> Y una de un grupo patrio que jamás estará en ninguna lista de Stereogum, y que ellos se lo pierden (aunque no es que se enteraran muchos por aquí), porque es de lo más grande (y efímero) que se ha dado por aquí en mucho tiempo: Les Biscuits Salés. Toma «Into the Groove» que se marcaron. Lujo deportivo.
Johnny Cash: Johnny Cash with His Hot and Blue guitar (Sun, 1957)
Varios: Le Cadeau de la Vie (Pathe Marconi, 1978)
Varios: La música contraataca (Ariola, 1980). Promocional para DJ. Artistas: STEVIE WONDER, MIKE OLDFIELD, INNER CIRCLE, JERAMINE JACKSON, DELEGATION, BOB MARLEY&THE WAILERS, THE ALAN PARSON PROJECT, ROBERT PALMER, B-52'S, DEVO, THE BEAT, THE ALLMAN BROTHERS BAND, ERIC BURDON'S FIRE DEPT.
El jazz, en sus inicios, fue una cosa tenida por muy moderna. Y Boris Vian siempre fue un moderno absoluto, así que abrazó el jazz como el soplo novedoso que era entonces. Tal vez de haber vivido en estos tiempos sería más de la opinión de Tony Wilson, otro ultramoderno, para el cual —según la versión de 24 hours Party People— los músicos de jazz son unos onanistas que disfrutan más tocando para sí mismos que para los espectadores.
El caso es que Vian se relacionó con el jazz como intérprete y como comentarista. Es esta segunda labor la que nos ocupa ahora, pues se ha publicado una recopilación de textos sobre jazz publicados por Vian en la revista Jazz News, de la que llegó a ser redactor jefe. Escritos de jazz (Blacklist, 2011) puede dividirse, grosso modo (incluso a grandes rasgos), en dos partes: una dedicada a artículos y reseñas y otra sobre fundamentos del jazz. De ellas se bifurcan dos posibles lectores:
a) Los degustadores de la literatura en general. Para estos, la primera parte les resultará hilarante. Esas descacharrantes no-críticas de Vian, tan alejadas de los preceptos y de la ortodoxia, ese tomarse muy seriamente a risa la tiesa seriedad del mundo del jazz, no tienen desperdicio. Los amantes del jazz lo sentirán como una profanación.
b) Los degustadores del jazz. El manual a modo de una pequeña historia del jazz o el glosario de términos jazzísticos los saborearán profundamente los más entendidos en la materia. Sin embargo, puede resultarle clorofórmico al poco o nada ducho en ese arte de derramar acordes.
Copiemos algunas perlas de Vian y vayámonos con la música a otra parte.
> Lo más sorprendente de Miles Davis es que es un tipo encantador; me han asegurado que es un poco bajito, pero se trata de tonterías sin importancia.
> Dinah Washington tiene la voz un poco estridente, pero eso no se ve en la foto adjunta.
> El marido de Rosalie King se llama, naturalmente, Gordon Simpson.
> El permanente equilibrio entre la suavidad y el zarpazo es el gran encanto de Garner. > "El jazz es como los plátanos; se consume en el mismo lugar", escribió Sartre en algún lado.
> Es habitual que falsos artistas crean que copiar la forma es el medio de llegar al arte.
Antes eran The Unicorns. Ahoran son Islands. Siguen siendo canadienses.
Su cuarto álbum —A Sleep & A Forgetting (Anti-, 2012)— es una cosa felitriste de lo más rebonita, que crece a cada escucha. Aunque este tema que se ha compuesto Nick Thorburn se te pega a la primera en las paredes del corazón:
Tocó la batería en Vivian Girls. Tocó la batería en Crystal Stilts. Tocó la batería en Dum Dum Girls. Pero Frankie Rose se cansó de estar siempre detrás; así que compuso material propio, reclutó a una bajista, a una guitarrista y a una batería (Kate Ryan) y formó Frankie Rose and the Outs, banda de chicas haciendo noise pop. Ahora ya ni grupo propio: ella sola y se acabó. Y menudo álbum acaba de firmar como Frankie Rose a pelo, el pletórico y muy recomendable Interstellar (Slumberland, 2012).
La cosa empieza muy espacial y etérea como para justificar el título del disco; pronto, en cambio, pone los pies en la tierra y comienza a baquetear y a meter ritmo. De fondo va a continuar a lo largo del disco ese ambiente ligeramente ensoñador y flotante a base de reverb, pero a primera línea pasa a relucir un pop más directo, con un deje a new wave fácil de disfrutar.
Las canciones son emocionalmente más potentes y más agradables melódicamente que las de su debut. El sonido es limpio; los teclados, brillantes; y no duda en incluir algún chelo al final. Le echa una mano en la producción uno de los Fischerspooner.
Ricardo Valenzuela, conocido artísticamente como Ritchie Valens, fue la primera estrella latina de la historia del rock; murió a los 17 años junto a Buddy Holly y Big Bopper en un accidente aéreo. Valens comenzó uniéndose a una banda local ya existente, The Silhouettes; pero su fuerte personalidad pronto devoró al hasta entonces líder y vocalista y Valens pasó a llevar el cotarro. El propietario del sello Del-Fi descubrió su talento y lo contrató como solista. Editó un par de singles; el único álbum que dejó grabado Valens se publicó póstumamente.
Todo esto se narra en el biopic La bamba (Luis Valdez, 1987). Para el papel protagonista se eligió a un desconocido Lou Diamond Phillips, actor. En cambio, para interpretar a otros rockeros de la época sí recurrieron a notables músicos:
> Los Lobos hacen una interpretación de «La bamba»:
> Brian Setzer (de los Stray Cays), da vida a Eddie Cochran e interpreta «Summertime Blues»:
> Marshall Crenshaw actúa como Buddy Holly; e interpreta «Crying, Waiting, Hoping»:
> Howard Huntsberry (del trío Klique) hace de Jackie Wilson interpretando «Lonely Teardrops»:
Si no tuviera un matiz ligeramente despectivo, diríamos que Beth Jeans Houghton es un temperamento excéntrico. Digamos, pues, que se trata de alguien anticonvencional, una de esas chicas con personalidad a raudales y que le importa un comino lo que piensen los demás. Y Gog no lo dice sólo por las pintas que suele llevar (gugléese para ver una buena muestra), sino que también afecta al plano artísitico, en este caso musical, que es el que nos tiene aquí reunidos.
Tiene una voz prístina y educada, con la que desarrolla melodías primorosas y ricos arrullos. Su visión singular de la música hace que igual se acompañe de violines, teclados, vientos, etc., y de una batería que suele darle un ritmo trotón a muchas de sus composiciones.
«Atlas» y «Liliputt» podrían ser dos buenas muestras de todo esto. Están incluidas en su debut, Yours Truly, Cellophane Nose (Mute, 2012), que firma como Beth Jeans Houghton & The Hooves of Destiny.
> Chris Rea: «Tennis». Do you like tennis? Yes, I do repetía este inglés con su voz ronca y su slide guitar mucho antes de dar el pelotazo con «On the Beach».
> Saint Etienne: «Conchita Martinez». Temazo de su primera etapa, cuando aún experimentaban y no se dedicaban al puro baile. Lo tiene todo: guitarras sucias, capas de noise, bases irresistibles, parapapeos, silbidos. Oscura y luminosa, compleja y brillante; tal vez como la propia Conchita.
> Vincent Delerm: «Les Jambes de Steffi Graff». Un piano lánguido y melancólico para cantarle a uno de los pares de piernas más bellos que ha dado el circuito tenístico en toda su historia.
> McEnroe: desde Vizcaya, unos seguidores del gran John, quien también le da a la guitarra, por cierto. Gog no controla mucho el rock alternativo reposado de este quinteto actual, pero quede aquí «Tú nunca morirás».
> Tennis: «Petition». El dúo de Denver son el motivo que ha originado esta entrada tenística. Su fresquísimo segundo álbum, Young & Old (Fat Possum, 2012), está en on repeat constante en el reproductor de Gog. Se lo produce el batera de The Black Keys (Carney), y cuánto se nota. Les ha quitado el apresto lo-fi y el pelo de la dehesa. Han ampliado el registro, ya no hay sólo rollo sixtie como en el debut. Y, como no podía ser de otra forma, las baterías suenan prístinas, como todo en el álbum, limpio y potente, lleno de estribillos pegadizos y melodías espléndidas. Imparable de principio a fin. Escúchese este maravilloso hit a modo de ejemplo:
Rooms Filled With Light (Canvasback, 2012), segundo álbum de Fanfarlo. Corre, escúchalo ahora mismo, puede que mañana ya sea demasiado tarde, cuando lo hayan descubierto las hordas y tú entonces te veas obligado a renunciar a él y a retirarte a tu campamento de invierno. Eres un connaisseur y un exquisito, recuerda, lo cual no te permite seguir a la masa, algo para lo que estos chicos llevan muchas papeletas con su pop redecorado.
Lo cierto es que el salto cualitativo respecto a su debut Reservoir (Atlantic, 2009) es grande. Sus temas han adquirido más ángulos, se han esponjado; que el productor Ben Allen (Deerhunter, Gnarls Barkley, etc.) haya estado detrás algo habrá tenido que ver. Lo más llamativo de la nueva dirección es la inclusión de sintetizadores, para dar un giro ochentero y new-wave molón. «Deconstruction» o «Tightrope» se harán himnos. Además, están asentados en Londres (si bien su líder, Simon Balthazar, proviene de la cálida Suecia, dicho esto en términos de pop), tienen buena imagen y un punto arty, porque el nombre de la banda lo han sacado de una novela de Charles Baudelaire titulada igual. ¿Qué más se puede pedir?
Escúchalos ahora, date prisa; mañana sonarán en un estadio y no querrás ir.
Si eres un ser decididamente moderno, entonces tendrás que llamarla house. Si te da más igual el asunto, puedes referirte a ella como música electrónica de baile. Gog, ya se ve venir, no es ningún experto en eso del house. Y si quiere hablar de ella aquí va a tener que cambiar la terminología instrumental habitual por palabros como texturas, loops, samples, desarrollos, glitches (lo que quiera que signifique eso) o bajos sintetizados.
Por increíble que parezca, además, hay gente capaz de diferenciar entre acid house, deep house, freestyle house, euro-house, funky house, garage house, soulful house, italo house, minimal house/microhouse, pumpin' house y tribal house. John Talabot es uno de ellos. Productor de música electrónica y pinchadiscos barcelonés, se presenta ahora como músico con ese alias y metros de papel de aluminio para cubrirse un rostro que no quiere hacer público. Su debut, fin (Permanent Vacation, 2011), está en boca de todos cuantos dicen house. Se le prodigan elogios con rendida unanimidad. A Gog, de momento, le interesa más el personaje, pero quede aquí la siguiente pieza para que cada uno decida el grado de emoción que le causa, a nivel house o a nivel música electrónica de baile.
Existen bandas infravaloradas por la mayoría y sobrevaloradas por una minoría de fanes acérrimos. Ocurre con Bauhaus. Y puede que el mundo a veces se pierda algunas canciones increíbles de Siouxssie & The Banshees aunque tampoco es que sus discos sean lo que sus seguidores a ultranza dicen que son. Y ocurre con The Cramps, a los que Gog tiene por mejores recreadores que creadores.
La fascinación que causan The Cramps es más estética que musical. Hay que admitir que estos emperadores de la serie B, estos reyes de las alcantarillas más underground, que parece siempre que estén a punto de despellejar un gato vivo, por imagen y por actitud resultaban fascinadores.
Luego está el asunto de los seudónimos, "sin qué duda cabe" de los mejores que se han creado en la historia del rock: Lux Interior y Poison Ivy. (Reconozcámoslo, no hubiera sonado igual haberlos llamado por sus verdaderos nombres, Eric y Kristy.) Fueron los únicos miembros estables de la formación tras décadas de iryvenir gente; incluso llegaron a reclutar durante un tiempo a Kid Congo Powers, el guitarrista de los incendiarios The Gun Club, para su segundo elepé (Psychodelic Jungle, de 1980). Lo de los seudónimos y el grupo siempre fue marca de la casa, porque por sus filas pasaron gente como el batería Harry Drumdini (desgüeve de alias, no me digáis), la bajista Candy del Mar o el guitarrista Chopper Franklin.
Si The Cramps fueron triste noticia no hace demasiado por la muerte de Lux Interior (en 2009), hoy lo vuelven a ser pero por motivos felices. Y es que el sello Munster ha editado sus primeros singles en una sola caja (edición disponible en vinilo o en cedé, acompañada en ambos casos de postales y memorabilia): File Under Sacred Music. Early Singles 1978-1981. Diez pepinazos llenos de tiña y roña por ambas caras para quien tenga ganas de sentirse sucio perro callejero durante un rato.
No todos son singles oficiales; algunos de esos temas pertenecen al periodo en cuestión pero jamás se editaron como sencillos. De los veintidós temas, la mayoría producidos por Alex Chilton, nueve son propios y el resto son versiones crudas, desde los Trashmen a Ricky Nelson pasando por el inmortal "Fever". Por quedarnos con una de cada, Gog destacaría "Human Fly" entre las creadas, con esa guitarra surfera bañando el tema, y el compacto y férreo "Uranium Rock" entre las recreadas.
Permitid a Gog que concluya aquí para que pueda irse a duchar después de haberse rebozado toda la tarde en los Cramps, contento como un niño jugando con el barro del parque.
Antes un apunte final enormemente curioso: The Cramps aparecieron tocando en una escena de la serie sobre pijos Sensación de vivir.
Mark Mothersbaugh se dedica también a las artes gráficas. En su web The Visual Art of MM puede verse (y adquirirse) su colección de postales, alfombrillas para ratón o fotografías sobre seres mutantes:
La serie de los "hermosos" mutantes ha traído rápidamente a la memoria de Gog aquella canción de Eels:
Jugar con ellas es como manejar la nitroglicerina,
tienen mas vatios que una nuclear, y no son tan dañinas.
¿¡Se nos va a poner Gog a hablar de Coz!? Lo cierto es que no, aunque tampoco tendría que suponer mayor problema traerlos por aquí. La memoria, tan selectiva como caprichosa, se los ha recordado tras escuchar el discazo cañero que se ha marcado el cuaterto femenino Wild Flag.
Fuerza, actitud y buen hacer de esta superbanda formada por la suma de insignes elementos. La noticia resulta especialmente jubilosa porque se trata de una especie de regreso camuflado de las muy grandérrimas Sleater-Kinney, pues de las tres componentes que había en aquel grupo, se citan dos aquí, las enormes Carrie Brownstein y Janet Weiss, a las que se les juntaron en 2010 Rebecca Cole (procedente de The Minders) y Mary Timony (de Helium). La consecuencia: Wild Flag (Wichita, 2011).
Los primeros acordes de teclado, aunque enérgicos y llenos de vitalidad, pueden hacer pensar en otra cosa, pero en seguida se suman la batería firme y tonante, la tensa guitarra y la voz poderosa del resto de componentes y el jaleo ya está armado. Imposible no dar cabezazos en el aire con «Romance», o hacer un poco (sólo un poco, tranquilos) de air guitar en «Racehorse», o elevar el puño para corear «Boom»:
Cachondada de los cachondos de Chumbawamba. Este "Tony Blair" era un tema a imitación de aquellas baladas de los grupos vocálicos de los 40 y 50. Salió como sencillo en 1999 en edición limitada.
The Beatles eran la música comercial de la época. Es tremendo el cambio. Por supuesto, eran buenísimos, los mejores, pero si empiezan su carrera ahora serían considerados como indies o alternativos.
Esta sorprendente y lúcida reflexión salió de los labios del inglés Robyn Hitchcock durante la entrevista que Nacho Ruiz le realizó para el Rockdelux de febrero (n.º 303). Y es que Hitchcock ha andado por aquí promocionando su último disco, y van 18. 18 de estudio y en solitario, no entran en ese cómputo los que sacó con The Soft Boys, ni directos o rarezas. 18 a su bola. Y Gog se niega a reproducir aquí la etiqueta que casi siempre se repite para describir el palo de este músico con apellido de director de cine. Se niega porque es inexacta y ni de lejos se acierta con ella para describir el sonido de Hitchcock. El suyo es un estilo absolutamente personal, y con un tono de voz inconfundiblemente único. Y tan a su bola va siempre que es capaz de poner un título así de poco comercial a su nuevo trabajo: Tromsø, Kaptein, publicado para más recochineo en un sello noruego (Hype City Recordings, 2011).
Pero sigue en racha. Llevaba varios discos magníficos haciéndose acompañar por The Venus 3, con Peter Buck y Scott McCaughey (que últimamente parecen casi una pareja de hecho de tanto como se les ve juntos en diversos proyectos). Esta vez Hitchcock ha optado por cambiar un poco; ahora se ha rodeado de una sección de cuerdas, que lo sigue a lo largo de los diez cortes del álbum. Entre ellos, una nueva joya de su cancionero: «August In Hammersmith». Atención a la voz femenina que crece al final, cuando ya no se espera a nadie más en la canción.
Poco después de que el trío femenino The Cookies, originarias de Brooklyn, fichase por el sello Atlantic, se las presentaron a Ray Charles, que por entonces se hacía acompañar por Mary Anne Fischer en los dúos vocálicos. Charles convenció a Earl-Jean McCrea, Margie Hendrix, Pat Lyles y a la propia Fischer para que se unieran las cuatro como grupo de acompañamiento suyo, rebautizadas como The Raelettes (a veces Rayletes). Algunas de sus mejores piezas de la época adquirieron una mayor dimensión musical gracias a ellas.
La formación fue cambiando con el paso de los años y por ella desfilaron enormes vocalistas como Merry Clayton o Minnie Riperton.
Padecer de trastorno bipolar es lo que tiene: puedes acabar siendo un puñetero genio inadaptado. Como Daniel Johnston, cuya vena artística choca frontalmente con la cotidiana realidad que nos rodea. La demencia o venadas afines gozan, además, de enorme reputación en eso de la creación artística. La vesania y las manías extremas te convierten en outsider, y eso puede molar. Pero obliguemos a centrarse a Gog, que amenaza con desviarse demasiado del tema en un rapto evidente de locura.
Retomemos a Daniel Johnston, que es de quien toca hablar. La excusa es el álbum homenaje que se le acaba de rendir aquí en suelo carpetovetónico —Coloreando a Daniel Johnston (Ondas del Espacio, 2012)—, en el que participan bandas indies españolas y alguna latinoamericana.
Este personaje entrañable, como un niño grande no exento de un punto friqui y que consigue controlar los episodios psicóticos a base de medicación, que canta con una extraña pronunciación sibilante debido a que le faltan varias piezas dentales, comenzó grabando en casa directamente sobre un radiocasete; luego decoraba esas cintas a modo de arte gráfico con ilustraciones de cómic que él mismo dibujaba.
Así pues, para este proyecto-tributo se trataba de grabar en casa con los recursos disponibles y lo más espontáneamente posible, en una especie de oda al lo-fi pero al mismo tiempo al propio Johnston, y a la vez recrear a mano el mundo Johnston.
De los 18 temas, diez se mantienen cantados en inglés; el resto se ha optado por una adaptación al español, lo que en opinión de Gog es el mayor acierto del proyecto. Y pasadas al español, siguen funcionando las letras enternecedoramente naïf de Johnston, como esta de «La motocicleta», que borda La Estrella de David:
La motocicleta de mi corazón
siempre va conmigo:
somos ella y yo.
Y aunque me ha tirado por correr de más,
también me ha traído donde tú estás donde tú estás donde tú estás donde quiero estar donde tú no estás donde tú no estás donde tú no estás