viernes, 2 de noviembre de 2012

Hubo un tiempo en que bastaba con una portada #13: hoy lo cuenta Luis (SurfinLou)


Cuando diferentes personas ya han escrito mucho y bien sobre el mismo tema, si le toca a uno volverlo a explorar conviene no repetirse. Así que como creo que lo que Gog pretende transmitir con estas colaboraciones solicitadas es no tanto loar grandes discos como recordar que hubo un tiempo (n. del a.: mejor) en que sus portadas asumían una trascendencia muy superior a la misión meramente estética actual, me propongo —confirmándolo, por supuesto— dar cuenta de que tal fase histórica comportó también lastimosas consecuencias negativas. 

Y por eso tardé tanto en conocer a Theo Hakola.

Y es que, díganme Vdes., en 1982, tiempos de sofisticados neo-románticos, elegantes y vanguardistas synth-poperos y gélidos y distantes after-punks... ¿quién coño iba a mirarse dos veces esa mierda de portada? Bien, pues yo. Yo la miré. Pero sólo una vez y no supe ver lo que había detrás. Sólo vi una foto virada a naranja-atardecer-revolucionario, que presentaba una formación musical con reminiscencias estéticas de lo que en mi ingenuidad me parecía banda popular de país del Este de mediados de siglo, presidida por... un acordeón. Un acordeón, sí. Justo más o menos cuando lo cool, para los que no éramos jevis era la música fría, sintetizada, industrial y deshumanizada. Y por ello moderna y futurista. O en su defecto el siempre introspectivo after-punk, capaz de reconciliarle a uno con todos sus problemas, fueran cuales fueran (era tan sólo cuestión de reconocer que eras un tipo torturado y que nadie te entendía, como Ian Curtis, Steve Kilbey o Adrian Borland; mucho más barato que un psicólogo infantil, dónde vas a parar). Pues eso, que un tipo enrrollado no iba a comprarse un disco en el que saliera un acordeón. ¿Es que me iba a volver tuno o algo? 

En fin, lo dicho, que la portada me disgustó profundamente y no supe intuir, cuando me di de bruces con ese disco (que aún recuerdo dónde fue), lo que pudiera tener de pista de lo que había dentro. Ni —en el caso de que entonces supiera ya quién era, que no lo tengo nada claro— acerté a leer la parte de los créditos que ponía «Produced by Martin Hannet». Eso hubiera ayudado, oh, gran señor de las texturas primi-ochenteras. Así que, si como decía por aquellos tiempos (en pareado que ha perdurado hasta hoy en mi pequeño mundo) un entonces amigo mío, él compraba los discos «más que nada, por la portada», yo prescindí de ese principalmente por la misma razón. Y años después me di cuenta de mi tremendo error. Porque, sin ser ni de lejos el mejor disco de post-punk de la historia, si es de los más ingenua y particularmente personales. Y a la vez eclécticamente compulsivo. Para etiquetadores impenitentes, quitémonos ya de encima la obligación descriptiva, que pasaría por una onda Wire y adláteres, con algo de Joy Division, Gang Of Four, ritmos poco habituales, postales radicales de visionario expatriado y demás blablablá de crítico musical. Sí, incluidas las guitarras afiladas y/o cortantes. 

 Y —ya bien etiquetado— pasemos a lo que íbamos; que un tiempo después, con bastantes más años y tecnología a cuestas y por tanto mayor información en la cabeza y al alcance de la mano, hallábame yo en el doloroso y oneroso proceso de recuperar y reconstruir una gran parte de mi colección de vinilos de los 80. La había vendido a finales de década por mi penuria económica post-adolescente y credibilidad absurda en el advenimiento del compact disc. Y entonces fue cuando me lo volví a tropezar. Esta vez ya no se me escapó, aunque seguía sin haberlo escuchado. Y al hacerlo caí en la cuenta de que, cuando creía que «Missiles» de The Sound era la única canción del post-punk que había reflejado hasta el fondo la patada en los cojones que suponía la tensión psicológica y física y la frustración de unos años mucho más oscuros para una generación de lo que los recordamos ahora, estaba equivocado. Porque dentro de Yellow laughter (RCA, 1982) venía «Soon come violence». Y aunque ya no estábamos en los 80, los tenía suficientemente frescos para que aún se me pusieran algunos pelos de punta. 



Además, resulta que donde yo había visto la foto de una banda verbenera lo que había eran unos jóvenes combatientes cantando La Internacional (que en la primera mitad del siglo XX tenía un valor, creánlo) y que Orquesta Roja era el nombre dado por los nazis a una organización clandestina de la resistencia diseminada por toda Europa. Y que tras la banda estaba un americano de Spokane de raíces finlandesas y suecas, residente en Francia después de haber sido sindicalista mientras trabajaba montando ojos de muñecas de juguete en Barcelona, licenciado en Ciencias Políticas, que había descubierto tarde el rock a través de los Clash... y que ni siquiera era muy joven. Iba ya por los 25, así que el nervio y la tensión presentes en canciones como «Soon come violence» o «Je cherche une drogue (qui ne fait pas mal)» ni siquiera derivaban de su rabia adolescente, sino de haber llegado tarde. Y de que Theo Hakola era justo eso, nervioso y tenso. Era, es, uno de esos personajes inquietos y fantásticos —de los que algunos dan en llamar francotiradores— cuya trayectoria multi-artística nunca alcanza a romper del todo pese a su variedad, continuidad y talento. Novela, teatro, música, performance... Un personaje. Este fue su primer grupo. Después vino Passion Fodder y muchas cosas más. Pero diría que nunca más esa crispada tensión. 

¿Haber entendido eso en su día hubiera cambiado mi opinión sobre la compra del disco? Pues no necesariamente, la portada seguía siendo igual de fea y las tentaciones en que gastar el dinero disponible muchas. Pero al menos la de la foto no era una banda de verbena y le habría dado un par más de vueltas a la carpeta antes de despreciarlo tan olímpicamente. Que las pretensiones intelectuales eran casi tan importantes como las estéticas, en aquellos añorados años de descubrimiento. Ahora esas cuestiones me preocupan ya menos. Aunque, insólitamente, sigo comprando discos a ciegas, me da más igual darme el lujo de despreciar por prejuicio estético y perderme algo «imprescindible». Hay tanta música... Pero la adolescencia era otra cosa, y por siempre me quedará la espinita de no haberme podido deprimir a gusto y autocompadecerme a discreción con la banda sonora de Yellow laughter cuando tenía la edad para ello. 

Culpa de la portada, vean si tenían importancia. 


Y ya para acabar, si se me permite, me atrevo a añadir algunas notas complementarias diversas al pie, visto todo ya desde bien entrado el siglo XXI: 

1. Y luego resultó que encima eran arties, experimentales y cool. Hubiera quedado como un rey ante mis amigos. 
2. Me repateó el acordeón... y no tanto después iba a estar botando como un saltamontes espídico con los Pogues. Coherencia post-teen donde las haya. 
3. Si hubiera enfocado este texto desde el punto de vista más normal de «mi portada favorita» o «la portada que más recuerdo», probablemente hubiera hablado del maxi americano de Atmosphere de Joy Division (esa nieve...), de Architecture & morality de OMD (esa geometría racionalista tan vanguardista entonces), de Heaven up here de Echo & the Bunnymen (esas portadas paisajísticas fotográficas, mis favoritas sin duda alguna), de Non-stop erotic cabaret de Soft Cell (ese submundo pringoso entonces sólo intuido, poco después deseado y algo más después experimentado) o de From the lions’ mouth, de The Sound, que es fea y descontextualizada de cojones (aunque no poco cool, que era lo grave...) pero significó mucho para mí. 
4. Y aunque no soy nada fan, hubiera tenido que reconocer que el artefacto discográfico más bonito de la historia, por lo que se refiere al contenido, es sin duda Tusk, de Fleetwood Mac. Claro que a ver quién pagaba hoy día cuatro carpetas superpuestas... 
5. Seamos sinceros del todo; los prejuicios no son tan malos. Ese del acordeón me perjudicó entonces, pero es el mismo que décadas después ha preservado mi salud y me ha permitido quedar a salvo e impertérrito ante la invasión de Manu Chao y sus herederos macaquistas. 
6. Recomiendo fervientemente una inmersión en la nueva ola y el after-punk franceses. No son muy conocidos, pero hubo grupos y discos muy interesantes. 
7. Gracias por leer hasta aquí, que se dice en los anuncios de venta en internet.

[Autor del texto: Luis (SurfinLou)]

4 comentarios:

Gog dijo...

Muchísimas gracias por tu esfuerzo, Luis. Además, has sabido explicar maravillosamente esa compulsiva y absorbente relación que tenemos muchos con la música.
Encima he aprendido mucho con tu texto, pues no conocía nada de los mentados.
Y por si fuera poco, nombras a la que tal vez sería mi portada favorita ever (la de los Echo) y uno de mis discos más escuchados (OMD).

Evaristo Aguirre dijo...

Estupendo texto que me ha arreado una buena descarga de nostalgia. Oí a este grupo por la radio, una tarde, seguramente de sábado, en Radio3 sin duda. Me sonó bien, me gustó lo del nombre y cuando vi la portada me encantó, porque andaba liado con los cómics en aquella época y me gustaba mucho Las falanges del orden negro, de Enki Bilal, y esa foto me evocó todo ese rollo de resistencia... Y hace años que no pongo este disco, que es lo que voy a hacer ahora...

Gog dijo...

Querido Evaristo, no dejarás de sorprenderme.

Luis dijo...

Un placer haber colaborado; el disco tampoco es tan raro, se publicó aquí, en unos años en que todo lo que oliera remotamente a post-punk encontraba algún editor. Otra cosa es que alguien se enterara. :0) Pero bueno, para eso se inventaron los blogs de internet, para ehjercer el derecho a la reivindicación. Saludos.