sábado, 11 de octubre de 2008

Húngaros #2: Adam Bodor


¿Qué recordamos de una novela tiempo después de haberla leído?, se preguntaba el escritor Juan Bonilla en cierta ocasión. Muy poca cosa, apenas alguna imagen suelta y volandera, puede que incluso recordemos alguna impresión asociada a la lectura de esa novela (llovía de forma especial aquella tarde, por ejemplo) pero nada concreto de ella, se contestaba a sí mismo. Y esto ocurre aun con las novelas que más nos hayan apasionado.

¿Qué recuerda Gog de Crimen y castigo, con todo el impacto que le causó en su día? De la novela de Vila-Matas Historia abreviada de la literatura portátil, por ejemplo, sólo recuerda que leyó algún capítulo en la estación de metro de Diego de León, andén de la línea 4, dirección a Argüelles. «¿Y para eso tanto leer, hijo?», le diría una abuela.

Finalizada la lectura de El distrito de Sinistra, del húngaro Adam Bodor, el mes que viene Gog probablemente ya no se acuerde ni de su argumento. Pero sí intuye que jamás se le olvidarán algunas de las singulares imágenes que hay en esas páginas: el paraguas negro del coronel volando por las montañas como un murciélago, los hermanos gemelos empalados (uno de los suicidios más terribles que uno pueda imaginarse, y que se hayan escrito) o la pipa llena de tomillo que fuma cierto personaje. Con un poco de suerte quizá también consiga retener en su memoria el ambiente claustrofóbico y represivo, la sensación de extrañeza que inspiran el lugar y las costumbres descritos en esta novela fascinante.

Son siniestros los húngaros.

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