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lunes, 6 de enero de 2020

Letras sin acordes #17 // ¿Y tú de quién eres?#32: Steve y Justin Townes Earle


No somos por En Esta Quiero Humo unos degustadores del country y del género de la Americana, dicho así en general. Por lo tanto, poco tenemos que añadir a lo que musicalmente de dedica Steve Earle, sobre todo por desconocimiento casi absoluto de quien esto escribe. Más interesantes nos resultan sus facetas de activista político (ya desde lo de Vietnam, y presente en bastantes composiciones suyas), actor (The Wire; también es suya la versión de "Way Down The Hole" de Tom Waits para la cabecera de varias temporadas) y de escritor. Pese a este interés, y con el libro comprado hace años, no ha sido hasta recientemente cuando hemos abierto No saldré vivo de este mundo (El Aleph, 2011). El título, realmente llamativo y brillante, sale de una canción de Hank Williams, personaje presente en la novela en forma de fantasma, que se le aparece al empedernido yonqui Doc cada vez que está de subida. 

Doc es un heroinómano que vive en el peor barrio de San Antonio ejerciendo como médico clandestino de la zona, aunque le retiraron la licencia. Todo cambia cuando llega una joven mexicana, Graciela, para que le practique un aborto. La chica acabará quedándose y ayundándolo; a Doc y a cuantos la rodean, porque empieza a manifestar curaciones y redenciones milagrosas con solo tocar a una persona. A Doc, por ejemplo, lo desengancha. Un cura irlandés se meterá por medio prevenido por los milagros de la chica, que además tiene un estigma en una muñeca. Y, mientras, Doc habla con el fantasma de Hank Williams. Esta historia se ambienta en la América profunda en 1963, año de la muerte de Kennedy. El retrato de la vida de un yonqui es implacable; y en general todos los personajes están muy bien perfilados. Hay cierta influencia literaria del realismo mágico hacia el final. 

Si existen o no las casualidades, o si son otra cosa, poco importa. El caso es que justo cuando acabábamos el libro, nos enteramos de la existencia de Justin Townes Earle, primer hijo de Steve Earle, fruto de uno de sus numerosos matrimonios. Lo llamó así en honor de su admirado Townes Van Zandt. Justin Townes también se dedica a la música desde hace años y a un palo similar al del padre. Su último álbum es The Saint of Lost Causes (New West Records, 2019), impecable y muy ortodoxo, pero sin la intensa herrumbe ni rugosidad de las canciones paternas.

martes, 1 de mayo de 2018

Letras sin acordes #16 // La banda sonora de un libro #20: Joe Pernice

—Por el futuro —dijo Jocelyn. 
—Por que venga ya —soltó James. 


Con la ocurrencia conviene no extralimitarse, y Joe Pernice es ocurrente, muy ocurrente. Este escritor de canciones antes de convertirse también en escritor de novelas es propenso a introducir escenas en las que siempre hay un elemento anecdótico cómico. Afortunadamente, aunque bordea el abismo en numerosas ocasiones, sabe detenerse a tiempo para proseguir con la historia. En cualquier caso, aunque sólo sea por leer la delirante conversación que mantienen dos personajes sobre los bigotes de Stalin y Hitler ya habrá merecido la pena adentrarse en Esta canción me recuerda a mí (traducción del editor español para It Feels So Good When I Stop). Y esa sonrisa que nos saca desde la primera página nos la mantiene entreabierta hasta el final. 

Esta su primera novela —escrita en 2009 y publicada aquí en 2017 por Blackie Books— trata de relaciones rotas, la soledad y otras amistades. Pernice, que se había estrenado anteriormente como escritor con un volumen de la colección 33 1/3 sobre un álbum de los Smiths, tiene toque literario, sin duda. Junto al ingenio verbal, destaca su habilidad para construir personajes: todos tienen un punto de interés, no hay ninguno que resulte anodino o literariamente insustancial; incluso cuando se trata de alguien real, la transmutación que hace de esa persona en un personaje de ficción (lo hace con Lou Barlow) es muy enriquecedora. 

Por supuesto, hay en ella críticas al negocio musical, y música, toneladas de música a lo largo de las doscientas y pico páginas. La condición de músico de Pernice la lleva soldada, lógicamente. Si bien a lo largo de la novela se citan muchos más artistas y muchas más canciones, el propio autor seleccionó algunos cortes para lo que sería la banda sonora:

 

Nota final: Se podría hacer otra buena playlist con una selección de temas de las bandas por donde ha pasado Pernice, desde Scud Mountain Boys, Chappaquiddick Skyline, Pernice Brothers, The New Mendicants o Roger Lion.

jueves, 9 de noviembre de 2017

Sales en mi canción #94 // Letras sin acordes #15 // Las nuevas aventuras del llanero solitario #49: Viv Albertine


Hay que ser más inglés que el té con scones para discernir y descifrar toda la onomástica mencionada en "Still England". Canción río compuesta casi exclusivamente a base de una ristra de nombres tras otra, ya sean artistas de diversa índole, políticos, personajes populares y todo un compendio de referencias a la cultura inglesa. Exclusivamente relacionados con la música, se oyen los nombres de:

Dennis Bovell, Kate Bush, David Bowie, The Slits, Keith & Mick (sobran las presentaciones), Jah Shaka, Siouxsie Sioux, Sid Vicious, Johnny Rotten, Dusty Springfield, Poly Styrene, The Kinks, Jarvis Cocker, Brian Eno, Cosey Fanni Tutti, The Clash, Robert Wyatt, Ewan McColl, Sandy Denny, Lemmy, Syd Barrett, Lennon y T-Rex. Y no estamos seguros de si Whinehouse [sic] es Amy Winehouse. Finalmente, no era inglés, aunque allí se lo adoptó: Bob Marley.



El tema se encuentra en el único álbum que ha publicado en solitario quien fuese componente de las legendarias The Slits, The Vermilion Border (Cadiz Music, 2012). Tiene la particularidad de que colabora un bajista diferente en cada corte: Jack Bruce, Tina Weymouth, Glen Matlock, Dennis Bovell, Danny Thompson, Jah Wobble, Phil Oakley o Jim Barr (Portishead), entre otros. Y quien fuese su pareja en los incipientes años de germinación del punk, Mick Jones, toca la guitarra en el tema inicial.

A este respecto, la vida personal de Viv Albertine, conviene leer su autobiografía Ropa música chicos (Anagrama, 2017), que si no es una cima literaria, sí es un apoteósico viaje al centro del nacimiento del punk. Dividido en dos partes, que llama 'caras', la primera es un documento esencial sobre un momento musical histórico de alguien que estuvo allí, que lo vivió, que fue parte de él, que contribuyó a que rodara; en la segunda describe su vida después del punk, años de reubicación personal y un infierno médico.


domingo, 12 de octubre de 2014

Letras sin acordes #14: Giles Smith

Una de las mejores ideas que ha tenido la música pop 
ha sido no tener demasiadas ideas. 

La vida, para la mayoría de las personas, consiste básicamente en aceptar y aprender a tolerar el hecho de que jamás se cumplirán nuestros grandes sueños. Esta moraleja adulta y como de perro viejo y resabiado es la que se extrae tras la entretenidísima lectura de Lost In Music, del músico y periodista musical Giles Smith. En España acaba de editarse (Contra, 2014), pero hay que advertir que la obra se publicó por vez primera en 1995 en inglés. Así pues, las referencias musicales se quedan detenidas en ese punto de la historia, y más importante si cabe, las cogitaciones sobre los posibles formatos de audio, con sus ventajas y desventajas, llegan hasta el advenimiento del cedé, aquel ébola que amenazó la supervivencia del vinilo. Como cuenta el propio Smith en el epílogo escrito para la ocasión: 



Ahora [un amigo] me envía por correo electrónico un archivo comprimido o mp3 que luego descargo en mi biblioteca de iTunes desde Dropbox. Hace veinte años, esta frase habría resultado tan desconcertante que habría dado la impresión de haber sido escrita por alguien que hubiera apoyado el codo en el teclado.

Ese tono humorístico, inteligente, fino y sutil como sólo los británicos son capaces, recorre las trescientas páginas del libro, de manera que te tiene siempre la cara con una mueca sonriente puesta. A Smith le sirve, además, para despojarse de toda pose demasiado egocéntrica y quitarse importancia, la que de hecho nunca tuvo con sus The Cleaners From Venus junto a su amigo Martin Newell; unos rotundos perdedores. Lost in Music trata de cómo se relaciona con el mundo un fan del pop y cómo un día decide cruzar la línea y pasar al otro lado, al de los músicos; para su sorpresa, ambas vidas no son iguales, ni siquiera compatibles: o eres lo uno o eres lo otro, y duele comprobar que por muy fan que seas no sirves para crearla e interpretarla. Llegados a este punto, ¿quién de los traspasados por la música que esté leyendo estas líneas no se ha visto en esa tesitura, quién no ha fantaseado con tener un grupo y alcanzar la fama? (Gog ha de confesar algo: de adolescente soñó con tener un grupo llamado The Wrong ‘Em Boyo —como el tema de los Clash—, en el que cantaría en inglés y tocaría la guitarra mientras el mundo entero se rendía a sus pies.) 


El libro de Smith lo saboreará especialmente, pues, cualquiera que haya pasado horas rebuscando en cubetas polvorientas y reordenando su colección de discos con pulcritud de archivista, quien piense que a veces lo importante de un disco es tenerlo, no escucharlo, quien no pueda dejar de obsesionarse hasta dar con una canción que ha oído en alguna parte y de la que no sabe nada más, quien haya asistido a conciertos con diez personas en el público, quien preste más atención a cómo está dispuesto su equipo de audio que al nivel de aceite de su coche; en fin, las mil y una manías que suelen acompañar a los del pop y las inverosímiles que pueden llegar a hacerse por la causa. 

Libro divertido y enternecedor, tanto como lo es a veces mirarse en un espejo y reconocerse como lo que uno nunca será pero deseó ser.

miércoles, 4 de junio de 2014

Letras sin acordes #13: la autobiografía de Rod Stewart



Ser cantante en una banda de rock es simplemente 
el mejor trabajo del mundo. 
Después de eso, todo es una pérdida de categoría.

Ser tirando a feote y tener la voz arenosa como una duna y aún así haber sido ídolo de masas, haber vendido millones de discos, convertirse en multimillonario, gastar ese dinero en mansiones y autos de maravilla, comprarse un equipo de fútbol y haber tenido relaciones sexuales con decenas de mujeres en las que el adjetivo ‘espectaculares’ apenas les hace justicia —¡estamos hablando de alguien que llegó a desvestir a Kelly LeBrock, “la mujer de rojo”, por todos los santos!—, es algo que sólo pueden ocurrir en el mundo del rock. 

Rod Stewart puede contarlo. Y lo hace en su Autobiografía (Plaza & Janés, 2012) con tal desparpajo y tal sentido del humor que las 400 páginas pasan volando. No sabemos si quien le ha dado el estilo definitivo ha sido él mismo o algún negro literario contratado para el caso, pero el resultado tiene pulso y engancha; si encima ha sido el propio Stewart…, chapeau. En cuanto al contenido, pues se trata de la narración de una vida formidable que la mayor parte de los mortales no nos acercaremos ni a imaginar. La primera mitad es especialmente interesante para musicólogos: sus inicios como cantante bajo la tutela de Long John Baldry, sus andanzas con los Steampacket y, sobre todo, su ayuntamiento con The Faces[*] —las correrías con su inseparable Ron Wood, groupies incluidas, ocupan bastantes páginas— y Jeff Beck Group. En medio de estas aventuras musicales van intercaladas anécdotas y comentarios sobre los otros muchos artistas que ha tratado; por ejemplo, cuanto habla de su amistad con Elton John es desopilante (estamos hablando de gente que se regala un Rembrandt por su cumpleaños). 

Y mujeres, muchas, muchas mujeres. Todas las relaciones sentimentales y carnales, que ha tenido a lo largo de su vida contadas con bastante sinceridad y nobleza, lo que ocupa la mayor parte de la segunda mitad. 

Durante nuestras forzadas separaciones, Britt [Ekland, ex chica Bond] me enviaba cartas de amor en paquetes que también contenían un par de bragas. Dios santo, hay que ver cómo han cambiado las cosas con el correo electrónico. 

En esa última parte también sorprende encontrarse a un artista que lo tiene todo confesando su desesperación por volver a encontrar el camino del éxito. Un artista con el orgullo y el amor propio heridos, consciente de «una fama mundial y una vida con más magia de la que nadie tiene derecho a soñar», pero que sin el éxito se siente totalmente vacío. Los dos últimos capítulos resultan algo empalagosos —feliz esposo/padre/abuelo—, pero nos ha hecho pasar tan buen rato antes que se le perdona; casi como el título original inglés: Never A Dull Moment ('Ni un instante de aburrimiento' hubiera sido mucho más acertado que cambiarlo por ese aséptico 'Autobiografía'). La edición se acompaña de decenas de fotos inéditas y un muy útil índice onomástico. 

[*] La palabra faces no hay que traducirla por lo primero y obvio que nos viene a la cabeza, sino por "figuras". Era lenguaje coloquial de la época para señalar a aquellos que iban a la moda y se hacían notar. Quizá hoy se llamarían The Hipsters.

lunes, 10 de marzo de 2014

Letras sin acordes #12: Música moderna, de Fernando Márquez

El público resultó menos tonto que de costumbre. 
O sea, que le gustamos. 
Fernando Márquez


El mejor historiador no es quien mejor sabe interpretar el pasado, sino el que sabe leer su presente y lo deja plasmado. Hay que estar dotado de una cierta clarividencia para captar e interpretar lo que sucede a nuestro alrededor en una época determinada. En este sentido, la labor de La Fonoteca —el entusiasta tándem formado por Diana Cortecero y Raúl Alonso— es doble: por un lado practican una formidable recuperación de la memoria histórica musical española en los archivos de su web; por otro, demuestran tener ese olfato esencial de cuanto se cuece en su ahora compilando y plastificando la escena musical underground patria más actual. Por eso no es de extrañar que sean precisamente ellos quienes hayan reeditado el legendario e inencontrable libro de Fernando Márquez “El Zurdo” sobre el origen de la Movida, Música moderna (La Fonoteca/Libros Walden, 2013), que hoy es historia pero que en su momento fue fulgurante presente. 

El libro nació por encargo de la editorial La Banda de Moebius en 1981, lo cual también dice mucho de la conciencia de presente histórico que tenía su editor, Juan Luis Recio. El valor documental de Música moderna es incontestable: mucho de lo que se sabe y se ha contado de la Movida está en esta obrita. La primera mitad del libro, aproximadamente, narra la intrahistoria de Kaka de Luxe y el big bang que le siguió: Paraíso y Alaska y los Pegamoides, más dos bandas muy relacionadas con ellos, Zombies y Radio Futura. Podría deducirse que este sería el top 5 personal de El Zurdo en lo que él consideraba el núcleo capital y más auténtico y moderno de toda aquella explosión artística que tuvo lugar entre finales de los setenta y comienzos de los ochenta en Madrid. En la otra mitad de la obra, cataloga y comenta el resto de bandas que surgieron entonces, en su mayoría con una línea artística muy diferente a la que practicaban ellos («Los llamados grupos sanos», «Aunque el Topo se vista de popy», «Montajes discográficos: menuda trastada», etc.), y el contexto de todo ello: los medios de comunicación, los promotores ladinos, las salas y el estado de la cuestión en provincias. En medio —como novedad de esta edición—, se recoge un pequeño dosier fotográfico con algunas imágenes inéditas hasta ahora. 

Fernando Márquez y Mario Gil, en la fiesta de Primavera de la Universidad Autónoma de Madrid en 1980 (Foto: Senovilla).

Lejos queda el malditismo y la idiosincrasia tantas veces comentada del líder de Paraíso y después La Mode. Cierto que Música moderna es un documento muy personal y subjetivo, pero eso no le quita valor. Al contrario; tenga o no razón en sus comentarios, estemos de acuerdo o no con ellos, no cabe duda de que están hechos con inteligencia y conocimiento de causa y de que Márquez supo leer el presente que lo rodeaba. Y en cualquier caso, quedémonos, simplemente, con que este centenar de páginas están escritas con estilo y empuje, con una prosa que se mantiene lozana y que hace que la obra se sorba de un tirón. Lo demás es historia.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Letras sin acordes #11: Maurice Walsh

—¿Has leído la última novela de Menganito? 
—No; ya si eso espero a que salga la película. 

Este mínimo y poco ingenioso diálogo pretende representar lo que suele ser el orden natural de los acontecimientos: un libro, de más o menos éxito, reconvertido en una cinta de celuloide. Como en un principio el libro se lo leyeron los justos, es ese el momento de reeditarlo y de hacerlo llegar masivamente. Con El hombre tranquilo (1952), la mítica y jamás suficientemente ponderada película de John Ford, también ocurrió algo parecido, como se detallará más adelante, eso sí, con una pequeña peculiaridad en lo que a nosotros atañe: jamás había sido editado el libro en España hasta ahora, sesenta años después del estreno de la película y casi ochenta del original impreso, defecto que acaba de reparar la editorial Reino de Cordelia, con enorme acierto, pues ya va por la segunda edición. 

El escritor irlandés Maurice Walsh publicó un pequeño cuento titulado “El hombre tranquilo” en la revista americana The Saturday Evening Post en 1933. De inmediato llamó la atención de los lectores, entre ellos al también irlandés John Ford, quien rápidamente se puso en contacto con Walsh para comprarle una opción para el rodaje. El director tardó bastantes años en poder plasmar la película. Walsh incluyó ese relato como parte de la novela Green Rushes (1936) —traducida ahora aquí con lógico criterio comercial como El hombre tranquilo—. Cuando Ford estrenó la película, Walsh había ganado alrededor de seis mil dólares por ceder los derechos, cifra que le pareció escasísima dado el éxito del filme y, sobre todo, porque a su entender director y guionista habían desvirtuado demasiado su obra. 

Este asunto es importante si algún admirador de la película se acercara ahora a la lectura del libro: en conjunto, el parecido con la historia filmada no es más que relativo. Vaya por delante lo que más nos interesa en estos instantes: El hombre tranquilo (Green Rushes), de Maurice Walsh, es una excelente novela. Respecto a la película, la obra original es un conjunto de relatos con varias líneas argumentales, diferentes en tiempo y en espacio, entrelazadas a través de los personajes, que no son exactamente los mismos en el libro, que nadie espere encontrarse con Sean Thorton; Ford cogió detalles de todas esas historias para construir la suya, y omitió otros muy importantes en el libro, como la presencia explícita del IRA. Todos los personajes aparecen en el primer relato, y después tiene lugar una especie de big bang que los dispersa por las sucesivas historias. La novela está construida con una técnica literaria precisa como el arte de un relojero; los personajes están maravillosamente caracterizados y el ambiente contiene toda esa esplendorosa evocación del paraje irlandés.

lunes, 29 de abril de 2013

Letras sin acordes #10: Dominique A

Enseguida es demasiado tarde (p. 33).

No podemos regresar a nuestro propio pasado porque es imposible regresar adonde uno jamás se ha marchado. Nuestro pasado nos acompaña de por vida; es incansable, caminará cuanto nosotros caminemos. Nos trasladaremos a miles de kilómetros del lugar del que procedemos huyendo de él, pero al darnos la vuelta para comprobar si ya lo hemos perdido de vista, ahí estará el pasado a nuestro lado moviendo el rabo y sacando la lengua a la espera de que le volvamos a lanzar otra vez la pelota. 

Dominique Ané nació en Provins, una triste y gris ciudad de provincias en la que pasó su triste y gris infancia y adolescencia. La casa paterna estaba en la Rue des Marais, calle a la que en el álbum L'Horizon (Le Pop Musik, 2006) le dedicó una sentida canción de remembranza. 



Y recuerdos, remembranzas, es lo que hay en Regresar (Alpha Decay, 2013), pequeño librito en el que narra su intento de zanjar por fin las desavenencias con su pasado. Lo que él identificaba como el origen de su aflicción, Provins y su ambiente claustrofóbico, resulta que no tenía la culpa y que esa pesadumbre más bien existía sólo dentro de sí mismo. Volvió años después para enfrentarse a ello y darse cuenta. Y lo rememora a través de una bella prosa, nada alambicada, con escasos adjetivos que la adornen. 

[Aunque lo suyo sería leerlo en francés, en este caso la traducción, de Mercedes Cebrián, no desmerece.]

lunes, 17 de diciembre de 2012

Letras sin acordes #9 // La banda sonora de un libro #12: Kristin Hersh


Remedando un famoso verso de Gustavo Adolfo Bécquer, el mundo es gigante y extraño. Tan chocante les resulta a algunos seres humanos relacionarse con su entorno, tan ancho de talla les queda el mundo de su alrededor, que conseguir llegar al final del día ya es un éxito para ellos. 

Entre la primavera de 1985 y la primavera de 1986, Kristin, una chica de 19 años, que compone crípticas canciones de rock y canta y toca la guitarra en una banda llamada The Throwing Muses, deja la universidad para trasladarse a Boston con sus compañeros, le diagnostican síndrome bipolar, les contrata una discográfica para grabar su primer álbum y se queda embarazada. Una pequeña precisión: este novelesco argumento es, en realidad, la vida de la propia Kristin Hersh, narrada por ella misma en la fascinante y alucinada autobiografía Rat Girl (Alpha Decay, 2012). Se lee como una novela sin ser una novela. Es literatura en estado puro, de quien posee el don de la escritura. Hersh escribe con tensión, inteligencia, humor, sabe emocionar y absorber la atención del lector. Y es un libro que puede leer cualquier amante de la buena literatura, no hace falta ser un erudito en música alternativa. Claro que Hersh habla mucho de música; de hecho, hay varios capítulos antológicos directamente relacionados con el mundillo musical, como la descripción de un caótico concierto que llegaron a dar o la primera conversación que mantuvo con el dueño de la discográfica que los fichó (y en la que sigue casi treinta años después), pero que nadie piense en el típico libro de un músico hablando de otros mil grupos ignotos para el lego en rock alternativo. Rat Girl no es eso. Es un huracán emocional referido con palabras, la tormenta mental de alguien que no alcanza a comprender cuanto le rodea y que se siente incapaz de relacionarse con normalidad con todo ello. «Hay demasiadas cosas. No me gusta estar obligada a ver todo lo que tengo delante», llega a escribir. En resumen, probablemente Rat Girl es una de las mejores autobiografías que haya escrito nunca un músico. 


En el vídeo de «Fish» está todo. Es el primer vídeo que grabaron Throwing Muses, justo durante esa época. Está su íntimo amigo Dave Narcizo, tocando la batería sin platillos, están las rastas de Leslie Langston, está su medio hermana Tanya Donelly y está ella, con su barriga de ocho meses, cantando con rabia y sus característicos gañidos; está el mundo de luces y sombras, como peces eléctricos, de los Throwing Muses. «En la vida hace falta algo que sea al mismo tiempo hermoso y necesario»; este libro, por ejemplo. 


La única banda sonora posible para estas páginas son sus propias canciones. La autora apenas menciona, de forma muy tangencial, a Stevie Wonder y Bob Dylan, pero a lo largo del libro va intercalando algunas líneas sacadas de las letras de sus composiciones a la luz de lo que acaba de contar y que ahora se entienden en toda su extensión. Estas son todas las canciones que aparecen citadas, y en ese orden:  

Cartoons [K. Hersh] - Arnica Montana [K. Hersh] - Calm Down, Come Down [Throwing Muses] - Call me [Throwing Muses] - Portia [Throwing Muses] - Elizabeth June [K. Hersh] - Ellen West [Throwing Muses] - Flipside [K. Hersh] - The Letter [K. Hersh] - Carnival Wig [Throwing Muses] - Baseball Field [K. Hersh] - Spring [K. Hersh] - Crabtown [Throwing Muses] - Cold Water Coming [K. Hersh] - Snake Oil [K. Hersh] - Rock Candy Brains [K. Hersh] - Styrofoam Rattlebox [K. Hersh] - Pretty Ugly [50 Foot Wave] - Fear [Throwing Muses] - Soap and Water [K. Hersh] - Him Dancing [Throwing Muses] - Flood [Throwing Muses] - Honeysuckle [50 Foot Wave] - Serene [Throwing Muses] - Marriage Tree [Throwing Muses] - Fish [Throwing Muses] - Day Glo [Kristin Hersh] - Shark [Throwing Muses] - Solar Dip [Throwing Muses] - Hate My Way [Throwing Muses] - America [Throwing Muses] - Doghouse [Throwing Muses] - Mania [Throwing Muses] - Close Your Eyes [K. Hersh] - Hot Pink, Distorted [50 Foot Wave] - Diving [K. Hersh] - Pandora’s Box [Throwing Muses] - Walking in the Dark [Throwing Muses] - Winter [K. Hersh] - Fuchsia Wall [50 Foot Wave] - Catedral Heat [K. Hersh] - Vitamins V [K. Hersh] - Civil Disobedience [Throwing Muses] - Listerine [K. Hersh] - Gazebo Tree [K. Hersh] - Hook in her Head [Throwing Muses] - Vena Cava [50 Foot Wave] - Candyland [K. Hersh] - Silver Sun [K. Hersh] - Summer Street [Throwing Muses] - Clara Bow [50 Foot Wave] - And a she-wolf After the War [Throwing Muses] - Buzz [Throwing Muses] - Sugar Baby [K. Hersh] - Caffeine [K. Hersh] - Devil’s Roof [Throwing Muses] - Pale [K. Hersh] - Flying [Throwing Muses] - Mercury [K. Hersh] - Heaven [K. Hersh] - Peggy Lee [K. Hersh] - Pneuma [K. Hersh] - 37 Hours [K. Hersh] - Silica [K. Hersh] - Hope [K. Hersh] - Eter [K. hersh] - I’m Alive [Throwing Muses] - Golden Ocean [50 Foot Wave] - Red Eyes [Throwing Muses] - Night Driving [Throwing Muses] - El Dorado [K. Hersh] - Juno [K. Hersh] - Fish [Throwing Muses] - Moan [K. Hersh] - Beestung [K. Hersh] - Catch [K. Hersh] - Rat [K. Hersh] - Some Catch Flies [K. Hersh] - Firepile [Throwing Muses] - Bright Yellow Gun [Throwing Muses] - Long Painting [50 Foot Wave] - White Trash Moon [K. Hersh] - Statu Quo [Throwing Muses] - Hysterical Bending [K. Hersh]




Tirón de orejas al editor: Existe un profesional en el mundo editorial llamado corrector. Cuesta poco dinero encargarle que corrija un libro, porque es una de esas profesiones mal pagadas; a cambio, evitas que libros como Rat Girl salgan publicados con erratas y con fallos básicos en la puntuación (como en los diálogos).

martes, 1 de noviembre de 2011

Letras sin acordes #8 // El porqué de mis peinados #14

Lamento que andes metida en un tornado (p. 33).

Está el boxeo y están los diferentes tipos de peinados.

Bowlcut ('pelocasco'), Bunn ('moño'), Bangs ('flequillo') son apellidos de algunas de las chicas que aparecen mencionadas en la novelita epistolar del músico estadounidense Bill Callahan, Cartas a Emma Bowlcut (Alpha Decay, 2011).

Y sí, el arte de sacudirse sopapos con unos guantes que no dejan enhebrar una aguja es el otro hilo conductor que se estira a lo largo de las 62 breves epístolas que el protagonista, un científico a la deriva personal, le envía a la mencionada Emma, de la que se ha enamorado en una fiesta pero a la que no es capaz de hablar.

Tampoco el lector oirá hablar a Emma en estas misivas. Es únicamente la voz del protagonista desgranando sus deseos y frustraciones; poco a poco lo vemos liberarse de sus demonios, de su soledad, tratando una vez más de no volver a caer en la acostumbrada derrota. Y Bill Callahan tejiendo el conjunto con un estilo a la vez frío pero profundamente sentido. No siempre consigue encandilar y a veces se hace complicado sumergirse en ese mundo extraño o extrañado, tan personal, del autor. Por esta vez, con el intento le vale.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Las cosas del directo #19 // El arte de la versión #33 // ...Y ellos se juntan #44 // Letras sin acordes #8 // Gastan gafas #36

Primero dos aseveraciones generales que a continuación se tratará de darles sentido y unión:

1. Qué grandes fueron los Pixies.
2. Si vas a hacer algo, hazlo, a tope. La actitud lo es todo.


Como si fuera la última noche en la tierra, como si fuera lo último que hiciera en su vida, Micah P. Hinson, cantautor alternativo de folk y de raíces en su CV, se partió anoche el pecho dando vida sobre un escenario al Trompe le Monde (4AD, 1991) de los Pixies de cabo a rabo.


Fue el concierto que tuvo que aplazar este verano tras un accidente de coche. Ataviado aún con cabestrillo, con pinta de un Woody Allen pero con histriónicas gafas a lo Devo (de pasta blanca las de Hinson), una camiseta de asillas y un pañuelo rojo asomando por un bolsillo trasero del pantalón, rugió como un león que se hubiera puesto hasta la melena de coca y aulló como un mono al que le estuvieran emasculando sin anestesia, mientras la banda de acompañamiento, los zaragozanos Tachenko, trataban de seguirle el ritmo y acoplarse a sus extravagancias. Y no importó que a veces no se le entendiera ni una puta nada. Gigapunk el tío. Y es elogio.


A mitad del álbum de los Pixies, se supone que para alargar el minutaje del concierto, interpretaron una versión de The Jesus & The Mary Chain. Para el bis, una canción de Hinson y versiones de Dylan y Richard Hawley. Para el segundo y muy pedido bis, otro tema propio cantado a capella, cosa que al parecer le tenía algo nervioso porque era la primera vez en su vida que lo hacía en un directo. Y es que fue un conciertazo y él captó la repercusión que había tenido entre el público.


(Gog lamenta no haber tenido más pericia anoche con la cámara. En cuanto haya disponible una foto mejor, esta irá a la basura.)

Parece este un buen momento para detenerse algo más en la figura de este friqui de Memphis. Con su azarosa biografía se podría hacer una película o escribir un libro. Pincelémosla con unas cuantas palabras sueltas: viuda negra, falsificación de recetas, cárcel, vagabundo, grave lesión de esplada, varios discos...

Por su parte, no sólo escribe canciones; también le da a la literatura. Tiene publicada una novelita muy recomendable, No voy a salir de aquí (Alpha Decay, 2010), un centenar de páginas que sirven de pasarela a seres marginales cuyas vidas están un paso más allá de la línea de la normalidad —entendida esta como las costumbres de la mayoría—, una caterva de alcóholicos anónimos, flamantes perdedores, almas a la deriva y mucha carretera secundaria. Está escrita con un estilo sencillo, aderezado de cuando en vez con una pizca de lirismo, tristeza y sorna.

lunes, 1 de marzo de 2010

Letras sin acordes #6: Robert Foster

Oh, The Go-Betweens, qué recuerdos. Pobre Grant McLennan. Menos mal que aún nos queda Robert Foster para alegrarnos el día.

Sigue con el musiqueo, pero ahora es noticia porque ha publicado un libro en el que recopila parte de sus artículos como crítico musical en la revista The Monthly. El libro se titula The 10 rules of rock and roll, y según cuenta y comenta Diego A. Manrique, el decálogo que incluye no tiene desperdicio, a saber:

1. Nunca sigas a un artista que describe su trabajo como "oscuro".

2. La penúltima canción de un disco es la más floja.

3. Los miembros de las grandes bandas se parecen.

4. Ser una estrella del rock es un trabajo de 24 horas al día.

5. El grupo con más tatuajes tiene las peores canciones.

6. Nada interesante ocurre en un escenario tras los primeros 20 minutos.

7. El guitarrista que cambia de instrumento cada tres canciones está presumiendo de su colección de guitarras.

8. Todos los grandes artistas se esconden detrás de su manager.

9. En los grandes grupos no caben integrantes haciendo discos en solitario.

10. La banda de tres piezas es la forma de expresión más pura del rock.

(Gracias a Fede por la noticia.)

lunes, 5 de octubre de 2009

Letras sin acordes #5

Bob Dylan suena constantemente para el Nobel de Literatura. Leonard Cohen era escritor antes de cantante (se han reeditado un par de sus libros en la editorial Alfabia). Nick Cave publicó una celebrada novela hace tiempo y ahora acaba de editarse una nueva: La muerte de Bunny Munro (Papel de Liar)…

Parece que los músicos españoles, algunos de ellos grandes letristas, se deciden por fin a darle a la pura literatura y publicar también libros. Ya Sergio Algora se había puesto en camino antes de que un mal soplo lo echara a la cuneta. Y en este otoño Antonio Luque, es decir, el Sr. Chinarro, nos muestra sus cuentos (Socorrismo, Alpha Decay), Javier Corcobado sus poemas (Cartas a una revista pornográfica muda, Arrebato), el Langui sus vivencias personales (16 escalones antes de irme a la cama, Espasa) y Robe Iniesta (de Extremoduro) su novela (El viaje íntimo de la locura, El Hombre del Saco). Y hay otros muchos músicos publicando relatos y artículos dispersos por aquí y allá.


(Como puede verse, todos excepto uno en editoriales de gran renombre y repercusión mediática... Un brindis por estas pequeñas y arriesgadas editoriales independientes.)

domingo, 16 de noviembre de 2008

Letras sin acordes #4

– Hay discos amenos al oírlos pero insoportables al escucharlos.

– Hay discos que empiezan en el tercer corte, como hay otros que están acabados al segundo tema.

– Una versión puede llegar a ser mejor que el tema original (Sinatra lo sabía); una remezcla, tan rarísimamente que jamás.

– Está la virtud de saber empezar un disco, pero también la de saber terminarlo.

sábado, 26 de julio de 2008

Letras sin acordes #3: Serge Gainsbourg


¿A quién no se le ha escapado un cuesco inoportuno alguna vez? A Evguénie Sokolov, el personaje de la novela corta (cuento largo más bien) homónima que escribió Serge Gainsbourg —que acaba de reeditar Antonio Machado Libros—, no es que se le escape algún pedo tonante, es que Sokolov es incapaz de dar un paso sin prorrumpir una pestosa y estruendosa ventosidad, regando los calzoncillos de «sinapismos a la mostaza». Con un problema así, la vida de Sokolov no puede ser normal. Afortunadamente para él consigue sacar provecho de su disfunción intestinal; se convierte en un afamado y millonario pintor moderno, a cuyo estilo pictótrico los críticos bautizan como hiperabstracción, y llega a exponer sus obras en los museos de arte moderno más renombrados del mundo.
Pero lo que nadie sabe es la técnica que aplica Sokolov a su pintura: sentado en un sillín de bicicleta provisto de muelles y adaptado a su taburete, va pintando los óleos y aguafuertes hasta que una de sus abrumantes ventosidades le da por salir, lo que le hace retumbar las nalgas y temblar el pulso, y así van quedando los cuadros con manchones y rayajos, a modo de sismógrafo, que no retoca.

Al parecer esta novelita de Gainsbourg, la única que escribió, no fue bien recibida en su época (1980). A Gog hoy se le antoja una descacharrante parodia descorazonadoramente actual (posmoderna y eso).

jueves, 10 de julio de 2008

Letras sin acordes #2: Etiopía bajo la nieve

Las últimas palabras que hay escritas en el blog de Sergio Algora son un poema que colgó el dos de julio. Es un poema enigmático, construido con imágenes alucinadas, una especie de petardo para ponérselo bajo el culo a mucha gente.

miércoles, 9 de julio de 2008

Letras sin acordes #1: A los hombres de buena voluntad

Sergio Algora era ese tipo de artista pop que tanto gusta a Gog porque compaginaba la faceta musical y la de la literatura, además de forma brillante. Es sólo circunstancial que fuera más conocido como cantante y compositor de El Niño Gusano, Muy Poca Gente o La Costa Brava que como escritor.



En “Zuecos”, tema de Muy Poca Gente —puro Algora, y de los tres el proyecto musical preferido de Gog—, se oye: “Si todo es tan fácil y tú estás a mi lado, ¿por qué cuando hago algo todo duele así?”.
Su relato “Je t’aime moi non plus” comienza de esta forma: “Desconozco las causas por las que durante unos días tuve que suplantar a Monsieur Gainsbourg, del mismo modo que ignoro por qué tuve que estar diez minutos en el interior del general húngaro Arturo Görgei”. Imposible no seguir leyéndolo.
Como poeta, dejó versos tan conmovedores como estos:


Ateridas de frío recojo de la calle
algunas heridas y me voy con ellas, por ahí,
hasta hacerlas mías.
Es mi único anhelo
que me duelan hasta hacerlas lágrimas.
Fue la felicidad la que me dejó solo
y yo no la quería. Estoy escribiendo
porque no tengo nada que decir.
También hacen ruido las piedras al caer
en el fondo de pozo. Las lágrimas no,
ellas supieron coserse los labios.
Nada más
nacer tendrían que rompernos la boca,
descosernos los párpados, extraernos el invierno
eterno del primer latido y tacharnos el cielo.
Estoy enfermo y mañana iré a por medicamentos.
Y esto es cierto: lo único que hoy es cierto
es cosa de mañana.
Así que no debería ser un verso.


(VII, Los versos dictados)


El último libro de Algora que había llegado recientemente a manos de Gog es A los hombres de buena voluntad. Sin duda será el próximo que abra.
No se sabe si se va a algún sitio después de este. Si es así, ojalá que Algora se encuentre con la mujer portuguesa, con Vicente del bosque, con la reina mofeta, con el mono que viste trajes muy caros y con el fabricante de alas de mariposa. Y, por supuesto, con su Ángel Guardia, que borrará todas las pruebas que demuestren que un día estuvo aquí.