domingo, 2 de diciembre de 2012

Comerse un cocodrilo (en Dinamarca) #10: Choir of Young Believers


La voz, la buena voz, no es el instrumento más importante en el rock o en el pop. Si lo fuera, Rod Stewart no se hubiera hecho millonario vendiendo discos ni Los Planetas gozarían del prestigio del que gozan. Es más, una voz inmaculada, capaz de moverse por las escalas, de modularse, no casa del todo con estos géneros. Se podrá cantar como los ángeles, pero los ángeles no emocionan. Energía, estribillos, riffs, etc., son algunos otros valores más considerados. 

La banda danesa Choir of Young Believers, en cambio, está hecha para el lucimiento de su cantante, Jannis Noya Makrigiannis (1/3 griego, 1/3 danés, 1/3 indio). El resto de la formación, asentada en Copenhague, es muy cambiante. En Rhine Gold (Ghostly International, 2012) sobresalen también el bajo y los arreglos electrónicos; pero sobre todo dejan espacio y le dedican tiempo a esa voz, que se explaye, que se pliegue y despliegue. El aire soñador del nombre de la banda se reproduce en su música. Es un sonido celestial, dicho sea en su sentido de grandiosidad y ensoñamiento, aunque quizá sería mejor llamarlo espacial; un pop orquestal —caben el piano y los violines— de largos desarrollos, algo petulante en ocasiones, pero con personalidad propia y con el marchamo de inclasificable. Sedated, con sus truenos incluidos, podría ser el perfecto resumen de todo ello. 

Este es su segundo asalto; en su país son un fenómeno.

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