sábado, 18 de mayo de 2013

Intangibles #1: Hazte Lapón

Tiene Gog un dilema cuasi-existencial que tal vez no sea otra cosa que una querencia viejuna suya algo desfasada. El caso es que aún le cuesta considerar ‘álbum’ a un disco que sólo existe en formato digital. Para Gog, el concepto de álbum implica un soporte físico que pueda tocarse, admirarse, degustarse, que termine de completar y de dar sentido a la obra. ¿De verdad puede tenerse por disco a un puñado de canciones desprovistas de ese envoltorio fundamental? Estas reflexiones vienen a cuento porque lleva Gog unos meses luchando consigo mismo a raíz de la salida exclusivamente digital de Bromas privadas en lugares públicos (autoeditado, 2013), el debut de Hazte Lapón. El yo clásico de Gog se resiste a comentarlo a la espera de que ojalá el disco algún día tenga una edición palpable; pero quizá haya llegado la hora de empezar a tener en cuenta el signo de los tiempos. Vayamos, pues, con él. 


Hazte Lapón es un sexteto de orígenes diferentes afincado más o menos en Madrid y que gira en torno a la pareja Manuel «Lolo» González —de bastante parecido con Will Oldham— y Saray Botella. Lo primero que llama la atención es el nombre del grupo, compuesto por un verbo y no por el habitual sustantivo o sustantivo + adjetivo. Laponia la puso hace poco de moda cierto politicastro o similar que aconsejó, miserable e inmisericorde él, que si hay trabajo allí y no aquí, lo que tendrían que hacer los españoles es aceptar esas ofertas laborales al lado del Polo Norte, así que podría pensarse que el nombre de Hazte Lapón es un guiño crítico a dicha situación social, pero lo cierto es que hace referencia a un antiguo anuncio de ginebra; esto nos pone sobreaviso: hay detrás un bagaje. Trasladado a sus canciones, este acervo comprende toneladas de cultura popular, músical (horas y horas escuchando pop, post punk, new wave, noise, shoegaze…) y académica, pues no en vano Lolo y Saray son médicos de carrera, lo que explica la terminología clínico-sanitaria que aparece en algunos títulos y letras de las canciones. Lo mismo te hablan de Elsa Pataky que de líquido amniótico mientras un vendaval sónico te arrastra a lo Boo Radleys.

Las letras, de un existencialismo tragicómico y corrosivo, son uno de sus puntos fuertes, líneas que calan de inmediato porque resulta muy fácil sentirse identificado con lo que dicen. Más que cantadas, están interpretadas, porque Lolo no será un buen cantante e incluso a veces no se le entenderá bien, pero es un intérprete. Esto es algo muy de agradecer en un mundillo ibérico indie tan tendente al canto monocorde, plano, apático, y a pasarse los conciertos sobre un escenario mirándose los pies. Lolo pretende dar vida a las letras, intenta adaptar el tono a lo que canta, lo gesticula, le insufla sentimiento, lo baila (debería soltarse aún más). 

Siguiendo el enlace, puede escucharse el disco al completo en streaming. Se aconseja hacerlo con auriculares y a todo trapo; es toda una experiencia. Ahí están «Muerte en Bangkok» exultante, ruidosa y melódica a la vez; el festivo punteo de guitarra (Omar A. Razzak) de «Operas sin dolor»; «En construcción», con un bajo (Jesús Rodríguez) mandando en el cotarro, acompañado de una melódica que flota alocada y feliz, y un noise final abrasador que da la impresión de demolición, en contraste con lo que pregona el título (Tenemos un problema en construcción, / si sigues a mi lado puede que tenga solución); el ritmazo de «Sólido»; «Siempre fui el último al que cogían al fútbol» es, sencillamente, tremenda, con esa guitarra y ese piano a toda velocidad, esa interpretación lastimera, esa letra con la que tantos se sentirán identificados (los indies no son unos deportistas de primera que digamos: llevaba el pelo a lo Robert Smith en el instituto); y «Métodos anticonceptivos», el hit, la canción pop, con el vistoso teclado de Saray, uuuuuuuhhhhhhhhs embelesadores y el estribillo mordaz: Esto no puede ser / santa María tomándo el pelo a san José (esto se dice poco, por cierto).


Violines, pianos, trompetas, la batería de Rosa Ponce (también en TigresLeones), cachivaches mil, reverbs, distorsiones más un puñado de arreglos bien ideados —obra de Raúl Querido en su mayoría— llenan los trece temas, un festín instrumental y sónico no apto para almas poco polifónicas. En fin, Gog se atreve a apostar por esta banda claramente emergente en la escena musical underground, recambio generacional con fuerza e ideas y con una enorme capacidad para domar el caos y el frenesí. 

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