Tres novelas, más de cuatrocientas páginas, y ni un solo adjetivo explicativo. La propia autora de la trilogía Claus y Lucas, la húngara Agota Kristof, lo justifica: «Las palabras que definen los sentimientos son muy vagas; es mejor evitar usarlas y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción fiel de los hechos.» Así que con una prosa seca como el polvo, una estructura sintáctica básica, sin conservantes ni colorantes, algo así como la filosofía Dogma llevada a la literatura, perfora y trepana la conciencia del lector. «Lo justo, sin relleno, sin grasa», como suele decir ella. Pero profundo, muy profundo.
La primera novela —El gran cuaderno— abofetea la sensibilidad hasta hacer vomitar bilis. De un (aparente) realismo seco y terrible, al lector se le encoge el alma y apenas se atreve a pasar de página, compungido ante la perspectiva de que a la vuelta le espera algo aún más horroroso. Porque el horror no parece tener fin con Agota Kristof.
En la segunda novela —La prueba— la vida sigue siendo dura, pero al menos no tan nauseabunda como en la anterior. A cambio comenzamos a dudar, la luz de cruce se nos pone a parpadear. ¿Hay o no hay un hermano gemelo?
En la tercera —La tercera mentira (el título ya avisa)— la línea que separa la realidad del sueño se ha desdibujado definitivamente, nuestra lógica no hace pie y ya no sabemos quién es quién. ¿Cuál de las historias es la verdadera? Blanca por dentro, verde por fuera, si quieres que te lo diga, espera. Para que quede claro que nada está claro, en esta parte se encuentran frases así: «En cuanto a mi hermano, a lo mejor ni siquiera ha existido» o «Lo que yo creo es que confundes realidad con literatura».
Da la impresión de que el conjunto no obedece a un plan preconcebido. La autora escribió El gran cuaderno (1987) como una dura crítica a la guerra como campo de cultivo para la maldad más pura y devastadora. Después entrevió otras posibilidades literarias dando versiones distintas, y hasta enfrentadas, de los mismos hechos, pues cada volumen completa, y contradice, al anterior.
Claus y Lucas: un juego de espejos que devuelven la imagen inversa. La dificultad está en desentrañar cuál es la imagen real, cuál la proyectada, si la agraciada físicamente pero de alma feroz y cruel o si la de aspecto deforme pero de alma tierna y compasiva. Tampoco importa. En el fondo es nuestro propio espejo interior, y verse reflejado en él asusta.
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