La casa Tassel, construida por Victor Horta en 1893, fue la obra, puro Art Nouveau, que rompió la disposición clásica de las habitaciones en las oscuras residencias de Bruselas y la primera síntesis mundial del Modernismo.
Se encuentra en la calle Paul Emile Janson, 6. Aunque hay un cartel que la señala y explica, y una placa en el suelo que anuncia que es patrimonio de la UNESCO, no puede visitarse ni parece que tenga gran actividad.
Una foto del famoso hall con la escalera que asciende, sinuosa y moderna, sirvió para la portada del primer álbum de Mazzy Star, She Hangs Brightly (Capitol, 1990).
David Roback, su cabeza pensante, había empezado mucho antes en Rain Parade. Tras el primer álbum y la gira de rigor, dejó la banda para unirse a la bajista de Dream Syndicate, Kendra Smith. Formaron la banda llamada Clay Allison en 1983, pero un año después le cambiaron el nombre por el de Opal. En 1987 fue Smith quien abandonó. Es entonces sustituida por Hope Sandoval y se inicia Mazzy Star.
De ese álbum inicial, "Ghost Highway" es el tema más potente, o al menos el más enérgico, lo cual no podría ser de otra forma estando construido sobre el riff del "Really Got Me" de The Kinks:
A principios de los años ochenta, la onda siniestra proveniente del Reino Unido se extendió por nuestro país como marea negra. El afterpunk (o postpunk) lo hacían punks que ya sabían tocar los instrumentos que se cubrían de oscuro y se forraban con arreos góticos y estética cementerial. Bandas como Joy Division, The Cure, Siouxsie & The Banshees, Bauhaus, Killing Joke o Echo & The Bunnymen sirvieron de fuente de inspiración y motor vital a un enjambre de jóvenes españoles con ganas de modernidad. Y fueron muchos, más de los que puedan parecer echando un simple vistazo a los recuerdos. Así lo atestigua Pablo Martínez Vaquero en lo que probablemente sea el libro definitivo sobre la escena siniestra en España: Negro oscuro (Editorial Milenio, 2019).
El autor no se queda en los consabidos y archisabidos nombres por todos, ni en la manoseada Movida. Es un trabajo de investigación profundo; se ha molestado en indagar, en preguntar, en conocer y dar noticia de cuantas bandas de corte siniestro se formaron en España entre 1981 y 1985. Narra anécdotas relevantes y traza las relaciones que había entre ellas.
Llama la atención que para bautizarse artísticamente recurrían principalmente al cine (Gabinete Caligari, Décima Víctima, Alphaville, Polanski y el Ardor) y a la literatura, que es en lo que vamos a detenernos ahora. Los que siguen son los que hemos entresacado de la lectura de Martínez Vaquero.
> Agrimensor K: formados en San Sebastián en 1981, su líder, Nacho Goberna, era un entusiasta de Franz Kafka. El nombre viene del del protagonista de la novela El castillo, que además fue el título de la cara B de su primer single:
> Perspectiva Nevski: surgidos en Madrid en 1982, aunque sus miembros tenían diferentes procedencias. El nombre provenía directamente de un cuento de Nicolai Gogol.
> La Caída de la Casa Usher: de Madrid hacia mediados de 1983. Es casi innecesario señalar a Edgar Allan Poe y su cuento de terror homónimo.
> Donación Agnelli: grupo de la periferia de Barcelona creado en 1983. El nombre lo extrajeron del vodevil de Dario FoLa mueca del miedo, protagonizado por Gianni Agnelli, a la sazón presidente de Fiat. De lo más parecido que ha habido nunca a Siouxsie & the Banshees.
> Castillo Interior: grupo tinerfeño formado en 1984. Si su inspiración artística provenía de Joy Division, su inspiración literaria salió directamentede una obra de Santa Teresa Jesús conocida como Las moradas o Castillo interior.
Es de las bandas desconocidas más reivindicables de aquella época. Abrazaron el afterpunk y con él alcanzaron cotas que deberían haber merecido mayor atención. Afortunadamente, no hace mucho se publicó El sueño dorado: Castillo Interior y la escena musical de Tenerife en los 80 (Los 80 Pasan Factura, 2017), libro que recoge su historia y aporta numerosa memorabilia, y que se acompaña de un EP de 10'' y un CD/CDrom con el disco más un vídeo.
> El Primer Tercio: grupo mallorquín de 1985, cuyo nombre no alude a un tamaño de cerveza, sino que sale de la novela del escritor de la Generación Beat Neal Cassidy.
> Crénom 1867: valencianos con un más que curioso y rebuscado nombre. ‘Nom, crénom’ (contracción de ‘Sacre nom de Dieu’) fueron las últimas palabras que pronunció, a modo de blasfemia, el poeta Charles Baudalaire en el lecho de muerte en 1867. Un "Me cago en Dios" y la espichó. Un grande.
> La Náusea: de Benimanet (Valencia), en 1984 el cuarteto recurrió, obviamente, a Jean-Paul Sartre.
> Teatro Negro de Praga: del barrio de Moratalaz (Madrid) a comienzos de 1982. El nombre alude a un tipo de representación muda sobre un escenario a oscuras, cuya puesta en escena se dio principalmente en Praga.
> Farenheit 451 / Trópico de Cáncer: en una onda menos siniestra y más apegada al synth-pop (bastante luminoso) fue el cuarteto que tomó su nombre de la novela de Ray Bradbury y que estuvo en escena entre 1979 y 1982. Cuando el proyecto se deshizo, el cantante (Jorge Grundman) y el batería (Óscar Bergón) formaron otra banda también de literario nombre, esta vez bebiendo en las páginas de Henry Miller.
Cualquier diseñador de moda sabe, o al menos intuye, que por mucho que se aspire a ser un icono de la modernidad, lo que verdaderamente conduce a la inmortalidad es convertirse en un clásico. Lo clásico, sea cual sea la disciplina o el campo artístico al que se aplique, permanece, es imperecedero y será el modelo a partir del cual las siguientes generaciones de creadores iniciarán su andadura, bien sea para parecerse o para todo lo contrario. No hay que confundir algo clásico con algo meramente académico, de vieja escuela, aburrido y sin vida. Lo clásico de verdad está dotado de proporción y estilo; la proporción confiere armonía y elegancia, y del estilo lo dijo todo Coco Chanel: «la moda pasa, sólo el estilo permanece».
Desde las primeras notas de Sometimes When (Pretty Olivia/You Are The Cosmos, 2019), de The Golden Rail, se percibe ese aroma que identifica a una obra llamada a ser clásica. La realidad es que es un disco que nace siendo un clásico en sí mismo. No sólo porque las melodías de jangle-pop que lo componen sean perfectas y canónicas; es que tienen estilo y, sobre todo, emocionan. En ellas rezuma ese suplemento intangible que hace que algo sea extraordinario, es decir, más allá de lo común. No se puede aspirar a nada mejor si se quiere perdurar. Y este disco emociona hoy y seguirá emocionando dentro de décadas.
Todas las composiciones del álbum son de Ian Freeman y Jeff Baker. Completan el cuarteto el bajista Dave Chadwick y la baterista Saki Garth. Si bien a ellos tres se les puede seguir el rastro de sus andanzas musicales por otras bandas australianas (Header, The Palisades, The Jangle Band, Rainyard) desde hace décadas, no ocurre lo mismo con ella. Tampoco es que ese detalle tenga la más mínima trascendencia. Importa más sentir cómo su batería fortalece las gloriosas guitarras de sus compañeros acompasándolas y sosteniéndolas. Además, aunque no se resalta en los créditos del disco que Garth acompañe también con la voz, puede vérsela en algún vídeo tocando con alguna banda local haciendo coros mientras mueve las baquetas, algo que también practica con The Golden Rail cuando tocan en directo.
Los sintetizadores tienen alma de juguete. Toda esa cacharrería electrónica a modo de instrumentos musicales tiene más de jugar que de tocar. Haces música con ellos pero a la vez es como si estuvieras jugando. Por eso no es de extrañar que, en la segunda mitad de los años setenta, dos imberbes chavales belgas, intrigados y fascinados con la música experimental que sonaba en algunas películas galácticas, quisieran probar a hacerla ellos mismos y pidieran a sus familias que les proveyeran de teclados primitivos, órganos y otros sintes. Los adolescentes Peter Bonne y Geert Coppens se entregaron a experimentar con sus sintetizadores analógicos con la seriedad que se tiene de niño al jugar, como diría Nietzsche, y en 1980 dieron vida a una de las bandas de synth pop más visionarias de Europa: Autumn. Al año siguiente compusieron y grabaron, en siete horas, dos temas legendarios del género —Synthesize / The Third Autumn— que en el verano de 1982 se convirtieron en hits en los clubs belgas. Escuchados hoy día y teniendo en cuenta lo jóvenes que eran, no queda sino considerarlos una proeza.
A ellos se les había unido Peter Koutstaal, y pertrechados con un secuenciador Roland CSQ600, una caja de ritmos Roland TR 808 y un sinte para bajo Roland SH-2, continuaron grabando casetes con oscuras gemas de synth pop que podemos volver a escuchar (descubrir) ahora gracias a la reedición en vinilo que ha hecho el sello Minimal Wave con algunas de ellas. Están las dos mencionadas, por supuesto, pero también asombros como «A Night In June», «Laughter of A Madman» o «I Say You Hello», tema este que seguro hubieran deseado haber compuesto Soft Cell, o al menos uno se imagina a Marc Almond cantándolo:
Autumn quedó varado ahí, pero sus tres componentes, más inquietos que una defensa ante un córner del Atlético de Madrid, siguieron experimentando juntos en otros proyectos musicales: Peter Bonne y Peter Koutstaal se dedicaron a Linear Movement, mientras que Geert Coppens y Bonne, a Twilight Ritual, si bien los conceptos de ambas bandas continuaron inalterados durante sus trayectorias, o sea, synth pop para pistas de baile vampíricas. De ambos combos el sello Minimal Wave también ha recuperado parte de su obra.
En 1977 el rock estaba en llamas, era un incendio permanente en gran parte de la escena musical. En Sydney, al calor de otros flamígeros como los Birthday Party de Nick Cave, surgieron los Crime & the City Solution de Simon Bonney. Mencionar a la banda de Cave no viene a cuento sólo por las similitudes de sonido, sino porque en 1985 se unieron al otro combo Mick Harvey y Roland S. Howard, durante la estancia de todos ellos en Londres. Por si fuera poco, a los Crime también acabó sumándose a la batería Epic Soundtracks, y con esa formación, más propia de un supergrupo, grabaron en Berlín Room of Lights (Mute, 1986). Al año siguiente, Bonney y Harvey reclutaron a Chrislo Haas (de D.A.F.) y a Alexander Hacke (de Einstürzende Neubauten). Y con idas y venidas transcurrió la década. Poca historia más que contar desde entonces.
Pero en 2011, con Bonney viviendo en Detroit, se anunció que de nuevo las cenizas de Crime & the City Solution levantarían el vuelo, y él y Hacke llamaron, ni más ni menos, al batera Jim White (de Dirty Three), a David Eugene Edwards (de 16 Horsepower), al teclista Matthew Smith (de Outrageous Cherry), al bajista Troy Gregory (de Dirtbombs) y a la artista visual Danielle DePicciotto. El resultado es otro fogoso e incendiario álbum marca de la casa, American Twilight (Mute, 2013), ocho piezas arrebatadas y arrebatadoras, llenas de rabia y nervio, un frenesí sónico para pasar el día dando cabezazos en el aire como posesos.
Para el tema que da título al disco, han grabado un vídeo que recoge el desolador estado de abandono en que se encuentra la ciudad de Detroit:
La edición en vinilo, de un rojo vivo, se acompaña de cedé y un póster, como se hacía antaño.
The Pastels es uno de esos grupos en que mítica y verdadero valor luchan ardorosamente por ver cuál de los dos tiene más razón de ser. Este año han publicado Slow Summits (Domino); aunque salió ya hace unos meses, fue tal la repercusión mediática, que Gog prefirió dejarlo enfriándose para calibrarlo con más calma y reposo. De todas formas, no podía pasar sin atenderlo, porque contiene ingredientes que lo encajan a la fuerza en varias secciones de este blog: la banda escocesa llevaba 16 años de silencio discográfico, la batería la toca una mujer —Katrina Mitchell—, que además canta en algunos temas, incluso en directo mientras bate bombos y platillos. En esta ocasión, ella lleva la voz cantante en cuatro cortes, y junto al fundador original, Stephen McRobbie, componen a medias el álbum.
Por otra parte, el reposo aludido hace un momento se hacía especialmente necesario en este caso, un trabajo de estudio demasiado marcado por esa pieza de pop estratosférica que es «Check My Heart», que desde el primer momento no hacía sino devorar a las ocho restantes que componen el álbum con ese pegadizo y emocionante chk, chk, chk del estribillo.
En conjunto, es un álbum tranquilo como un remanso, con apenas un hilo de agua corriendo por una acequia; está arreglado con delicadeza bajo la supervisión del legendario John McEntire, y por él, finamente orquestados, fluyen flautas, trompetas, teclados, violines, etc. A veces, una punta preciosista de más. Las letras son muy sencillas —cielo, lluvia, verano, café, ventana, sol…— y están impregnadas de nostalgia y evocación.
Como experimento, pruébese a escuchar el disco alterando la secuenciación, de formas que «Check My Heart» vaya al final. Da la impresión de que así el resultado es más arrebatador.
Es evidente que hay una resurección por la cosa Pastels hoy día. Bandas actuales como This Many Boyfriends componen temas de título bien explícito: «I Don't Like You ('Cos You Don't Like the Pastels)». También se acuerdan de ellos en Japón, país muy dado al palo ceochentayséis, como Flipper's Guitary su «Pastels Badges». Y que influyeron ya en sus comienzos lo demuestra que aparezcan citados en coétaneos como The Pooh Sticks en «On Tape»: I've got The Pastels' Song For Children
El 0 y el 5 son las cifras mágicas para eso del celebrar. Según parece, no sirve conmemorar, por ejemplo, el 33 aniversario de la muerte de fulanito. Así las cosas y echando cuentas, acaban de cumplirse quince años desde la publicación del recopilatorio de electropop patrio Lujo y miseria (Acuarela, 1998). Allí se presentaron por vez primera gente como Astrud, Chico y Chica, Les Biscuits Salés o Hidrogenesse, abanderados del underground de final de siglo, una eclosión de creatividad, petardeo desenfadado y ganas de provocar que sirvió para oxigenar la escena musical y demostrar a las siguientes generaciones que algo se podía hacer. De hecho, hoy día se vive otra nueva oleada generacional underground para la que tal vez el modelo anterior fue importante.
El caso es que ahora Austrohúngaro reedita dicha compilación y además, entre otros productos de marketing relacionados, un flexi-disc de color azul piscina, firmado y numerado a mano, con una nueva remezcla del «Hidroboy» de Hidrogenesse, potente e irresistible. Temazo.
Hidroboy, siempre en la piscina,
es el mejor, siempre en bañador.
Y yo tumbado en mi toalla,
un libro y el bronceador,
mi walkman con Dinarama,
sonrisas y gafas de sol.
La mención del walkman —tan moderno entonces, tan obsoleto hoy—, nos resulta tierna y evidencia la enorme velocidad del paso de los tiempos. Y la mención de Dinarama también es muy reveladora, pues una de las características de todos estos grupos era haberse mirado musicalmente frente al espejo de la saga Pegamoides / Dinarama / Carlos Berlanga / Fangoria.
Al punk habría que ponerle un monumento. El punk ha sido uno de los movimientos más importantes de la historia del rock, no tanto por su calidad en sí como por lo que supuso de reseteo musical, del acabose del antiguo régimen, de volver a la casilla de salida y servir de arranque a cuanto de bueno vendría inmediatamente a continuación, principalmente la explosión del post-punk y la new wave, pero que llegó a salpicar a otros géneros, como el jangle pop, por ejemplo, o la escena del indie primerizo del C-86. Lo dijo Alan McGee, «entre 1978 y 1982 se ha hecho la mejor música de la historia».
De 1980 es Hypnotised, el segundo álbum de unos de esos hijos putativos del punk, The Undertones, apenas un año después de su exitoso y celebrado debut homónimo. La foto de la portada, algo desenfocada, se tomó con una cámara barata de usar y tirar; pensaron que sería un suicidio comercial, pero aún así la mantuvieron en la cubierta. En ella se ve a Billy Doherty (batería) y a Michael Bradley (bajo) tenedor en mano, imberbes y de rostro aún aniñado, con una servilleta con el dibujo de una langosta a modo de babero, lo que les infantiliza aún más, en una marisquería de Nueva York (a Gog le encantaría saber en cuál y si ese local aún existe). Con tamaña poca pinta de gourmets, la foto transmite la impresión de que es como dar de comer margaritas a los cerdos, y es ahí donde precisamente radica el acierto de la instantánea: jóvenes de clase obrera fuera de su contexto intentando comerse el mundo. Para curiosos, la edición para Alemania salió como portada la foto de la trasera de la edición inglesa, con los cinco miembros al completo.
Comenzaron a grabarlo en Holanda, pero pronto se dieron cuenta de que les faltaba material y que allí no les llegaba la inspiración suficiente, así que se volvieron a la carrera a Londres, al mismo estudio donde habían grabado su primer álbum para que todo volviera a fluir. Ya en Londres, compusieron y grabaron, entre otros temas, el que a la postre sería el tercer single del álbum y la versión del clásico soulero de los Drifters «Under the Boardwalk», pero filtrada a través de la versión de los Rolling Stones, como le gustaba la padre de los hermanos O’Neill, cabecillas de la banda junto al cantante Feargal Sharkey.
Como suele ocurrir en tantos casos, las canciones no tienen la urgencia y visceralidad que en el debut, o al menos no tanta, pero a cambio son mucho más sólidas, están mejor construidas, son algo más complejas (añadieron algún teclado, hay algún arreglo más) y todo el conjunto resulta más regular, entre otros factores porque habían aprendido a tocar mejor. La guitarra de Damian O’Neill, aquí ya mucho más dura y poderosa, influiría posteriormente en bandas como Ash o Blur, Graham Coxon lo sabe. En general siguen siendo temas directos, pues en este segundo trabajo, al igual que en el primero, The Undertones seguían empeñados, muy ramonianamente, en pisar los pedales lo menos posible. Y sigue habiendo temazos llenos de eterna y osada juventud. Se demuestra simplemente con el primer tema, «More Songs About Chocolate and Girls», parodia de los Talking Heads («More Songs About Buildings and Food»); de hecho, Undertones y Heads coincidieron en un festival en Edimburgo y allí hubo sus más y sus menos, como no podía ser de otra forma teniendo en cuenta que el lema de los norirlandeses era «Fuck art, let’s dance». La voz nasal, cuasi gangosa, de Feargal Sharkey en «My Perfect Cousin», «Wednesday Week», «She That Girl» (con parapapeo incluido), «What's With Terry», etc., terminaba por hacer únicos esos temazos.
Al año siguiente publicarían su tercer álbum, Positive Touch, también memorable pero ya algo diferente y a distancia de los dos primeros, pese a que contiene uno de los temas favoritos de Gog de todos los tiempos (It’s Going To Happen). Van más de tres décadas desde que se publicó el arrebatador Hypnotised. Escucharlo hoy día a todo volumen sigue proporcionando un subidón muy reconfortante.
Mientras que Sharkey continuó grabando en solitario, los hermanos O’Neill acabaron montando That Petrol Emotion, de inclinación política y más experimental, y que tanto influyó en bandas de brit pop y Madchester, pero esa es ya otra historia.
¿Que parecen dos baterías a la vez? Es que lo son. Con ese arsenal de cajas aporreadas comenzaron a gatear Shop Assistants. El tam-tam de cuando empezaba el indie. Para darle mayor interés al asunto, se trataba de dos chicas, Laura MacPhail y Ann Donald. La voz era la de Alex Taylor, el bajo lo llevaba Sarah Kneale y el único chico de la banda, David Keegan, se encargaba de la guitarra. Esa pieza dicharachera y rítmica abría el hoy legendario Shopping ParadeEP (Subway, 1985).
De las cuatro piezas que lo componían, «All Day Long» y «All That Ever Mattered» pasaron a formar parte del álbum que grabaron con una subsidiaria de Chrysalis al año siguiente. «It’s Up To you» —la lenta— se eligió para representarlos en la mítica recopilación C86, lo que quizá no resultó una elección muy apropiada por parte de NME, porque sin duda Shop Assistants eran como esos pilotos de Fórmula 1, mejores cuanto más a fondo pisan el acelerador. Entre tribal, selvática y caótica, «Switzerland» quedó relegada al olvido; es este, pues, un buen momento para recordarla:
Si nos remontamos un año en la historia de la banda, encontraremos que realmente el primer vagido lo habían dado como Buba & The Shop Assistants, tan inicial todo que incluso era otra la cantante, Aggi (Annabel Wright) —más tarde en The Pastels—. Únicamente sacaron un single, «Something To Do», que produjo, a la par que hacía coros, Stephen "Pastel" McRobbie, el pastelero mayor. Andando el tiempo, la formación de Shop Assistants fluctuó bastante; por ejemplo: para el álbum de debut ya sólo estaba a la batería Laura, quien más adelante sería sustituida a las baquetas por Margarita Vasquez-Ponte, la percusionista de Jesse Garon and the Desperadoes.
Por esos Pastels citados —que al parecer vuelven este año— pasarían de alguna u otra forma el propio Keegan, Francis McDonald, Norman Blake… En fin, todo gloria del pop escocés de mediados de los ochenta. BMX Bandits, Teenage Funclub, The Jesus & Mary Chain (lo último que grabaron Shop Assistants fue una versión de «You Trip Me Up»), The Vaselines… Rememoras estos grupos y se te ponen los pelos como Scorpions.
Cuando parecía que Frank Black lo tenía ya todo dicho —aunque en el último intento en solitario había recobrado mucho brío—, de repente se descuelga con un estupendo nuevo proyecto: Grand Duchy, a pachas con su mujer, la hasta ahora desconocida Violet Clark. De hecho, la portada intenta decirnos eso: ustedes a mí ya me conocen (de espaldas), pero ahí les presento a ella (de frente).
Pero la noticia del asunto es que este Petits Fours está tremendamente bien, unos cuasi-Pixies en estado de gracia de nuevo. Guitarrazos rabiosos, delicias pop, jugueteos maliciosos, dulces dúos perversos… todo el muestrario Frank Black oreándose otra vez.
Gog ya está guardando monedillas en una hucha a la espera de romperla cuando llegue el disco a las tiendas en abril. Escucharse ya se puede escuchar:
A Wire le cuadran los números. Han pasado 30 años desde que publicaron 154. Aquel era su tercer disco, tras los sólidos pilares de Pink Flag y Chairs Missing. En 2008 volvieron con otro de sus impresionantes artefactos sonoros: Object 47. Tras el trallazo del huracanado e hipnóticamente claustrofóbico Send, en este último han optado por un tono más melódico, menos industrial, aunque siguen haciendo el post-punk de siempre. (Esto de la etiqueta post-punk, género del que Gog es un gran degustador, es un ni-pa-ti-ni-pa-mí, o sea, ni el cacharrerío del punk ni el tintineo de la new wave, algo así como un pop airado.)
La prensa especializada habla de una inmersión más decidida en el pop por parte del combo de Colin Newman. Lo que realmente parece haber ocurrido es que ahora —tras el abandono del guitarrista fundador, Bruce Gilbert— a Newman le sale lo que está haciendo con Githead, con los que lleva dos magníficos discos muy inadvertidos por el personal.
En Githead está la bajista y vocalista israelita Malka Spiegel, co-fundadora de Minimal Compact allá por la misma época que empezaba Wire, y que trabajaban el mismo palo sólo que con un poco más de oscuridad. One By One es una escucha muy recomendable aún hoy día.
Por su parte, Colin Newman ha publicado un buen puñado de discos en solitario sin tanto mérito. Con el primero de ellos (A-Z, 1980) estuvo más acertado. El aludido Gilbert y el bajista de Wire, Graham Lewis, planearon juntos en Cupol, un proyecto ambiental y de tintes electrónicos aún más intrascendente.
El himno de Wire «Outdoor Miner» lo han versioneado muy bien Luna y Flying Saucer Attack.
Los bostonianos Pixies estuvieron en estado de gracia entre 1988 y 1990. Tres años para grabar tres enormes discos: Surfer Rosa, Doolittle y Bossanova.
Con Doolitle alcanzaron su cima artística, sin embargo Gog prefiere Surfer rosa; en él hay mucha más presencia de la voz femenina que en los otros: disco a disco Black Francis fue relegando del micrófono a Kim Deal.
Producida la desbandada, y antes de que hace un par de años volvieran a reunirse para hacer una gira con fines benéficos (los suyos propios), Kim Deal se empapó de éxito a la primera junto a su hermana Kelley en The Breeders con aquel himno indie que resultó ser «Cannonball».
The Breeders han seguido desde entonces, a la manera del Guadiana, y este mismo año han vuelto a publicar. Y mientras el grupo iba y venía, las hermanas se dedicaron cada una a cultivar sus propios proyectos: The Amps y Kelley Deal 6000 (muy recomendable disco).
Black Francis, que últimamente ha recuperado el brío y nombre artístico, no tuvo tanto gancho con sus Frank Black & The Catholics.
Joey Santiago y David Lovering se unieron para formar los intranscendentes The Martinis. Lovering se marchó para hacerse científico y eventualmente ha colaborado como músico de estudio. Y Santiago anda componiendo bandas sonoras.
Fueron muy grandes juntos.
En España se les veneró. Grupos como Cecilia Ann, Manta Ray y Velouria sólo tuvieron que echar un vistazo a las contraportadas de sus discos para escoger el nombre artístico.