domingo, 27 de marzo de 2016

Parecidos razonables #29



Tienen un aire. Rafael Nadal y Oscar, simplemente Oscar. El uno es una leyenda. El otro, un novato, un recién llegado pero con aureola de promesa. 

Quién sabe si este jovezno de Londres alcanzará las cotas de fama del mallorquín. De momento, su single «Daffodil Days» es un revés a dos manos que nos tiene con las orejas tiesas y el ánimo con un punto de alegría y felicidad.

sábado, 26 de marzo de 2016

Cameos musicales #61 // La cara oculta #18: Nash the Slash

Roadkill, la fascinante roadmovie de Bruce McDonald, la serie B en todo su esplendor. Con una fotografía espléndida y con encuadres e imágenes espectaculares, el esfuerzo de la realización sirvió para conseguir el premio a la mejor película del festival de Toronto en 1989. Al parecer, McDonald, cuando recogió el galardón, tuvo la ocurrencia de decir que se gastaría los 25 mil dólares del premio en una pelota de hachís. 

La historia de Roadkill (del propio McDonald) es tan absurda como descacharrante; y los personajes parecen salidos de las familias más desectructuradas del planeta Tierra. La sinopsis viene a ser algo así: Ramona —interpretada por Valerie Buhagiar—trabaja en una promotora musical; la envían a buscar a los miembros de la banda de rock Children of Paradise, que han desaparecido y tienen que presentarse en varios conciertos que tiene firmados. Como ella no sabe conducir, tiene que tomar el tren y el autobús y finalmente acaba haciendo autostop y aprendiendo a conducir. En su camino a través de Canadá, conoce a los más extraños de personajes... Entre las historias que se van sucediendo, hay tiempo para ver alguna actuación en directo. Concretamente la de Nash the Slash, que supuestamente hace telonero de los ficticios Children of Paradise, interpretando su propia composición "We Will Be The Leaders". 


Jeff Plewman —como constaba en su carnet de identidad— también era canadiense, y, como podrá comprobarse en breve, sus excentricidades a la fuerza habían de avenirse con el también excéntrico McDonald. Como Nash the Slash siempre aparecía en escena con la cabeza cubierta de vendas, gafas negras y tocado con algún tipo de sombrero, ya fuera chistera, bonete o casco de obrero. No sólo era un notable multiinstrumentista (violín, chelo, etc.), sino que todo lo pasaba por el filtro de la experimentación y de la electrónica. Uno de sus proyectos más osados fue el mini-álbum Descomposing, que se puede escuchar a cualquier velocidad (33, 45 e incluso 78 rpm). Aparte de la curiosidad técnica en sí, el resultado es más que interesante


Además de intervenir en otras bandas (FM, por ejemplo) y de colaborar con diferentes artistas, como Gary Numan, mantuvo un vínculo constante con el mundo del cine, componiendo bandas sonoras —e él se debe la de Roadkill— o interpretando la música de películas mudas en salas de cine, a la vieja usanza. Y podría decirse que fue un pionero en llevar música en directo a espectáculos audiovisuales relacionados con el mundo del arte, como hizo en una exposición del pintor Robert Vanderhorst


Como curiosidad final, en Roadkill tiene una pequeña escena Johnny Ramone, del que no pueden alabarse sus dotes escénicas ni siquiera interpretándose a sí mismo: 


(Gracias a @srlansky por su ayuda con los vídeos.)

miércoles, 23 de marzo de 2016

Ellas llevan el ritmo #72 // El batería es el cantante #18: Steph Hughes, de Dick Diver


La esquizofrenia es tal desorganización neuropsicológica que acaba con el pobre que la padece viviendo una realidad paralela, una realidad alterada por el propio individuo a base de alucinaciones y psicopatías. Debe de ser terrible vivir en un mundo lleno de sombras que no existen, verse acechado por lobos de humo que nadie más ve. 

F. Scott Fitzgerald supo de sus consecuencias, pues su mujer, Zelda Sayre, fue hospitalizada por esquizofrenia en un sanatorio en Baltimore en 1932. Para estar cerca de ella, el escritor alquiló una villa en la zona residencial de Towson, al norte de la ciudad. Allí escribió Suave es la noche (Tender Is The Night, 1934). La novela tiene ciertas similitudes autobiográficas; narra la historia del ascenso y caída de Dick Diver, un joven y prometedor psicoanalista, y su mujer, Nicole, quien al mismo tiempo era una de sus pacientes. 

A quince mil kilómetros de distancia, en Melbourne, existe una realidad paralela de mismo nombre. La banda Dick Diver —que se bautizó así por el personaje de Fitzgerald, evidentemente— tiene la virtud de sanarte. El título de su tercer disco es Melbourne, Florida (Chapter Music, 2015), que como se ve traza en parte la misma línea cartográfica que acabamos de dibujar. Escuchando la algo claustrofóbica «Competition», con esos teclados lúgubres y ácidos, el precipicio para caer en la locura y la neurastenia estaría servido. Pero Dick Diver es básicamente una banda de jangle, como se aprecia desde el primer corte, la impecable «Waste the Alphabet». Le sigue una pieza delicada, en la que la batería de Stepnanie Hughes marca una senda por la que la voz y las líneas de guitarra pasean plácidamente hasta que al final entra una trompeta memorable. Y por si no hubiera sido lo suficientemente bonita, le sigue «Leftlovers», ahora con la voz solista de la propia Steph, que también cerrará el álbum. En «Beat Me Up» ya hay una presencia seria del sintetizador. Tras una especie de interludio —«Resist»— las guitarras y el bajo de Rupert Edwards, Alistair McKay y Al Montfort trenzan otra emocionante pieza llena de sentimiento y delicadeza. Como en «Private Number» (qué piano), o como el ritmo contagioso de «Tearing the Posters Down» o como cualquiera de los doce cortes que componen este vergel

En las letras hay referencias constantes a la televisión, sobre todo a la tele vista por la noche, cuando la soledad se hace más presente e inevitable y se necesita más que nunca de la compañía de una voz que nos aletargue. Apaguémosla; con Melbourne, Florida no la necesitamos, nos sentiremos bien acompañados y a salvo de la locura.