lunes, 8 de octubre de 2012

Boris Vian #19



El exceso de castidad es inhumano.
Boris Vian

Hacer un encargo a Boris Vian y pretender que el resultado se ajuste a los patrones preestablecidos es lo más parecido a una quimera que pueda haber. Así las cosas, en 1950 la editorial Toutain le había propuesto a Vian que escribiera un manual sobre del barrio de Saint Germain-des-Prés para su colección de guías. Vian aceptó a condición de que le publicaran también una novela que ya tenía terminada, La hierba roja. Cuando apenas se llevaban distribuidas mil copias de la novela, la editorial cayó en bancarrota y el Manual de Saint Germain-des-Prés se quedó en las galeradas. Se editó póstumamente en 1979, y ahora lo hace en español a través de la editorial Gallo Nero. 

El resultado de la lectura de este tratado tan instructivo como chiflado es: 

Desopilante 
Fascinante 
Descojonante 
Tronchante 
Desbordante 

Vian fue el alma mater del cotarro bohemio en aquel barrio parisién de la posguerra. Por sus cafés y sus cuevas —como se conocía a los antros donde se tocaba jazz— pasaron desde Sartre a Giacometti, de Miles Davis a Raymond Queneau, de Simone Signoret a Tristan Tzara, pero el maestro de ceremonias, el testigo omnipresente de todo aquel bullicio fue Vian. Asombra, pues, cómo pudo Vian, siendo protagonista de la historia que relata, no aparecer en la obra. Su talento, su encanto y su ingenio le llevaban mucho más allá de donde podamos llegar el resto. 


Manual de Saint Germain-des-Prés es una pequeña enciclopedia en la que, con un estilo vivaz, irónico y original, da cuenta de las calles, los bares, los clubs de jazz y los personajes que conformaron una época dorada de la cultura francesa. Después de la lectura de este libro a uno le sobrecoge la amargura de no haber nacido en aquella época.

ANNE-MARIE CAZALIS 
Flaca falsa, dotada de una especie de genio para conseguir que la gente cuente chistes o haga bromas. Paul Guth ve en ella un ave párida y establece un astuto vínculo entre esa clasificación naturalista de los páridos, grandes o negros, pero siempre carboneros, con el gusto de Anne-Marie por las cuevas; a mí me recuerda más bien a una cabra pelirroja: tiene la misma cara, la expresión maliciosa y un tanto terca, pero siempre diabólica, e incluso la perilla, que sustituye por una larga patilla delgada sobre el hocico (p. 148).


La edición se acompaña de un mapa callejero con los hitos fundamentales bien señalados.

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