A Pete Quaife le hicieron famoso dos cuestiones primordiales: tener que hacer de árbitro pugilístico en las broncas de los hermanos Davies y las dos notas repetitivas, machaconas, inimitables de «You Really Got Me». (Un día que comienza con «You really got me» irá bien; a palo seco, con los oídos aún entumecidos por el sueño, ese riff entona como un carajillo.)
The Kinks tal vez nunca dejaron un álbum redondo de principio a fin, pero su cancionero es uno de los más completos, excitantes, irónicos y agridulces de la historia del pop. Contiene riffs de guitarra poderosos, coros angelicales, sonido british de pura cepa, sarcasmo a raudales, conceptos de music hall, trombones elefantiásicos..., y sobre todo, canciones, grandes, grandérrimas canciones. Cualquier recopilatorio suyo es un monumento musical.
Ray Davies estuvo a punto de palmarla hace unos pocos años por la nadería de recibir un balazo en las calles de Nueva Orleáns. Lo de Quaife es definitivo. Uno menos, ay.
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