El nombre de Ann-Margret suele remitir ipsofactamente al mundo del cine, —con toda probabilidad a Un tranvía llamado deseo o a El rey del juego—, pero en realidad ella iba para cantante hasta que alguien la sacó de los cabarets y la puso delante de las cámaras.
Al principio, dado ese pedigrí cantor, la emparejaron con el rey de Las Vegas, e incluso intentaron promocionarla como una especie de Elvis femenino. Pelis con él y como él, o cantando delante de un campo de nabos.
Pese al puñado de discos que grabó, lo suyo fue el cine y no la canción. Una voz demasiado áspera; no, no era lo suyo. Era animal hecho para el celuloide.
Para interesados en su música, tal vez On the Way Up (BMG, 1962), o si no el más aconsejable, completo y definitivo recopilatorio Let Me Entertain You (RCA, 1996).
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