> The Fleshtones: Fleshtones (Red Star, 1996). Reedición de su segundo álbum, Blast Off! (ROIR, 1982), con los cortes ordenados de otra manera.
> Primitive Sound System: A Post Grunge Experience (Latidos Music, 2001)
> The Bambi Molesters: Dumb Loud Hollow Twang (Dancing Bear, 2003). Subgénero: portada con un álbum propio anterior en la cubierta. Y ellos son croatas haciendo música surf.
> The Wave Pictures: Long Black Cars (Moshi Moshi, 2012). Otro buen disco del incontinente David Tattersall y los suyos.
Las fotocopiadoras japonesas son de las mejores del mundo, máquinas capaces de reproducir con célere y niquelada exactitud que para sí hubieran querido los monjes copistas del Medievo. Otro tanto suele suceder en Japón en cuestiones musicales. Los nipones tienen una aptitud para el mimetismo que a veces asusta. Que el karaoke sea deporte nacional por aquellas latitudes habrá influido lo suyo; eso de superponerse uno mismo en una canción ajena debe de desarrollar una pericia y un sentido especiales.
The Cigavettes es un quinteto de ternes japoneses. No podemos asegurar que el hecho de que dos de los miembros de la banda se apelliden Yamamoto obedezca a una cuestión fraternal. Desde luego el parecido entre ambos es enorme, pero, claro, por la misma razón podrían ser hermanos los cinco.
Los catorce temas de We Rolled Again (Media Factory, 2012), su segundo álbum, están magistralmente ejecutados, son un tratado impecable de power pop, surf, armonías vocales a lo Beach Boys y en general cualquier otro sonido del pop de los sesenta. Escuchando «She’s So Fine» da la impresión de que estamos ante una adaptación del The Loco-Motion. Sólo el instrumental de algo así como folk celta «Flux Fiddlers On The Roof» es un desvarío que está claramente fuera de lugar.
Después ya va en gustos; hay a quien no le duele tener la réplica de un Dalí enmarcada en su salón o llevar una copia de un bolso Gucci colgado del brazo.
En la web buzzfeed.com hay publicado un asombroso reportaje fotográfico sobre 33 lugares del mundo abandonados.
Son imágenes muy bellas y a la vez muy tristes. Representan la inmensa capacidad de creación y de abandono que posee el ser humano. Pese al total olvido, todas esas construcciones parecen estar dotadas de vida propia, esqueletos arquitectónicos de mirada fantasmal; muchas de ellas continúan siendo moradas, de alguna manera, sólo que ahora del reino vegetal. Por ilustrar con una, he aquí la pista de bobsleigh erigida para los juegos olímpicos de invierno de Sarajevo (1984).
Colombia: su cumbia, su Juanes y algo muy diferente y mucho más excitante… su Lucrecia Dalt.
Dalt, en catalán, significa ‘subir’. El caso es que esta medellinense está afincada en Barcelona desde hace unos años, donde ella sola se ha guisado un sugerente proyecto musical basado en la electrónica, pero altamente emocional y humanizada. De hecho, llama la atención la enorme habilidad de Dalt para empastar todo ese colchón digital con componentes analógicos. Las percusiones, por ejemplo, que a veces sí son beats electrónicos, pero otras veces pueden ser tambores o sillas de cocina.
Electrónica tribal.
Así que portátil, bajo, controladores midi, voz (susurrante, casi recitadora, como en una letanía) y percusiones para crear una música enigmática, oscura, de una agitación contenida —si eso tiene sentido— que te atrae, en la que no sabes por dónde va a seguir la secuencia, qué sonido va a aparecer a la vuelta de uno de esos bucles. Estudió ingeniería civil, así que algo de construcción, de arquitectura sonora tienen sus temas. Su segundo álbum es el hipnótico Commotus (HEM, 2012).
Y aunque su música se mueve en patrones diferentes, se declara públicamente una entusiasta seguidora de PJ Harvey, quizá una de su mayores influencias como artista.
Desde la profundidad del valle de San Fernando, Jennifer y Jessie Clavin, ya de jovencitas, escalaban las colinas de Hollywood para asistir a conciertos de bandas punks de la zona. Como consecuencia lógica, acabaron enrolándose en un grupo con otras tres chicas durante un tiempo, Mika Miko. El asunto duró hasta 2009. Tras la desbandada y un periodo alejadas, las hermanas han vuelto a juntarse ahora para formar el dúo Bleached. Pelo rubio revuelto, maquillaje, un cigarrillo colgando de la comisura de los labios, una guitarra eléctrica entre los brazos y un par de singles con portadas hedonistas muy bien diseñadas. Todo muy cool.
Ahora llega el álbum, Ride Your Heart (Dead Oceans, 2013). ¿Algo nuevo? Lo cierto es que no demasiado. Su pop rock acelerado y de alma garajera se practica muchísimo hoy día. A favor de Bleached está que ellas lo llevan a cabo con bastante naturalidad y algunos de sus temas están construidos con una estructura algo más elaborada de lo habitual en el género.
Los dos temas iniciales, precisamente, tal vez son los más ortodoxos: muy surfero el primero y muy garajero el segundo, que es el single elegido. Luego aparecen las tres piezas más originales y excitantes del disco, sobre todo «Dead in Your Head». Y hay en todo Ride Your Heart un eco angelino que a Gog le ha traído a la memoria las Bangles más crudas.
Algunas portadas con la cocina como leitmotiv fotográfico:
Townes Van Zandt: At My Window (Suhar Hill, 1987). Los vaqueros también cocinan, aunque sólo sea unos huevos con beicon.
Marshall Crenshaw (Warner, 1982). El debut de quien durante un tiempo fue la gran esperanza del power pop. Someday, Someway estaba bastante bien.
Charlie: Kitchens of Distinction (Voiceprint, 2009). Banda de jazz-rock de los setenta que solía adornar sus cubiertas con fotos de chicas con mucha piel a la vista. Treinta años después volvieron con este otro concepto.
UB40: Rat in My Kitchen (Virgin, 1986). Vendieron discos como churros. No hay tienda de segunda mano que no disponga de al menos un ejemplar de su Labour of Love.
Don Henley: I Can't Stand Still (Elektra, 1982). El miembro de los Eagles que más éxito tuvo en solitario. Este fue su debut. El single Johnny Can't Read contribuyó lo suyo a desgastar la aguja del tocadiscos de Gog, para qué negarlo. Ese teclado insistente le volvía loco.
Adenda [31 de marzo de 2013]: El comentario vertido por Ticket Loser en este post, hace obligado el siguiente añadido.
Ivy: Apartment Life(Sony 550 Music, 1998). El delicioso segundo álbum de la banda neoyorquina tuvo una edición especial con diversos remixes al año siguiente de su primera publicación. Para la portada de esa edición, se cambió la cubierta original: se sustituyó la foto de Dominique Durand maquillándose por una de las fotos que aparecía en el interior del libreto primigenio.
Hay quien colecciona monedas de la eurozona, figuras de ranitas, aplicaciones de smartphone... Todos, de alguna u otra forma, coleccionamos (o almacenamos) algo. Es muy sabido que Gog colecciona discos. Pero tranquilos, no va a ponerse a escribir aquí otro panegírico más sobre las bondades del formato físico frente al digital, ni sobre la calidad sonora de unos y otros, ni de si alguien es más o menos guay por tener una habitación atestada de singles y elepés. Que cada cual escuche música como le salga de la gana. Simplemente es que hace poco el periodista Xavi Sancho escribió un artículo sobre los coleccionistas de vinilos, y a Gog le pareció que merecía la pena, por bonita, subrayarse la idea de que: «el papel del acumulador se antoja necesario para preservar la memoria de una época en la que las cosas no cabían en, eso, un lápiz de memoria».
Se podrían coleccionar, incluso, canciones sobre coleccionistas de discos. Vayan cinco muestras:
> No puede haber un sueño más húmedo para un coleccionista fonográfico que tener un romance en una tienda de discos. Y como el enamoramiento, esta canción es rápida, efervescente y directa. [Gold Bears, «Record Store»]
> Claro que si es Sarah Cracknell la que te canta que se compra discos americanos, cómo no caer ipsofactamente hechizado. [Saint Etienne, «I Buy American Records»]
> Pero cuidado con enamorarse de tu propia colección. Todo coleccionista corre el riesgo de caer en un narcisismo patológico. [The Hi-Risers, «I’m in Love with My Record Collection»]
> Todo poseedor de un buen puñado de discos sabe que el mismísimo Houdini tendría serias dificultades para dejarla comprimida en una sola mix tape. Art Brut, en cambio, aseguraban haberlo conseguido. [Art Brut, «Nag Nag Nag Nag»]
> Pero los tiempos cambian; la gente deja de comprar discos, nacionales o de importación, dicho esto a ritmo ye-yé. [Profesor Popsnuggle, «Discos de importación»]
En cualquier caso, para quienes tengan una buena discoteca en casa, pocas cosas peores puede haber que que te quemen tus discos. Si existe algo peor, sólo Los Punsetes lo saben:
Si me llenaras la casa
de mierda de perro / si cogieras los libros
y los discos que tengo / y los llevaras al monte
/ y les prendieras fuego
/ y lo grabaras en vídeo /
para enseñármelo luego
/ No sería peor
que lo que acabas de hacer
Tener clase lo es todo. Ese toque de distinción para hacer las cosas es lo que diferencia a unos de otros. La clase enamora a cualquiera que la detecte, no hay nadie que no respete esa aura que se les entrevé a quienes poseen clase. Y en esta vida hay que tener clase hasta para sentarse en la taza del váter. Lo malo es que no es algo que pueda adquirirse fácilmente; o se tiene o no se tiene, o se nace con ella o es complicado revestirse de ella. Hay que tener clase para tener clase.
El músico y productor Thomas Brenneck vive en Brooklyn; en la calle Menahan, para más señas. Brenneck es integrante y compositor de los inmensos Dap-Kings de Sharon Jones. Por el piso de Brenneck suelen pasar otros músicos del vecindario, reputados instrumentistas del neosoul actual que viven por el barrio. Y con ellos, a modo de superbanda, ha ensamblado esta The Menahan Street Band elegante y llena de clase, clase a raudales, a chorros.
Por una parte, el mencionado Brenneck, junto a Homer Steinweiss, Dave Guy y Victor Axelrod (de The Dap-Kings y de Antibalas), Nick Movshon (de Antibalas), Leon Michels (de El Michels Affair) y Mike Deller (de The Budos Band) son la banda de acompañamiento del cantante Charles Bradley, poderoso soultán. Por otra, como The Menahan Street Band llevan publicados dos álbumes de música soul instrumental. La portada del primero de ellos ilustra, probablemente, esa calle neoyorquina en la que convergen todos. El segundo, The Crossing (Dunham/Daptone, 2012), se ilustra con un paisaje helado nada indicativo de la portentosa calidez de su contenido.
Ese estilazo del comienzo, como se ha podido escuchar más arriba, se mantiene a lo largo de los once temas, cada uno de ellos con pequeñas variantes que los hacen especiales, como ese órgano en «Keep Coming Back», la trompeta sentida y doliente del melodramático «Three Faces» o la sensualidad de «Everyday a Dream», infalible para arrimar la cebolleta.
Al igual que hace su amigo Gruff Rhyss, ella lo mismo canta en inglés que en galés. De hecho, el primer trabajo que grabó fue el EP sonoramente titulado Edrych yn Llygaid Ceffyl Benthyg (Peski, 2008), lo que según parece se traduciría al inglés como «Looking in the Eyes of a Borrowed Horse». O sea, a caballo regalado, no le mires el diente. (En cuanto Gog se tope con un galés, le va a pedir que se lo enseñe a pronunciar para soltar el refrán en esa lengua.)
Le Bon, ese mismo año, había colaborado con Neon Neon —el proyecto paralelo de Rhyss, su primer valedor— interpretando el pletórico tema I Lust U. Su primer álbum salió al año siguiente, ya con el inglés como idioma dominante, al igual que en Cyrk (Ovni/Turnstile, 2012). Y aunque la chanteuse galesa ha espaciado su lengua materna, las letras siguen tejiéndose alrededor de consideraciones sobre la vida y la muerte y otras reflexiones existenciales. Y, sobre todo, sigue siendo esa música emocional, llena de personalidad, profunda y a ratos cruda. Y su talentosa voz.
Como Tarantino lo vea, le va a volver loco. Por sonido y por estética.
Si hay en la sala algún devoto de la cosa nipona o de la serie B, Gog lamenta tener que desengañarlo, porque ni se trata de un grupo garajero japonés ni de un subproducto de los bajos y mugrientos fondos.
Hanni El Khatib es un tipo de San Francisco (o Frisco, como al parecer dicen allá), con ascendencia palestina y filipina, al que le gusta Jon Spencer Blues Explosion, el garaje y el rock n’ roll y blues crudos, y que está muy bien relacionado. Lleva dos álbumes y se han utilizado temas suyos para anuncios publicitarios y series de TV; hasta ha sido telonero de Florence & the Machine. Este temazo se lo produce Dan Auerbach. Por su parte, en cuanto puede se sube a un monopatín, ya que es un fanático de la tabla con ruedas.
El burdégano es la cría resultante del cruce entre un caballo y una asna. El asunto es casi casi contra natura, pero puede fructificar. Así de primeras, pensar en un ayuntamiento musical entre Jermaine Jackson y Devo no parece muy natural, sin embargo acaeció en 1982 y el fruto fue el burdégano sonoro «Let Me Tickle Your Fancy».
Era el segundo corte —y el más potable— del álbum de Jermaine Jackson de mismo título. Tras la desbandada de los hermanos, Jermaine fue el único que permaneció fiel a la compañía que los había acunado, Motown. En ella se publicó este ejercicio de funk de manual, con sus vientos, su bajo, sus guitarras funkys, pero también con arreglos ochenteros que le lastran un poco a todo el álbum en conjunto escuchado hoy. En los créditos, Mark Mothersbaugh y Gerald Casale, los dos miembros de Devo que colaboraron en el tema, aparecen reseñados como Spud & Pud Devo, como ya sucediera antes en un álbum en solitario de Deborah Harry.
El mismo año en que se publicó, los tres juntos interpretaron el tema en televisión para un programa especial de Halloween:
Según contó el propio Jermaine Jackson en la radio dos años después, fue él quien tuvo la idea de llamarlos para que colaboraran en la canción.
Hay gente que tiene el don de saber captar su época, de discernir el potencial artístico de entre todo lo que se mueve a su alrededor y dejarlo condensado para la posteridad. Algo tan aparentemente sencillo de conseguir —en principio bastaría con fijarse atentamente— requiere en cambio de un sexto sentido que no todo el mundo posee.
En La Fonoteca, atentos a lo que se está cociendo en el underground madrileño actual, se han propuesto dejar constancia, con minuciosidad de historiador además, de las bandas que pululan por los callejones de la capital con el recopilatorio Madrid está helado (La Fonoteca, 2012). Así, si algún día sobreviene un apocalipsis y se salva algún ejemplar de estos vinilos, las siguientes generaciones podrán conocer quiénes eran cada uno de los componentes de esas bandas, los datos de grabación de los temas, a qué obra mayor pertenecen, las letras…
El título remite al Moscú está helado de Esplendor Geométrico, emperadores del sonido industrial en los ochenta. Las bandas escogidas no llegan a ese nivel de crispación sonora. Las hay más oscuras y angulosas que otras; las hay más y menos convencionales; las hay, incluso, que ya no existen. Y como en cualquier compilación heterogénea, unas gustarán mucho más que otras. No importa. Lo fundamental es esa sensación de estar escuchando un documento único, la condensación de una corriente creativa que está sucediendo ahora mismo y de la que tú puedes ser testigo.
La edición tiene una tirada limitada de 300 copias en vinilo transparente con diseño de Ricardo Cavolo. O en bandcamp.
1. Espiritusanto - Nadar a crol
2. Cómo Vivir En El Campo - Una de cada dos noches en TV se oye decir "te amo"
3. Sector de Agitadas - Aplicado a iluminadas
4. Computadora - castigos y tormentos
5. Walden Dos - La primera vez
6. Alberto Azul - Canción del robot
7. Los Ingenieros Alemanes - (por el) Teorema de Gauss
Nada como la muerte de una figura pública para que periodistas y blogueros reciban la luz de la inspiración articulística. El rutinario y letal «¿sobre qué escribir hoy?» se borra ipsofactamente del desánimo en cuanto salta la noticia del fallecimiento de alguien. Hoy el material nos lo brinda Daniel Darc, que además fue uno de esos personajes novelescos que tanto juego literario dan.
—Cínico estás, Gog.
—Es el frío, que me calienta la amargura.
Daniel Darc era una de esas almas abastardadas, indómitas, desafiantes, una personalidad en permanente exceso, un punk ilustrado, un maudit. En los últimos tiempos, este músico parisino era un tatuaje andante; apenas le quedaba piel en la que dibujar algo, como si quisiera mostrar por fuera, a modo de espejo, esa alma suya tatuada de inconformismo y dolor existencial. Teloneaba a Talking Heads en 1979 con su primer grupo, Taxi Girl —y aquí vienen los datos sórdidos que tanto nos gustan— cuando se cortó las venas sobre el escenario. Un par de años después la banda alcanzó cierta popularidad con Cherchez le garçon. Al desmembrarse el grupo (estaba también el hoy popularísimo productor Mirwais, Madonna lo sabe), Darc continuó la búsqueda en solitario, dando más traspiés de los aconsejables para hacer carrera. Demasiadas adicciones y cierta querencia por dar con sus huesos en prisión. En 2004 sus astros se le alinearon por fin y resurgió con Crevecoeur (Water Music). Acaparó algo de popularidad, lo que le permitió otro par de álbumes notables.
Las drogas le habían salvado la vida, decía. De hecho, fue un polémico defensor de ellas. Pero un cóctel de alcohol y barbitúricos acabó con él a los 53 años el último día de febrero el breve. En «J’irai au paradis» —segundo corte de Amours supremes (Water Music, 2008) escribió: cuando muera iré al Cielo / porque me he pasado la vida en el Infierno. Así sea; seguro que lo hace más interesante.