San Francisco, 1968: el verano del amor. El amor libre y todo el hipismo narcotizado hasta las trancas. Mientras, la alta sociedad se daba a sus amoríos, sus frivolidades, sus divorcios, sus pasiones sentimentales, como retrató Richard Lester en Petulia (1968). Pese a estar interpretada por la resplandeciente Julie Christie cuando se encontraba en el apogeo de su carrera, es una película oscura, intensa, bastante desconocida y por ende muy poco citada.
Contado así, da la impresión de que Gog la haya visto, pero nada más lejos. Lleva tiempo buscándola, eso sí, pero no resulta fácil dar con ella. Le puso en la pista el blog Dangerous Minds, donde además se da noticia de los dos cameos musicales del filme: The Grateful Dead, interpretando «Viola Lee Blues», y Janis Joplin con Big Brother & the Holding Company, interpretando «Down On Me». Resalta la sosería con que bailan Julie Christie y Richard Chamberlain mientras Janis Joplin lo da todo, como solía. Verlas a la vez en algún plano es realmente curioso.
Al punk habría que ponerle un monumento. El punk ha sido uno de los movimientos más importantes de la historia del rock, no tanto por su calidad en sí como por lo que supuso de reseteo musical, del acabose del antiguo régimen, de volver a la casilla de salida y servir de arranque a cuanto de bueno vendría inmediatamente a continuación, principalmente la explosión del post-punk y la new wave, pero que llegó a salpicar a otros géneros, como el jangle pop, por ejemplo, o la escena del indie primerizo del C-86. Lo dijo Alan McGee, «entre 1978 y 1982 se ha hecho la mejor música de la historia».
De 1980 es Hypnotised, el segundo álbum de unos de esos hijos putativos del punk, The Undertones, apenas un año después de su exitoso y celebrado debut homónimo. La foto de la portada, algo desenfocada, se tomó con una cámara barata de usar y tirar; pensaron que sería un suicidio comercial, pero aún así la mantuvieron en la cubierta. En ella se ve a Billy Doherty (batería) y a Michael Bradley (bajo) tenedor en mano, imberbes y de rostro aún aniñado, con una servilleta con el dibujo de una langosta a modo de babero, lo que les infantiliza aún más, en una marisquería de Nueva York (a Gog le encantaría saber en cuál y si ese local aún existe). Con tamaña poca pinta de gourmets, la foto transmite la impresión de que es como dar de comer margaritas a los cerdos, y es ahí donde precisamente radica el acierto de la instantánea: jóvenes de clase obrera fuera de su contexto intentando comerse el mundo. Para curiosos, la edición para Alemania salió como portada la foto de la trasera de la edición inglesa, con los cinco miembros al completo.
Comenzaron a grabarlo en Holanda, pero pronto se dieron cuenta de que les faltaba material y que allí no les llegaba la inspiración suficiente, así que se volvieron a la carrera a Londres, al mismo estudio donde habían grabado su primer álbum para que todo volviera a fluir. Ya en Londres, compusieron y grabaron, entre otros temas, el que a la postre sería el tercer single del álbum y la versión del clásico soulero de los Drifters «Under the Boardwalk», pero filtrada a través de la versión de los Rolling Stones, como le gustaba la padre de los hermanos O’Neill, cabecillas de la banda junto al cantante Feargal Sharkey.
Como suele ocurrir en tantos casos, las canciones no tienen la urgencia y visceralidad que en el debut, o al menos no tanta, pero a cambio son mucho más sólidas, están mejor construidas, son algo más complejas (añadieron algún teclado, hay algún arreglo más) y todo el conjunto resulta más regular, entre otros factores porque habían aprendido a tocar mejor. La guitarra de Damian O’Neill, aquí ya mucho más dura y poderosa, influiría posteriormente en bandas como Ash o Blur, Graham Coxon lo sabe. En general siguen siendo temas directos, pues en este segundo trabajo, al igual que en el primero, The Undertones seguían empeñados, muy ramonianamente, en pisar los pedales lo menos posible. Y sigue habiendo temazos llenos de eterna y osada juventud. Se demuestra simplemente con el primer tema, «More Songs About Chocolate and Girls», parodia de los Talking Heads («More Songs About Buildings and Food»); de hecho, Undertones y Heads coincidieron en un festival en Edimburgo y allí hubo sus más y sus menos, como no podía ser de otra forma teniendo en cuenta que el lema de los norirlandeses era «Fuck art, let’s dance». La voz nasal, cuasi gangosa, de Feargal Sharkey en «My Perfect Cousin», «Wednesday Week», «She That Girl» (con parapapeo incluido), «What's With Terry», etc., terminaba por hacer únicos esos temazos.
Al año siguiente publicarían su tercer álbum, Positive Touch, también memorable pero ya algo diferente y a distancia de los dos primeros, pese a que contiene uno de los temas favoritos de Gog de todos los tiempos (It’s Going To Happen). Van más de tres décadas desde que se publicó el arrebatador Hypnotised. Escucharlo hoy día a todo volumen sigue proporcionando un subidón muy reconfortante.
Mientras que Sharkey continuó grabando en solitario, los hermanos O’Neill acabaron montando That Petrol Emotion, de inclinación política y más experimental, y que tanto influyó en bandas de brit pop y Madchester, pero esa es ya otra historia.
Jeremy Jensen, desde Idaho, activa de nuevo a sus The Very Most con un ep precioso, de continente y de contenido, Just A Pup (Manic Pop, 2013). Cuatro cortes, que se abren con el melancólico y delicado tema que da título, banda sonora para final de verano, atildada con un solo de guitarra de Danny Rowland (Seapony):
Se cierra con una versión de «It's Not Unusual», cantada por Liz Hunt (The School). Cierto que superar la que realizó Tom Jones resulta casi imposible, pero el toque Bacharach & David que le han dado aquí les ha quedado realmente bien.
Gog se siente estafado y está furioso, sobre todo consigo mismo por la cara de bobo que se le ha quedado después de haber pasado unos días oyendo, tarareando, bailoteando y recomendando la canción que abre el nuevo álbum de Young Galaxy
cuando resulta que, como ha recordado alguien, la Yellow Magic Orchestra en 1983 hacía esto
Si fuera una versión, tendría un pase, pero es que los canadienses nos la quieren colar como original. Cuando se lo pregunten, seguro que lo llamarán tributo.
A veces Gog siente unas ganas irrefrenables de estar empezando en esto de escuchar música, de tener los oídos y la mente aún vírgenes, de no estar reconociendo influencias a la vuelta de cada acorde, de que el último de Bowie sea el primero que escuchas suyo y te parezca lo más. Si tú, lector, también sientes ese peso del pasado sobre ti y vas a emprender la escucha de True Hallucinations (Other Music, 2013), de Ex Cops, intenta disfrutar del álbum sin prejuicios ni miradas atrás; está lleno de cosas reconocibles por todas partes, sí, pero también es un disco altamente entretenido si no juegas al trivial musical con él. Déjate llevar, porque ninguno de los once temas tiene desperdicio, de principio a fin, sobre todo la cara A (o las seis primeras canciones si es en formato digital).
Por señalar aún más, «Ken» debería figurar entre las mejores canciones del año; «Spring Break (Birthday Song)» hará que cualquier indie no vuelva a cantar el «cumpleaños feliz» sin acordarse de este tema; «You are a Lion, I Am a Lamb» y «Billy Pressly» —qué de nombres propios en los títulos— harán felices las tardes de piscina del próximo verano, si es que llegamos a tener buen tiempo alguna vez este año.
El núcleo de este quinteto de Brooklyn lo forman Brian Harding (también en Hyms), el cerebrillo de todo esto, y la danesa Amalie Bruun (en Minks). Él compone, canta, guitarrea y toca los teclados, mientras que ella pone una susurrante y melodiosa voz y embellece la imagen de la banda.
La belleza del entorno del faro de Maspalomas, en uso desde 1890, no está en peliagudos y erizados acantilados, ni en un mar que bata su cabeza contra farallones hercúleos, sino en ese otro mar de dunas que se amontonan, cambiantes, a lo largo de siete kilómetros de playa.
Nadie más indicado que los canarios Pumuky y su tema "El farero" para poner música a este post.
Tiene Gog un dilema cuasi-existencial que tal vez no sea otra cosa que una querencia viejuna suya algo desfasada. El caso es que aún le cuesta considerar ‘álbum’ a un disco que sólo existe en formato digital. Para Gog, el concepto de álbum implica un soporte físico que pueda tocarse, admirarse, degustarse, que termine de completar y de dar sentido a la obra. ¿De verdad puede tenerse por disco a un puñado de canciones desprovistas de ese envoltorio fundamental?
Estas reflexiones vienen a cuento porque lleva Gog unos meses luchando consigo mismo a raíz de la salida exclusivamente digital de Bromas privadas en lugares públicos (autoeditado, 2013), el debut de Hazte Lapón. El yo clásico de Gog se resiste a comentarlo a la espera de que ojalá el disco algún día tenga una edición palpable; pero quizá haya llegado la hora de empezar a tener en cuenta el signo de los tiempos. Vayamos, pues, con él.
Hazte Lapón es un sexteto de orígenes diferentes afincado más o menos en Madrid y que gira en torno a la pareja Manuel «Lolo» González —de bastante parecido con Will Oldham— y Saray Botella. Lo primero que llama la atención es el nombre del grupo, compuesto por un verbo y no por el habitual sustantivo o sustantivo + adjetivo. Laponia la puso hace poco de moda cierto politicastro o similar que aconsejó, miserable e inmisericorde él, que si hay trabajo allí y no aquí, lo que tendrían que hacer los españoles es aceptar esas ofertas laborales al lado del Polo Norte, así que podría pensarse que el nombre de Hazte Lapón es un guiño crítico a dicha situación social, pero lo cierto es que hace referencia a un antiguo anuncio de ginebra; esto nos pone sobreaviso: hay detrás un bagaje. Trasladado a sus canciones, este acervo comprende toneladas de cultura popular, músical (horas y horas escuchando pop, post punk, new wave, noise, shoegaze…) y académica, pues no en vano Lolo y Saray son médicos de carrera, lo que explica la terminología clínico-sanitaria que aparece en algunos títulos y letras de las canciones. Lo mismo te hablan de Elsa Pataky que de líquido amniótico mientras un vendaval sónico te arrastra a lo Boo Radleys.
Las letras, de un existencialismo tragicómico y corrosivo, son uno de sus puntos fuertes, líneas que calan de inmediato porque resulta muy fácil sentirse identificado con lo que dicen. Más que cantadas, están interpretadas, porque Lolo no será un buen cantante e incluso a veces no se le entenderá bien, pero es un intérprete.
Esto es algo muy de agradecer en un mundillo ibérico indie tan tendente al canto monocorde, plano, apático, y a pasarse los conciertos sobre un escenario mirándose los pies.
Lolo pretende dar vida a las letras, intenta adaptar el tono a lo que canta, lo gesticula, le insufla sentimiento, lo baila (debería soltarse aún más).
Siguiendo el enlace, puede escucharse el disco al completo en streaming. Se aconseja hacerlo con auriculares y a todo trapo; es toda una experiencia. Ahí están «Muerte en Bangkok» exultante, ruidosa y melódica a la vez; el festivo punteo de guitarra (Omar A. Razzak) de «Operas sin dolor»;
«En construcción», con un bajo (Jesús Rodríguez) mandando en el cotarro, acompañado de una melódica que flota alocada y feliz, y un noise final abrasador que da la impresión de demolición, en contraste con lo que pregona el título (Tenemos un problema en construcción, / si sigues a mi lado puede que tenga solución); el ritmazo de «Sólido»; «Siempre
fui el último al que cogían al fútbol» es, sencillamente, tremenda, con esa
guitarra y ese piano a toda velocidad, esa interpretación lastimera,
esa letra con la que tantos se sentirán identificados (los indies no son
unos deportistas de primera que digamos: llevaba el pelo a lo Robert
Smith en el instituto); y «Métodos anticonceptivos», el hit, la canción pop, con el vistoso teclado de Saray, uuuuuuuhhhhhhhhs embelesadores y el estribillo mordaz: Esto no puede ser / santa María tomándo el pelo a san José (esto se dice poco, por cierto).
Violines, pianos, trompetas, la batería de Rosa Ponce (también en TigresLeones), cachivaches mil, reverbs, distorsiones más un puñado de arreglos bien ideados —obra de Raúl Querido en su mayoría— llenan los trece temas, un festín instrumental y sónico no apto para almas poco polifónicas. En fin, Gog se atreve a apostar por esta banda claramente emergente en la escena musical underground, recambio generacional con fuerza e ideas y con una enorme capacidad para domar el caos y el frenesí.
Este mínimo y poco ingenioso diálogo pretende representar lo que suele ser el orden natural de los acontecimientos: un libro, de más o menos éxito, reconvertido en una cinta de celuloide. Como en un principio el libro se lo leyeron los justos, es ese el momento de reeditarlo y de hacerlo llegar masivamente. Con El hombre tranquilo (1952), la mítica y jamás suficientemente ponderada película de John Ford, también ocurrió algo parecido, como se detallará más adelante, eso sí, con una pequeña peculiaridad en lo que a nosotros atañe: jamás había sido editado el libro en España hasta ahora, sesenta años después del estreno de la película y casi ochenta del original impreso, defecto que acaba de reparar la editorial Reino de Cordelia, con enorme acierto, pues ya va por la segunda edición.
El escritor irlandés Maurice Walsh publicó un pequeño cuento titulado “El hombre tranquilo” en la revista americana The Saturday Evening Post en 1933. De inmediato llamó la atención de los lectores, entre ellos al también irlandés John Ford, quien rápidamente se puso en contacto con Walsh para comprarle una opción para el rodaje. El director tardó bastantes años en poder plasmar la película. Walsh incluyó ese relato como parte de la novela Green Rushes (1936) —traducida ahora aquí con lógico criterio comercial como El hombre tranquilo—. Cuando Ford estrenó la película, Walsh había ganado alrededor de seis mil dólares por ceder los derechos, cifra que le pareció escasísima dado el éxito del filme y, sobre todo, porque a su entender director y guionista habían desvirtuado demasiado su obra.
Este asunto es importante si algún admirador de la película se acercara ahora a la lectura del libro: en conjunto, el parecido con la historia filmada no es más que relativo. Vaya por delante lo que más nos interesa en estos instantes: El hombre tranquilo (Green Rushes), de Maurice Walsh, es una excelente novela. Respecto a la película, la obra original es un conjunto de relatos con varias líneas argumentales, diferentes en tiempo y en espacio, entrelazadas a través de los personajes, que no son exactamente los mismos en el libro, que nadie espere encontrarse con Sean Thorton; Ford cogió detalles de todas esas historias para construir la suya, y omitió otros muy importantes en el libro, como la presencia explícita del IRA. Todos los personajes aparecen en el primer relato, y después tiene lugar una especie de big bang que los dispersa por las sucesivas historias. La novela está construida con una técnica literaria precisa como el arte de un relojero; los personajes están maravillosamente caracterizados y el ambiente contiene toda esa esplendorosa evocación del paraje irlandés.
David Bowie, My Bloody Valentine, Daft Punk, tres inesperados regresos discográficos con un complejo, vasto y estruendoso ruido mediático a su alrededor. Con una puesta en escena mucho más modesta, sin tanto aparato, mucha menos literatura y, en comparación, pequeñísima atención, también este año han publicado álbum, un estupendo álbum, Orchestral Manoeuvres in the Dark otros veteranos con rango en plaza en su género, el synth pop.
Si los tres citados en primer lugar han vuelto —con menor fortuna de la aclamada popularmente, en opinión de Gog—, haciendo lo que saben hacer, Andy McCluskey y Paul Humphreys también han considerado que, a estas alturas, la verdad, para qué complicarse la existencia; como si hubieran cavilado: «Si somos OMD y vamos a volver, hagamos de OMD y hagámoslo bien».
Y han vuelto a la casilla de salida; se les podría situar con mayor exactitud entre Architecture & Morality (1981) y Dazzle Ships (1983). «Helen of Troy», de hecho, parece una nueva «Joan of Arc». Y si siempre les persiguió el sambenito de ser unos Kraftwerk más accesibles y humanizados, aquí, definitivamente, no parece importarles demasiado la comparación y el acercamiento al combo de electro de Düsseldorf es total. «Metroland» recuerda a «Neon Lights» o a «Europe Endless», y el inicio de «Kissing the Machine» es puro Kraftwerk, que para algo está compuesta a pachas con el mismérrimo Karl Bartos en persona. Son magníficas.
(En la versión del álbum se les ha ido un poco la mano con el minutaje.)
Por su parte, la voz de McCluskey continúa emocionando, sigue siendo ese latido lleno de épica y sentimiento que sobresale entre los sonidos pulsados y geométricos de los sintetizadores. En un par de temas, cede el micrófono a Claudia Brücken, la cantante de Propaganda, que también consigue aportar esa parte vívida de los temas de OMD.
Sin duda, English Electric (BMG, 2013) es un álbum que, pese a no contener un hit del tipo de sus clasicazos, no desmerece del pasado de la banda y que por su calidad debería llamar la atención de las generaciones más jóvenes. Si ya eras un degustador de OMD, «Night Cafe» te retrotraerá en el tiempo y volverás a ser feliz; si acabas de conocer a esta pareja de liverpoolianos, es posible que «Dresden» te parezca una cancionzaca.
Cuando uno lleva un tiempo sin arrebatarse hasta el punto de pinchar compulsivamente varias veces seguidas un tema, cuando poco de lo que sale nuevo te sabe como antaño, de repente escuchas algo que se te incrusta con la fuerza una bala, te da vueltas la cabeza y te carga las pilas de la fe en la música para seguir tirando otra temporada. Eso mismo acaba de pasarle a Gog con el tema de adelanto del inminente segundo álbum de Big Deal. Lo más llamativo es que lo que fuera su espléndido debut no se parece en nada a esta barbaridad:
Si hay algo detestable cuando te gastas el dinero en un disco es que este venga sin nada de información, o sea, el disco mondo y lirondo como si dijéramos. Es el caso de Milo Goes to Compton (Art Flag, 2012), de Colleen Green, aunque la discográfica —la misma que la de Dum Dum Girls, Best Coast o Bleached— al menos ha insertado un pequeño cómic y ha planchado el vinilo en color verde (“green”; seguro que lo pilláis, que me consta que sois unos lectores muy espabilados). La falta de créditos informativos tiene una justificación bastante evidente, pues se trata del típico disco Juan Palomo, o DIY para los puristas de la nomenclatura musical: ella se lo guisa y se lo come solita de principio a fin.
Está compuesto, tocado (guitarra, bajo y caja de ritmos fundamentalmente), producido e ilustrado (cómic y portada) por ella misma, si bien es cierto que lo de “compuesto” requeriría algo de información suplementaria. Que “I Wanna Be Degraded” parezca un título ramoniano no sólo es obvio, sino que además estamos ante una medio adaptación de “I Wanna Be Sedated”. Y, la verdad, debería figurar en alguna parte que "I Will Follow Him” es una versión de Little Peggy March, o que el tema inicial, "Good Good Things", ralentizado e intenso aquí, es original de los Descendents. Es más, el título del álbum remite directamente a los punks angelinos, que en 1982 publicaron su Milo Goes to College.
En cualquier caso, Green sabe imponer su personalidad en esas relecturas; aunque es la cara B la que contiene mayores logros. Se abre con "Always on My Mind", tan delicada que se puede escuchar el sonido de su mano izquierda deslizándose por el mástil de la guitarra. Y está también el single, Worship You, una pieza de pop lánguido convenientemente ensuciado.
Está a punto de salir su segundo álbum. En la última gira se ha hecho acompañar a la batería por Allie Hanlon, la batera de The White Wires, y que publica discos en solitario como Peach Kelly Pop.
Van un chino, un inglés y un español… The Mentalettes, por su origen tan dispar, recuerdan a aquellos viejos chistes interculturales en los que el español siempre salía airoso en todas las situaciones que se plantearan. Y es que en el caso de este grupo suman cinco países diferentes para siete miembros: España, Suecia, Alemania, EEUU y Chile. La base de la banda, mezcla de girl group y garaje beat, está en Alemania (Berlín). De hecho, el único 7’’ que tienen publicado ha salido en el sello hamburgués CopaseDisques (2013). Dicen estar influidos por The Osmonds, Pandoras y Devo, entre otros. A la espera de que saquen álbum también este año, presentan el chirriante e irresistible «Fine, Fine, Fine».
Miradlos en movimiento. Qué ganas tenéis de salir corriendo a ver su directo, ¿eh?