sábado, 21 de diciembre de 2019

A mí no hace falta que me cambies el plato #51: Mattiel

Foto tomada en 5180 S Atlanta Road, Smyrna, Georgia.

Las licuadoras lo aceptan todo. No tienen ningún problema en pasar por sus hélices apios con arándanos, o brécol con plátanos, o apios con arándanos, brécol y plátanos. No les importa porque saben que el producto resultante no depende de ellas, sino del arte de equilibrar sabores de quien se pone a echar ingredientes al vaso de la batidora. 

Mattiel Brown es una de esas personas capacitadas para mezclar lo que le salga de la gana y encima obtener un resultado muy original y genuino. Ella es el núcleo principal sobre el que se asienta la banda de Atlanta que lleva su nombre a secas, Mattiel, y que van ahora por su segundo álbum, el maravillosamente ecléctico y enriquecido Satis Factory (Heavenly, 2019). 

¿Qué es lo que combina para su batido musical? Pues en la receta hay que poner, entre otras cosas, spaghetti western, blues narcótico, aromas de pop sixtie francés, psychobilly, rock alternativo, espíritu garagero, imitaciones velvetundergroundianas, power pop melódico y energético, country, rockabilly… No lo revuelve todo a la vez, claro, sino que posee la sabiduría del druida que sabe la cantidad exacta de muérdago y de baba de sapo que hay que poner en una poción o de la chef que sabe hasta dónde puede llegar el sabor del cardamomo o el jengibre en un plato. Como ellos, Mattiel conoce el secreto. 

Además, desborda actitud y personalidad, y contiene cierta excentricidad lírica cargada de un humor muy peculiar. “Gonna marry myself and get a divorce” es una de las líneas más afortunadas del disco (en “Je Ne Me Connais Pas”, con estribillo también en francés). O cuando se pregunta para qué pensar en comida cuando todo lo que tienes es algo para regurgitar, como canta en “Food For Thought”. 


Acompañan a tan singular personaje, Jonah Swilley (batería) y el extraordinario músico Randy Michael. Los palpitantes dibujos de guitarra que traza en el tema inicial (“Til the Moment of Death”) entusiasman; como lo que hace con el órgano en otro de los cortes más vitalistas y memorables (“Berlin Weekend”). 

Para rematar, voz especial, toneladas de temperamento, un estilo propio, todo es afortunadamente entretenido y original aunque a veces las referencias sean muy evidentes.

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