass – Picasso (2009) 
Bajo ese abigarrado nombre artístico estaba Alum Woodward en solitario, ni más ni menos que uno de los miembros de los nunca suficientemente ponderados The Delgados. Aunque este tema no trata directamente de Picasso, es precioso y, además, mantiene ese sabor al añorado grupo de Emma Pollock y compañía. 


5. Michael Head & The Red Elastic Band – Picasso (2017) 
El último, hasta el momento, en dedicarle una escultura sonora a ese pintor universal. El otrora componente de los Pale Fountains, lleno de calma y sapiencia, la voz grave y la guitarra clara, sigue componiendo preciosidades pop de este calibre. (Hay un aire en ella que recuerda, levemente, a «Like Dylan In The Movies» de Belle & Sebastian).

viernes, 6 de enero de 2017

Strano mondo di tanti nomi #34: Dressy Bessy


Probablemente haber adoptado como apelativo artístico el nombre de una muñeca de los años setenta le haya restado credibilidad al trío Dressy Bessy. Además, timoneados por Tammy Ealom y John Hill, siempre han estado empeñados en desmarcarse del sonido más psicodélico y sesudo que practican sus camaradas de Elephant 6, colectivo al que pertenecen (de hecho, Hill toca la guitarra en The Apples In Stereo), a base de un bubblegum-pop acelerado, bullicioso y de pocos acordes, al que se entregaron con fervor hasta 2008. 

Fue aquel un mal año, azuzado por vientos contrarios para todo el mundo. Las bandas de segunda fila se vieron más afectadas por la crisis y los nuevos rumbos del negocio, así que los Dressy Bessy decidieron parar. Ocho años más tarde, completamente revitalizados y ahora en una discográfica confortable, han publicado KINGSIZED (Yep Roc, 2016), su sexto y más completo, consistente, sólido y efervescente álbum. Desde el redoble de batería inicial de Craig Gilbert, se suceden trece temas que te mantienen en vilo hasta el final, sin tiempo para dramas ni falsa intensidad. Tiene un ritmo frenético, unos guitarrazos tremendos y pocos discos habrá con un ejercicio de pandereta como en este. La fuerza del trío se ve ahora arropada por una constelación de invitados: Peter Buck a la guitarra, armonías de Rebbeca Cole (de Wild Flag) y Vanessa Briscoe-Hay (de Pylon), percusiones extra de Jason Garner (de The Polyphonic Spree), el bajo de Eric Allen (de The Apples In Stereo), Michael Giblin (de Split Squad) y Andy Shernoff (de The Dictators), y teclados aquí y allá de Scott McCaughey (de The Minus 5 y Young Fresh Fellows). Y todo encaja, todos empujan en la misma dirección, dan firmeza y aportan una energía que hace de este disco uno de los artefactos más llamativos de los últimos tiempos.


La edición en vinilo es de color azul. En el precioso encarte interior puede apreciarse que los temas de Ealom son caramelos con más veneno que azúcar. La felicidad poppy de antaño ha dejado paso a cierta dureza y a un sentido más escéptico y crítico, y a Dressy Bessy les ha sentado mejor que fenomenal. Escuchado a todo trapo es un trallazo por la escuadra. 

jueves, 29 de octubre de 2015

La cara oculta #17 // El arte de la versión #101: The Moog Cookbook


El casco es ese complemento que, más allá de a motoristas y pilotos varios, tan útil resulta a encausados que no quieren ser fotografiados a su entrada en los juzgados y a músicos que quieren mantener el anonimato. Ya sé que el nombre de Daft Punk os ha venido a la mente de inmediato. The Moog Cookbook fue otro dúo que también se cubrió las cabezas con estos yelmos modernos. 

Meco Eno y Uli Nomi fueron los seudónimos con que se bautizaron para ocultar asimismo su verdadera identidad, algo que no consiguieron del todo. Se llamaban Brian Kehew y Roger Manning y eran dos fanáticos de los sintetizadores analógicos. La idea con de The Moog Cookbook era hacer a la vez un tributo y una parodia de las grabaciones que se realizaron con moog a finales de la década de los sesenta y principios de los setenta. Para ello recurrieron a material de rock clásico y alternativo, que versionearon sólo de forma instrumental; eso sí, se autoimpusieron utilizar exclusivamente sintes analógicos, principalmente moog, claro. En los créditos del primero de los dos álbumes que publicaron estamparon un aviso claro: “No MIDI”. 

Cuando se crearon estos sintetizadores modulares en 1963, su sonido estaba desligado de toda cultura o tradición musical. Los gorjeos y sonidos intermitentes que producían no eran una extensión de ninguna tradición anterior. Al aplicarlos The Moog Cookbook sobre piezas archiconocidas compuestas en una época posterior al nacimiento de estos sintetizadores modulares, consiguieron una curiosa secuencia temporal: les confirieron un toque futurista con instrumentos del pasado, es decir, desplazaron lejos el contexto de esas canciones. Una especie de regreso al futuro. 

Todo este lío del tiempo se enmadeja aún más teniendo en cuenta que los discos de The Moog Cookbook son de mediados de los años noventa, era digital: The Moog Cookbook (Restless, 1995) y Ye Olde Space Bande (Restless, 1997). Es casi delirante el repertorio de versiones sintetizadas que llevaron a cabo. En el primero, por ejemplo, REM, Neil Young, Weezer, Nirvana, Tom Petty, Lenny Kravitz… Y en el segundo: David Bowie, Led Zeppelin, Van Halen, Eagles, Ted Nugent, Kiss… y en el que echaron una mano Wayne Kramer y Mark Mothersbaugh.






Poco más. Volvieron a unirse para grabar una pista para la película Moog (2004) y después recopilaron material sobrante de las sesiones anteriores en el disco Bartell (2006). No hay visos de que volvamos a ver los cascos del par de lunáticos de The Moog Cookbook. 

Por cierto, a ver si localizo un ejemplar del libro de cocina en el que se inspiraron para ponerse nombre: Moog's Musical Eatery (1978), de Shirleigh Moog, primera esposa del inventor de estos cacharros sonoros, Robert Moog.

domingo, 28 de junio de 2015

Cosas de hermanos #71 // Faropedia #22 // Dime qué lees y te diré cómo se llama tu banda #32: The Steinbecks

Cuando uno va a comenzar a escribir un texto, el problema no es el del papel en blanco en sí, tan desafiante e inmenso, sino no contar con un poderoso detonante de partida. Para ponerse a hablar de Kick To Kick (Matinée, 2014), de los australianos The Steinbecks, sucede todo lo contrario: hay muchos puntos que tratar, de manera que se pueden atascar las ideas como en un embudo. Y es que parece un álbum pensado especialmente para En Esta Quiero Humo. Quede claro que el disco es tan bueno que eso bastaría para que Gog se pusiera a teclear sobre él. Si encima es la obra de una banda formada por hermanos, que toman el nombre del apellido de un famoso escritor norteamericano, le ponen la foto de un faro a la portada y componen una canción repleta de nombres de otros músicos y otra con un sublime fondo de órgano… 

La historia de The Steinbecks tiene un origen mítico, como todo lo que tenga que ver de alguna manera con Sarah Records, si bien a veces sea todo algo desproporcionado. En 1989, Josh y Joel Meadows eran unos jovenzuelos de Melbourne que habían decido formar un grupo de indie pop, The Sugargliders. Como tales grabaron seis singles y un elepé para el mentado sello inglés, hasta que en 1994 lo disolvieron para, según sus propias palabras, comenzar algo nuevo, esta vez como The Steinbecks. 

Desde entonces no ha sido un grupo lo que se dice prolífico: media docena de discos, teniendo en cuenta que habían transcurrido siete años de sequía discográfica hasta que vio la luz Kick To Kick. Es un álbum que desprende esa maestría australiana para el indie pop de guitarras, especialmente en la juerga de las seis cuedas que son temas como "We Cannot Hop To Complete With Such Colours" y "Trying To Be Someone". El álbum no se queda en ahí; contiene una sabiduría musical y una delicadeza todo él que lo hace crecer a cada escucha. Está la ternura de "At Arkaroo Rock" o el goce físico y emotivo que transmite la voz de Joel en "Below The Limen" (con un órgano Vox Continental supurando por detrás) y en "Cold Little Bones" (acompañada de un frágil rasgueo de mandolina). 

Y también está "I, radio", que rememora los días en que descubrieron la música alternativa a través de las emisoras de FM y cómo se engancharon a ella para siempre. En inglés las canciones en las que se cita una ristra de nombres se llaman, con mucha propiedad, list song; en esta, The Steinbecks cuentan que eran unos chavales que escuchaban a The Police y a John Cougar Mellemcamp hasta que un día descubrieron un puñado de bandas que les cambiaron la vida: Jonathan Richman, Billy Bragg, REM, The Smiths, The Stams, The Chills y The Moles. Tal vez The Steinbecks no te cambien la vida, pero sí te pueden cambiar un mal día.



El faro de la portada es el del Cape Nelson, cerca de Portland (Australia). Quede anotado aquí el sueño de ir a verlo algún día.

miércoles, 3 de junio de 2015

El arte del calzador #25: Dostoievsky

 

El célebre escritor ruso Fiodor Dostoievsky tenía un apellido difícil de encajar, aparentemente, en la letra de una canción, pero lo cierto es que una vez pronunciado no es tan duro como parece a la vista. Quizá en español sí resulte algo más complicado, sobre todo porque hay que encajarlo en un contexto apropiado sin hacer demasiado el ridículo. Sin embargo, más allá de nuestras fronteras no es raro encontrárselo citado, desde Finlandia a Australia, pasando por México o Estados Unidos. 


> Belaboris - Odotus, en …Olipa Kerrran (1984). Al parecer Finlandia tiene uno de los mejores sistemas educativos del mundo. Por su parte, Belaboris, banda finesa de electropop que sacó un disco tan formidable como muy poco conocido, demostraron haber hecho los deberes. Al menos el nombre del escritor ruso se entiende perfectamente cuando cantan. 


> Iggy Pop – Louie Louie, en American Caesar (1993). ¿Versión del clásico de Richard Berry? Sí. Pero en la letra no se citaba a Dostoievsky, ¿no? Ya, pero Pop, que sí siguió escrupulosamente el patrón musical, se desentendió de la letra original y la adaptó a su propio mundo, por el que acababan de pasar Bush y Gorbachev: ha caído el muro de Berlín, pero todo sigue lleno de corrupción, sida, mendigos… 

oh baby i gotta go 
a fine little girl is waitin for me 
but i 'm as bent as Dostoevsky 


> The Go-Betweens – Here Comes The City, en Oceans Apart (2005). Un viaje en tren; por la ventilla el protagonista ve pasar estaciones, iglesias, ríos… El tren le está alejando de su amante. Llega la noche y se acerca a la ciudad de destino. Y en el vagón alguien lee: 

And why do people who read Dostoevsky always look like Dostoevsky? 



> Einstürzende Neubauten - Ansonsten Dostoyevsky, en The Jewel (2008). Sesudos estos alemanes, de toda la vida. «Así Dostoievsky» titulan este tema, en plan cita de tesis doctoral. Claro que luego se les oye exclamar «¡Sangría!» y a saber ya por dónde van los tiros: 



> The Butcherettes – Mr. Tolstoi, en Sin Sin Sin (2011). En México, el nombre de León Trotski es casi tan famoso como el guacamole; sin embargo, el dúo de Guadalajara prefirió dedicarle una especie de rock garajero cosaco a otro León, aunque de apellido muy parecido; y ya de paso mientan a nuestro escritor: 

Give me pride, Dostoevsky 


> Wild Billy Childish & the CTMF - Punk Rock Enough For Me, en Acorn Man (2014). El nombre de Dostoievsky aparece entre la ristra de personajes que Childish tiene por auténticos punk rockers.


> Ezra Furman - Restless Year, en Perpetual Motion People (Bella Union, 2015). Su aspecto de joven pero suficientemente preparado casa con la personalidad musical que despliega en este tema, con memorable línea final: Dostoevsky, dime store copy. [Aportación de Jaime Cristóbal.]

  

> John Grant feat. Tracey Thorn - Disappointing (2015), en uno de los arrejuntamientos del año, y en clave electrónica bailable. 



Les Très Bien Ensemble se sentían como el personaje más afamado del escritor ruso en En Attendant Raskolnikov.

Por último, no se olvide que —de nuevo Australia— The Birthday Party tomaron el nombre de la novela Crimen y castigo.

jueves, 7 de mayo de 2015

Las nuevas aventuras del llanero solitario #46: Vadim Tudor

Corneliu Vadim Tudor fue un político rumano ultranacionalista, que lideró durante años el Partido de la Gran Rumania. Sobre él pueden leerse lindezas como que en su juventud ejerció de poeta de corte de los Ceausescu o que se le conoce como “el payaso de los Cárpatos”. No se encuentran más referencias a ningún otro Vadim Tudor, así que obviando la simple casualidad, cabría imaginarse que Javier Rincón se inspiró en el nombre del politicastro para bautizarse artísticamente. En caso de ser cierto, incluso tiene sentido. Por un lado, al sonido de synth pop y dark wave que desarrolla Rincón en este proyecto le sientan bien las reminiscencias de un estrafalario personaje salido de oscuros parajes transilvanos. Por otro, la mordacidad con la que Rincón se despacha en las letras encaja con la sorna y la ironía que supone apropiarse del nombre de un infecto fachón. 


Para lo que realmente nos interesa, o sea, la música, Vadim Tudor es el proyecto en solitario del que fuera integrante del dúo Ambilívebol, allá cuando el indie patrio de los noventa, y que luego ha sido un conocido pinchadiscos de la escena underground madrileña. Su primer disco como Vadim Tudor es un minielepé homónimo (Autoreverse, 2014) en una edición de 500 ejemplares numerada a mano. Y aunque las cinco canciones apenas sobrepasan los veinte minutos, acaba convirtiéndose en un doble o triple elepé de tantas veces como se vuelve a poner cada vez que termina. Porque son temas llenos de impulso bailable, de ritmos sintéticos y repetitivos a base de casiotones y demás artefactos electrónicos que te atrapan como un imán a un clip. La voz surte el mismo efecto por la forma de recitar las frases; son cortas, directas y claras, y deja hábilmente un silencio entre ellas de manera que da tiempo al oyente a retenerlas, a fijarlas, a sopesarlas.

Nos estamos muriendo 
No sabemos qué ponernos 
Si será en verano o en invierno 

Si te quedas sin cena 
Si tu vida da pena 
Si te tiras al Sena 
Si te cortas las venas 
Esta es la canción del dolor 

Como se ve, nihilismo, humor negro y existencialismo macabro son los aderezos principales. Si estas canciones fueran una bebida, serían té con lejía, por usar una imagen del propio autor: la música pone el efecto excitante del té; y las letras, el vitriolo de nuestros días. Y es que hay toneladas de personalidad y de saber hacer en Vadim Tudor. Este disco está llamado a ser un referente del synth pop que se hace por estos lares actualmente. Y sí, suena una guitarra en «La loba herida», interpretación de Ana Béjar (otrora en Usura, también de cuando el indie patrio noventero).

lunes, 16 de marzo de 2015

Las nuevas aventuras del llanero solitario #45: The Shifting Sands


La de The Shifting Sands en su álbum Feel (Fishrider, 2012) es música alegremente triste o tristemente alegre, tristelegre, y no decimos aletriste para no confundir con el famoso personaje literario español. Traer aquí una referencia tan literaria no ha sido baladí, sino, confesémoslo, truco narrativo para ahora poder añadir que The Shifting Sands podrían estar tomando el nombre del título del cuarto volumen de la serie de novelas fantásticas para niños de la australiana Emily Rodda. Si alguien lee ese dato en alguna parte, no se ajusta a la realidad, porque lo estrictamente cierto es que el nombre de The Shifting Sands proviene de la canción de la banda de los años sesenta The West Coast Pop Art Experimental Band, de los hermanos Shaun y Danny Harris.

Muy cerca de Australia, o al menos más cerca que desde aquí, las antípodas de aquel lugar del mundo, y más concretamente en la localidad de Dunedin, en Nueva Zelanda, hay tal hervidero de músicos del pop alternativo que aquello parece un un redoxón en un vaso de agua. Por supuesto, la etiqueta Dunedin Sound no tardó en presentarse para ese pop de guitarras tan característico en marcha desde la década de los años 80, pero que ahora mismo vuelve a tener una plétora efervescente de músicos [*]. 

Michael McLeod es uno de ellos. Otrora en The Alpha State, ha emprendido la aventura en solitario con el nombre mencionado. Es su proyecto personal, aunque el nombre aparente una pluralidad que no es tal, si bien a su cobijo han intervenido en la elaboración del disco glorias del pop underground de la zona; por citar algunos: David Kilgour (The Clean), Robert Scott (The Clean, The Bats) o Robbie Yeats (The Verlaines). Se dirá, y con razón, que con mimbres así es imposible que salga un mal cesto. 


Tiene Feel una ternura y una dulzura que te desarman; escucharlo es como darse un baño al final de un día agotador en una bañera con espuma: te quedas nuevo después. Es pop derretido, fundido, entendidos estos términos como una amalgama impecable de acordes, notas y melodías; nada sobresale, todo está perfectamente empastado. De la mitad en adelante, McLeod incorpora cierto toque psicodélico en algunos cortes, aunque sigue la misma línea reconfortante. El descanso del guerrero. En su bandcamp hay subidos dos temas nuevos, lo cual hace pensar, esperanzados, que McLeod anda trabajando en un nuevo disco. 

[*] Para quien quiera profundizar en la escena actual de Dunedin, o simplemente para el que quiera escuchar buena música, se hace imprescindible acudir al recopilatorio Temporary. Selections from Dunedin’s Pop Underground 2011-2014 (Fishrider, 2014). La edición en vinilo sólo admite el adjetivo ‘maravillosa’, tanto por su contenido como por su continente.

sábado, 26 de julio de 2014

Cosas de hermanos #62 // Como decíamos ayer #25: Close Lobsters

La recopilación que la revista New Musical Express y el sello Rough Trade comprimieron en un cassette en 1986 tiene más de mítica que de verdadero valor artísitico; es más un regodeo y una fruición para historiadores del pop. La selección era irregular y, curiosamente, en bastantes casos el sonido era mucho más duro que el sonido con que el posteriormente se asoció la etiqueta C86, es decir, un twee pop blandito, de guitarras melodiosas y un ligero toque naíf. Los originales del C86 eran hijos musicales de bandas provenientes del punk y del post-punk (v.g., Television Personalities), sobre todo las escocesas (Orange Juice, Aztec Camera, Josef K…), que sí tienen un merecido podio en la historia. De aquellos 22 grupos emergentes del indie británico —un hype en toda regla de cuando el indie era indie—, ¿cuántos perduraron con auténtico peso específico? No nos engañemos, el asunto se reduce a poco más que The Wedding Present y Primal Scream. La mayor parte de aquellas bandas yacen el olvido más absoluto, en muchos casos con justicia. ¿Quién se acuerda de, por ejemplo, Bog-Shed o A Witness más allá de haber sido una referencia de aquella selección? En un terreno intermedio quedaron un par de bandas; no han llegado nunca al escalafón más alto pero siempre han estado presentes de alguna manera y, en su medida, han llegado a influir en grupos posteriores: The Pastels y Close Lobsters


De Escocia también eran los hermanos Burnett (vocalista y bajista), que junto al batería Stewart McFayden y los guitarristas Tom Donelly y Graeme Wilmington no acababan de decidirse por un nombre para el grupo. Andaban indecisos entre The Close y The Lobsters, así que… Un año después de aparecer en el C86 con «Firestation Towers» publicaron su debut en largo —Foxheads Stalk This Land (1987, Fire)—, un magnífico manual de jangle pop brillante y lleno de chispa. Todo aquello únicamente sirvió para grabar otro álbum dos años más tarde y dejar para la posteridad un puñado de singles, un par de EP y algún recopilatorio posterior. En 2012 el quinteto se reunió para volver a tocar juntos a ver qué se sentía y empezaron a dar algunos conciertos; este año nos han sorprendido publicando, de momento, un 7’’ apoteósico, de título Kunstwerk in Spacetime EP (Shelflife, 2014). Lo de llamarlo EP quizá se deba a que con la compra del single «Now Time/New York City in Space» te regalan en versión digital dos remixes de la cara A (que como buenos remixes apenas aportan nada). Como el propio sello se encarga de publicitar, es la primera grabación original de Close Lobsters desde 1989. Para ello han puesto mimo y gusto al editarlo —vinilo de 70 gr de precioso color burdeos y con funda interior —, todo lo cual serviría de poco si el contenido no mereciera verdaderamente la pena. 

¿Y qué tienen de especial estos temas? Pues es sencillísimo de resumir: «Now Time» debería constar al final del año en cualquiera de esas listas al uso que elabora mucha gente cuando llega el mes de diciembre. El tema comienza con un punteo reposado de guitarra, entra la batería al poco tiempo en crescendo y cuando lo hace la voz es directamente para tararear el estribillo, un nananananana antológico que se te pega más que el velcro.
 

En la cara B, otro corte para enmarcar. En una línea algo más americana, tanto en sonido como en temática (citan al legendario antro CBGB's), al igual que la fotografía de la portada, obra de Joe Foley

domingo, 29 de junio de 2014

Qué se sabe de los belgas #26 // Últimamente se está muriendo gente que no se había muerto nunca #33: The Child of Lov


El tiempo se lo lleva todo por delante; no hay tsunami que arrase como él. Esta trágica consideración viene a cuento para hablar de The child of Lov, nombre artístico bajo el que se escondía Martijn William Zimri Teerlinck (también conocido como Cole Williams). Su debut discográfico del año pasado estuvo varias semanas sin salir del giradiscos de Gog, y por lo mismo figuró un tiempo al frente de la sección de On Repeat de este blog. Empezaron a acumularse capas de tiempo, jaleadas por esto y aquello y lo otro, hasta que al final no se le dedicó el post que había pensado para él. 

El caso es que acaba de rodarse un vídeo para uno de aquellos temas —«One Day»—, el que compartía protagonismo con Damon Albarn. Y lo que debería ser un motivo de satisfacción, resulta que no puede serlo tanto, ya que se trata de un trabajo póstumo. Nos enteramos ahora de que a Williams lo barrió el tiempo el pasado diciembre por unas complicaciones sin determinar durante una operación clínica. Criado en Holanda, había nacido en Bélgica hacía 26 años. Un cadáver exquisito. 


Así pues, un talento menos en el mundo. Y de verdad que lo decimos convencidos y no llevados de ese comportamiento tan humano de criticar a los vivos y alabar a los muertos, aunque los vivos sean buena gente y los muertos unos bichos malvados que lo mejor que podían hacer es pudrirse bajo la tierra. Las virtudes de The Child Lov (Double Six, 2013) se encuentran en sus sonidos gruesos, oscuros, abisales, dominados por sintetizadores fúnebres, loops de percusión dura y punteos de guitarra eléctrica. Una especie de Prince introvertido y alucinado. 

Dos curiosidades finales. LOV es el acrónimo de Light-Oxygen-Voltage, que es como se conoce a los sensores proteínicos de ciertas algas para detectar las condiciones ambientales. La otra es que en el tumblr de The Child of Lov daba salida a una curiosa fijación: fotos de mujeres comiendo, sobre todo de famosas.

sábado, 30 de noviembre de 2013

Strano mondo di tanti nomi #27: Scott & Charlene's Wedding


El nombre artístico del grupo de Craig Dermody tiene un origen pintoresco, porque ni Craig se llama Scott, ni hay una Charlene en la banda (es un cuarteto masculino), ni consta que esté casado, sino que es el mismo título del culebrón favorito de su madre, que no paraba de verlo cuando él era un crío. 

Dermody tiene un cantar arrastrado, con una entonación desaliñada, como si hiciera un esfuerzo por modular cuando él lo que realmente preferiría es hablar. Porque mira que cuenta cosas en sus canciones; habla de sus vivencias existenciales, de sus ansiedades, de la frustración que se siente cuando nuestras ambiciones no se cumplen, de lo que la música puede hacer por ti, de la grisura de algunos días, de las pifias que te hace la vida a veces o de lo complicado que es subsistir cuando estás corto de pasta, sobre todo en una ciudad como Nueva York. Y es que este australiano de pura cepa se ha trasladado ahora a la jungla de Nueva York, como un Cocodrilo Dundee pero con guitarra afilada en vez de machete. A ese nuevo espacio vital le ha dedicado precisamente varios temas en su segundo álbum, Any Port in a Storm (Fire, 2013). Nueva York y lo que supone vivir allí está expuesto en cortes como «Fakin’ NYC», «Spring Street» o «Downtown». Al parecer Dermody siempre se miró en el espejo estadounidense y desde muy joven se lo marcó en la agenda de los sueños por cumplir. En «1993» rememora los épicos playoffs de la NBA de aquel año, pero además la pincelada autobiográfica del estribillo es muy ilustrativa: I haven’t done much changing in what I love since 1993

Las guitarras son igual de parlanchinas que él. En lo musical, son la cualidad más relevante del álbum. Se muestran animadas, fogosas, están llenas de vida y la transmiten. Además, ha mejorado muchísimo la producción respecto a su primer álbum. Así que si el oyente es capaz de aceptar las aptitudes vocales de Dermody, este disco no dejará de sonar en su reproductor. 



Dejar escrito aquí los nombres de Jonathan Richman, Modern Lovers y Pavement no puede resultar intrascendente.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Artes gráficas #6 // Portadas #118: Surrealismo

En la exposición temporal El Surrealismo y el sueño que ha abierto el Museo Thyssen, abundan, como no podía ser de otra forma, una amplia y variada gama de cuadros, de autores muy conocidos (Magritte, Miró, Dalí…) a otros tal vez menos transitados por el gran público (por ejemplo, la siempre sorprendente Remedios Varo, Delvaux, Óscar Domínguez…), si bien la muestra también incluye esculturas, fotografías y audiovisuales surrealistas, desde cortometrajes como El perro andaluz o de Max Ernst a fragmentos de la película Recuerda, de Alfred Hitchcock, para la cual el mismísimo Salvador Dalí realizó los decorados de las escenas más oníricas.


De la obra pictórica de Dalí hay colgados dos de los bocetos que realizó para Recuerda y siete lienzos, entre ellos "Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar". La visión de ese pez que sale de la fruta y del que a su vez sale un tigre, trae a la memoria la portada del álbum de otro surrealista como era el Captain Beefheart. No es casualidad que, además, en Trout Mask Replica (Reprise, 1969) haya un tema titulado Dali's Car. Y por seguir con las asociaciones, algo bastante surrealista por otra parte, ese álbum es el favorito de todos los tiempos de David Lynch, otro muy evidente surrealista; asimismo, ese tema mencionado sirvió para bautizar la banda que formó Peter Murphy una vez disuelto Bauhaus

Diseño y fotografía: C. Shenkel

Sigamos un poco el rastro de la influencia del Surrealismo en la historia de la música pop –entendida esta en su sentido más amplio– a través de las portadas de los álbumes. 

Podría apostarse casi con total seguridad que en la década de los años 50 no hay ni una sola portada que presente una imagen surrealista; y si la hubiera, sería una minusculérrima excepción. Es la época en que comenzaba a desarrollarse el concepto de álbum. Las ilustraciones solían ser fotografías de los artistas y el diseño gráfico no tenía demasiada complicación. Hay que tener en cuenta que el vehículo de expresión y consumo principal entonces era el single. El álbum, al comienzo, era básicamente una recopilación de los éxitos de los artistas. Fue más adelante cuando se vio en ese formato las posibilidades comerciales que tenía.

Tampoco en la primera mitad de la siguiente década se hallan muchos ejemplos. Sólo a partir de 1967, con el advenimiento de las sustancias alucinógenas y la psicodelia, comienzan a aparecer motivos surrealistas en las cubiertas de los discos. 

Diseño: Ed Trasher (1968)

Diseño: Phillip Travers (1968)

 Diseño: Bob Cato (1968)

Fotografía: Roland Diehl (1968)

Diseño: Milton Glaser // Pintura: Bob Dylan (1968)

La década de los años 70 fue, sin duda, la etapa gloriosa del Surrealismo en las portadas discográficas. El álbum pasa a ser, definitivamente, un producto integral y las portadas se llenan de composiciones artísticas. Mucho tuvo que ver en la eclosión del Surrealismo los diseños de Hipgnosis, responsable de algunas de las cubiertas más legendarias de la época. Solamente con los trabajos gráficos de este estudio londinense podría hacerse una exposición surrealista. La mítica de los álbumes de Pink Floyd debe mucho a Thorgerson y Powell, los fundadores de Hipgnosis en 1968 [en este enlace pueden verse todos sus trabajos]. Recordemos, por ejemplo, aquel cerdo volando sobre una fábrica en Animals (Capitol, 1977) o el hombre ardiendo estrechando la mano a otro tranquilamente en Wish You Were Here (EMI, 1975). Después, todas aquellas bandas de rock progresivo introdujeron el Surrealismo en sus portadas. Los discos de Yes, Camel, Genesis… En líneas generales, podría afirmarse que el Surrealismo formó parte del ambiente de la época en la industria musical en lo que hace a las artes gráficas durante la década de los 70. Seleccionar sólo un puñado representativo es harto complicado. 

 Diseño y fotografía: Jim Franklin (1970)
 
Pintura: M.C. Escher (1970)

Diseño: Bruce Steinberg (1973)

Diseño y fotografía: John Lennon (1973)

 Idea: Janson, Eding, Clapper // Ilustración: Arthur Wood (1973) 

 Diseño: Hipgnosis (1977)


 Diseño e ilustración: Hugh Syme y Bob King (1978)
  
Hacia finales de los años 70 se va calmando la fiebre surrealista. El excesivo uso de imágenes oníricas recargadas conduce a unas cubiertas de composición algo más sencilla, con predominio de un esteticismo refinado, y poco a poco se van volviendo más sobrias. En los años 80 cambió el concepto artístico para las ilustraciones de las portadas. El cuidado plástico de las cubiertas se mantiene, el dibujo sustituye en gran parte a la fotografía, pero los ejemplos de Surrealismo son muy escasos en comparación con la década anterior, a excepción del heavy metal (portadas de Def Leppard, Rainbow, Megadeth, etc.), que en su afán por epatar desarrolló unos diseños a cual más, más... en fin, a cual más. En géneros musicales como el punk, la new wave, el synth pop o el pop y el rock de estirpe indie apenas se percibe; Robyn Hitchcock sí es uno de sus frecuentadores.

Diseño: Alan Schmidt & Pat Carroll // Ilustración: Chris Moore (1981)

Diseño: Hugh Syme (1982)

 Diseño: Lumel Whiteman Studio // Ilustración: Stan Watts (1983)

Diseño: Michael Hodgson // Ilustración: Jim Warren (1983)

Diseño: Andy Dog (1986)
 
Dibujo: Robyn Hitchcock  (1989)

La misma escasez de producción surrealista continuó en general durante los años 90. En la actualidad, con el renacimiento del vinilo, un formato con más prestaciones para el desarrollo de las artes plásticas, la huella del Surrealismo sigue presente, aunque ni mucho menos con la fuerza de antaño. Hay bandas eminentemente surrealistas en sus propuestas estéticas, como The Flaming Lips y los siempre excesivos Of Montreal, o la psicodelia, como The Warlocks, y en general el rastro del Surrealismo parece extenderse levemente. 

Diseño: CLUST.TM (2003)

Diseño: Soap Design Co. (2005)

Diseño: David Barnes (2005)

Diseño: J. Schmidt (2008)

Diseño: Poccuo // Ilustración: Elzie Sexton (2008)

Cuadro de Terry Rowlett "Through the Garden" (de 2003; álbum de Vic Chesnutt y Elf Power, de 2008)

Diseño: George Salisbury (2009)

Diseño: Mike Sportes (2011)

 Diseño: Tim DeLaughter (2013)

Y en lo que se refiere a la industria fonográfica española actual, se percibe, en cambio, un mayor interés por los planteamientos surrealistas. Es muy sabido que el arte español, tradicionalmente y exceptuando determinados periodos artísticos más vanguardistas y determinados autores muy personales, ha tenido siempre muy hundidas sus raíces, sea el campo artístico que fuere, en el Realismo. Y si no hay muchos ejemplos que sacar a la luz echando la vista atrás —de nuevo habría que acudir a una banda de conceptos surrealistas, como El Niño Gusano—, podría decirse que hoy día el Surrealismo tiene más cabida que nunca en las portadas españolas.

Diseño: Óscar Sanmartín y Jesús Saiz (1996)

 

Diseño: Víctor Gomollón (2004)

 
Diseño: Paco Fuentes (2005)

Diseño: Alcázar y Núñez (2007)

Ilustración: Gonzalo Rueda (2009)

Diseño: Artica (2009)


 
Collage: Carlos Ballesteros (2012)


En resumen, podría concluirse que, si bien la evolución de la producción de portadas con motivos surrealistas a lo largo de la historia tiene forma de campana de Gaus, hoy día, quizá debido en parte a la vuelta del formato grande del vinilo, que permite un mayor desarrollo plástico, la influencia del Surrealismo sigue vigente e incluso llega a detectarse un cierto incremento.

[Son todas las que están pero no están todas las que son. Tenemos anotadas muchísimas más, aunque cualquier aportación que se haga al tema para completarlo será bienvenida.]